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Una nueva mañana asomaba en Londres, nada parecía haber cambiado. Algunos pájaros revoloteaban sobre el cielo grisáceo mientras algunos transeúntes caminaban con apuro dirigiéndose a sus trabajos. Si, podríamos llamarla otra mañana habitual en el mundo.

De no ser que, en alguna librería del basto Londres (Una en la cual los rumores decían jamás te venderían un libro), yacía un demonio que lamentaba una perdida.

Tendido en un viejo sofá, se lamentaba con la mirada perdida la partida y ausencia de su ángel. Su brazo extendido que dejaba caer gotas de algún vino barato y una copa descansaba sobre la ya manchada alfombra polvorienta.

Varios eran los pensamientos que merodeaban su cabeza, posibilidades y sentimientos confusos y agobiantes como lo era el arrepentimiento. Todo aquello mezclado con el dolor de un corazón roto en varias piezas.

Sus ojos se cerraron y una melodía proveniente del viejo tocadiscos acompañando su dolor.

Ruiseñor

No podía creerlo, no quería creerlo.

Aquellas palabras, aquella situación que preciaba tan irreal que su propia mente se encontraba incapaz de verla como verdadera.

Su desesperación acompañada por sus ojos que amenazaban con revelar su tan odiada vulnerabilidad, su mente intentando encontrar las palabras correctas para expresar sus verdaderos deseos.

Sentía ahogarse intentando pronunciar palabras que jamás había logrado pronunciar en voz alta.

¿Acaso nunca entendió que no necesitaban del cielo ni del infierno?

Porque eran ellos, ellos y todo lo que habían logrado. Eran ellos cuidando del mundo, cuidando el uno del otro. Y podía ser ellos ahora, juntos sin importar dónde.

El cielo y el infierno siempre les dieron la espalda, eran solo ellos. Ellos juntos, decidiendo crear su propio bando, decidiendo estar juntos a pesar de todo.

Solo ellos.

—Oh Crowley…—hablo el ángel con tono suave—. Nada dura para siempre.

Y sus palabras resonaron, aquello resonó y retumbó en lo más profundo de su ser, palabras que en boca de su ángel parecían tan calmadas y que en el habían logrado romper con su tan meticulosa armadura.

Si antes sentía que sus ojos picaban por incredulidad, ahora ardían mientras sentía su corazón quebrarse. Podría decirse que era algo en sentido figurado, le hubiera gustado que sea solo así; pero el sentimiento de dolor en su pecho se sintió tan real y físico. Dolorosa.

Se sintió desnudo sin su armadura, sintiendo la vergüenza que cargaba con la vulnerabilidad de su maldita alma. Quiso recomponer lo poco que quedaba de ella colocándose sus gafas, sin permitir a nadie presenciar aquello. Ni siquiera su ángel.

Y no quería permanecer más allí, quería dejar sus palabras en el aire, que todo aquello simplemente no estuviera pasando.

Pero las palabras del ángel seguían llamándolo; y dolia.

Oh, realmente dolía.

—Podemos estar juntos, como ángeles. —Vocifero el ángel disuadiendo.

Oh, claro que podían estar juntos, claro que podían. Pero parecía que a pesar de tantos años juntos, aquel ángel seguía sin comprender, sin entender.

Él era un demonio, no un ángel.

No quería ser un ángel, no deseaba volver a serlo, no deseaba volver con quienes le habían dado la espalda en un primer lugar.

Cuando el cayo, cuando el mundo que él creía conocer se desmoronaba de un segundo a otro, el vio.

Vio que el cielo no era mejor que el infierno.

Cuando toco el fondo, también supo que el infierno no era mejor que el cielo.

Había algo que el si podía saber, él sabía que el ángel era mejor que esos dos. Sabía que no los necesitaban.

No se iba a mentir, el quería creer en las palabras del ángel, deseaba solo tomar sus cosas y acompañar a su ángel con la falsa ilusión que él creía. Quería mas no podía, simplemente lo sabía, sabía que no sería posible.

Lo sabía tan bien, tan bien que temía tan profundamente su mismo destino para su ángel.

Sabía que Aziraphael no podía contra eso. Porque a pesar de todo el aun creía en la bondad del cielo.

Parecía que esta vez no iban a escucharse ruiseñores cantar.

Idiota, solo eso podía pensar. Pequeño ángel idiota.

Lo veía tan decidido, decidido a abandonar lo que habían creado juntos, a abandonar lo que habían logrado.

A abandonarlo.

Y no quise rendirse, no esta vez. No quería ocultar ni dar marcha atrás, quería desesperadamente que su ángel se quedara a su lado.

Se acercó a él, lo bastante cerca como para creer que el ángel había podido notar sus ojos húmedos detrás del cristal, prefirió dejar su armadura, dejar su ser plantado en sus labios.

En un acto tan humano que el solo había logrado comprender en su totalidad en aquel momento.

Un acto que escandalizo al ángel, lo beso con fuerza, aferrándose a él, aferrándose a su única esperanza.

Que todo pasara, que al día siguiente estén ellos en una mesa del Ritz con un buen vino. Ni siquiera le pediría al ángel que haga el baile de lo siento. Solo quería que se quedara ahí, junto a él.

No fue como él lo esperaba, no fue como él creía que funcionaba. Se alejó, mirándolo a los ojos. Las palabras del ángel no parecían poder salir, su rostro y una actitud que parecía más asustada que otra cosa lo miraban.

Y cuando los segundos empezaron a parecerle eternos, cuando su corazón había sido dejado en manos ajenas, la respuesta llego.

“Te perdono”

¿Perdón?

Se sintió devastado, su corazón en pedazos que parecían imposibles de recomponer. Se había arriesgado, revelando su alma por completo, grabando lo doloroso que podía ser mostrarse sin su armadura.

Pero el ángel parecía haber tomado una decisión.

Decepcionado y herido salió de allí, sin detener al ángel lo vio caminar junto a Metatrón observando impotente como se alejaba.

Otra vez se separaban, como tantas veces en sus pasados. Pero esta vez algo era diferente, esta vez sabía que cuando volviera a la librería, no habría ningún ángel que lo recibiera. Quizás él era el único que pensaba que no necesitaban del cielo y el infierno.

Quizás era el de quien su ángel no necesitaba.

“Nadie oyó ruiseñores cantar aquel día ni al siguiente…”











Historia también disponible en Ao3.
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⏰ Última actualización: Sep 17, 2023 ⏰

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