Meses antes ll

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Ni siquiera un cuello alto y un poco de maquillaje lograron cubrir las pequeñas marcas amoratadas en su cuello. Todos sus compañeros comenzaron a silbar indiscretamente a los treinta segundos después de entrar por las puertas de entrada de la escuela, y maldita sea, fue tan humillante como electrizante. Estaba agradecida por el frío de finales de primavera y el sistema de calefacción de mala calidad del centro, porque mantuvo su cazadora con solapas puesta como una capa adicional de protección de los ojos indiscretos. No podía deducir si los susurros a su alrededor eran paranoia suya, o si los chismes realmente se extendían tan rápido.

Su casillero se le cerró de golpe en la cara y se dio la vuelta, saltando y mirando fijamente las facciones fulminantes de Osvaldo y los ojos de ónix que la recorrían con resentimiento.

–Buenos días, Victoria – se burló.

–Osvaldo, ¿qué diablos quieres? – ella desafió, pero él la agarró del brazo y la arrastró al otro lado del pasillo, hacia el baño de las chicas, con algunos de sus compañeros de clase esparciéndose por la puerta al verlos pasar.

Ella se retiró de su aguante como una fiera. Era pequeña y muy tierna, pero tampoco se dejaba de cualquiera.

–¿Con quién te acuestas, Victoria? – escupió.

–¡¿Qué?! ¡Con nadie! ¡Y no es asunto tuyo, de todos modos!

Él tiró del cuello de su abrigo, mirando fijamente los chupetones.

–Eres mi chica, por supuesto que es asunto mío.

Victoria levantó la barbilla, con la mandíbula despuntada. No iba a dejar que Osvaldo la amedrentara como había hecho con el resto de sus novias, o al menos eso se le comentaba siempre.

–No soy tu chica, ¿recuerdas? Hablamos de tomar las cosas con calma.

Él gruñó.

–No decías lo mismo cuando casi te follo en el baño de aquella discoteca. ¿O es que acaso para esto querías tomar las cosas con calma? ¿Para poder revolcarte con cualquier otro fulano?

Él dio un paso inquietante hacia ella, y su determinación comenzó a desvanecerse. Se adentró en el azulejo frío de la pared del baño y tragó con fuerza, agarrando sus libros contra su pecho.

Osvaldo apoyó su mano derecha contra la pared junto a la cabeza de Victoria, inclinándose de cerca y acaparándola. Su aliento olía a cerveza y apenas eran las ocho de la mañana.

–Ahora, ¿a cuál de estos imbéciles tengo que darle una paliza por jugar con mi chica?

–Osvaldo – murmuró, mirando hacia otro lado.

–¿Fue Óscar? Sé que está como un perro detrás de ti.

–No es él, Osvaldo, ¿por quién rayos me estás tomando? No voy follando con cuánto humano y semejante se me cruce en el camino. Además, Óscar es territorio prohibido para mí.

–Que jodido de ver ser para Antonieta que el tipo que le gusta esté babeando por su mejor amiga.

–Deja de hablar estupideces... estás borracho. Empezando un poco temprano, ¿no crees? 

Gruñó y golpeó la pared junto a su cabeza. Ella se estremeció. Las lágrimas comenzaron a picarle los ojos. Victoria le dio un firme empujón lejos de sí, jadeando cuando sus dedos se enterraron en su muñeca con dolorosa fuerza y la aventó contra su pecho.

–¡Déjame ir! – ella casi gritó, luchando.

–Voy a averiguar el nombre del imbécil que te chupó el cuello, Victoria – gruñó, con la cara desfigurada por la rabia que hizo que su estómago girara y que la bilis se arrastraran por su garganta – Y cuando lo haga...

Dile a HeribertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora