★ Y es tan incongruente. O1

2.3K 253 32
                                    

─Entonces, adelante

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

─Entonces, adelante.─ Winter dio paso al joven empapado de melancolía, tono de nihilista esparcido por su oficina, con solo cruzar la puerta le dio un escalofrío. De todos sus pacientes que había mantenido, desde personas con borderline hasta pacientes con TOC e incluso autismo, nunca había conocido alguien con una presencia imbuida, tan decadente y perversa como la de este hombre.
─Gracias.─ El psiquiatra cerró la puerta detrás de él sin quitarle un ojo de encima, tenía un comportamiento corporal paranoico, rascaba sus manos con impotencia mientras se paseaba de un lado a otro por la gran habitación, hasta que se quedó pegado observando una colección de vinilos un tanto polvorientos.
─Entonces... ¿Gusta decirme su nombre?─ Dubois alejo su silla hacia atrás para sentarse con elegancia, casi como un felino acomodandose para tomar una siesta, las tiras salientes de su traje así mismo asimilaban la cola de este animal.

Él, a diferencia de su paciente, se movía como un minino, tiene este magnetismo personal relajado y sereno, pero aun así seguía siendo el centro de atención con ese carisma que le salía de los pies con su movimiento y de los labios con su argumento.
─Simón, Simón Petrikov.─
En su palma pálida el médico apoyo su rostro, su mejilla sobre su mano mostraba una sonrisa picarona, no de coquetería, solo del mismo.
─Entonces tenemos el mismo nombre.─
Ojeo con cuidado mientras acomodaba sus lentes los documentos de sus pacientes.
─¿Y qué le sorprende a usted de eso? Es de los nombres más comunes que hay, aunque es mucho más común en Latino América.─
─Veo que le gustan los datos curiosos.─ Respondió sin dejar de buscar el informe de su actual paciente. ─¿Sabía usted que el ser humano solo utiliza el 10% de su cerebro para trabajar?─ Al encontrar su objetivo, lo puso en la mira, dejándolo a un lado de los demás documentos para analizarlo a detalle.
─¡Esa es una total falacia! Usted es psiquiatra... Como se le ocurre creer esa ridiculez.─ Al doctor se le borró la sonrisa del rostro, y no, no se le plagó de rabia incondicional, en su defecto, no podía estar molesto, sino sorprendido, era un hombre listo, pocos se atrevían a contradecirlo por el simple hecho de tener un título.

─Pues señor Petrikov usted ha sido el que ha decidido atenderse conmigo.─
Se le devolvió la sonrisa al rostro.

─¡No me confunda con que he venido acá por voluntad! Mi hija me ha traído aquí.─

─Pues quizás su amada hija lo ha traído acá por algo señor Petrikov.─

─¿Insinúa que estoy loco?─

─¿Hay que estar loco para ir a un psiquiatra?─
Petrikov no pudo seguirle la discusión, calló en vergüenza y se sumergió en sí mismo, mientras decaía sobre el suelo y se sentaba en él. Mientras leía el respectivo informe, mironeaba delicadamente al hombre que estaba frente a él, como un rayo de luz a través de la niebla, sus ojos castaños se abrieron ante él, tan profundos como una noche sin estrellas, lo devoraban. Sus crenchos pálidos y delgados se movían sin resistir a los caprichos del viento, revelando la delicadeza de su cuerpo. Cada parte de el era delgado y moreno, su piel parecía que lo habían vestido de besos, dócil como una hoja del libro más angustiante que pudo aver relatado alguna vez, pero al mismo tiempo con una esencia tan pesada como la de una ausencia de afecto en la infancia.
─Muy bien caballero... Según su informe, no solo tenemos el mismo nombre, también usted y yo tenemos la misma edad.─
─¿¡Disculpe!? Eso es imposible, porque si ese es el caso, a usted no le afectó en lo más mínimo la vejez.─ En eso su paciente podía tener razón nuevamente, el tenía unos ojos tan caídos por las ojeras que podía observarlas a kilómetros, o quizás sería por la tonalidad miel clara de estos mismos, melosos y acaramelados. Winter, en cambio, aún tenía una mirada de un joven en el apogeo de su adolescencia, se movía como uno, y no tenía ninguna cana notoria en su cabello, diferencia de Petrikov, que tenía un mechon completo. Él había notado que Dubois a pesar de ser un hombre, tenía una figura un tanto afeminada, unas caderas que casi causan traumas, y estaba completamente seguro de que con su brazo podía rodear su cintura, una figura tan androgina solo embellecia más su persona.
—Oh, ¿Y de qué edad me veo entonces?—

—No lo se... Unos 24 quizás.—
Winter no pudo soportarlo más y explotó de risa hacia atrás, tenía una risa pegajosa, como es que carcajadas tan escandalosas podían sonar en un estado tan fino y melifluo. Limpio sus lágrimas provocadas por su reacción, aun intentando calmar su propia risa.
—No... Tengo 47.—
—¿Que ha hecho para verse de tal espléndida forma.—
—Le he robado su juventud a una princesa.— Exclamó con ironía.
El castaño suspiro para sí mismo, dio vuelta su mirada, aventurándola por el lugar aún desconocido, para que sus ojos se encontraran con lo irresistible.
—¿Es eso un piano?—
—Lo es.— Dijo parándose de su escritorio, estirándose con la espalda un tanto arqueada, de pie se veía mucho más alto, aún le sorprendía la andrógina belleza que tenía. —¿Gusta visitar su melodía?— Se agachó mínimamente para poder estar a la altura del moreno.
—Quizás pueda permitirle analizarme.—

Ambos zapatos, el médico con botas negras altas, y su paciente con unos mocasines marrones al compás de un ruido descoordinado pero dulce al oído, similar a un tap.
—Tápese la nariz por favor.—
Advirtió el licenciado para levantar la tapa del piano, pero era muy tarde, Petrikov ya estaba asomando su cabeza entre todo el polvo cayendo en una gran tos, como respuesta a esto su opuesto solo respondió a sacudir su mano tratando de alejar el polvo.
El más bajo se dio una vuelta por el piano antes de sentarse.
—¿Ha tocado piano antes?—
—He tocado... Teclado.—
Sus dedos cayeron como plumas sobre un par de teclas.
—Por favor, observe la diferencia.— Dijo tomando sus manos para posarlas suavemente en un entrelazo de dedos.—Permiso.— Los dedos del castaño estaban llenos de heridas y cueros sueltos, pero eran cálidas como una tarta recién horneada, lo opuesto a Winter, que tenía sus dedos tan delgados como cuerdas de violín y fríos como el invierno en su estado más ocio vivo, y que casualmente Simón había notado que tenían un suave esmalte azul sobre sus uñas que lo hacían lucir como un cuerpo en estado de congelación de lo pálido que era.
Sus dedos presionaron nuevamente, pero con fuerza casi desesperada, como si hubiera cólera en sus manos.
—Lo ve... El piano requiere más fuerza, más pasión, para generar sonidos más profundos.— Desató sus dedos de Petrikov y volvió a su postura.
—Deja de tratarme de usted, me hace sentir viejo.—
Winter río, esta vez suavemente, como un maullido. —Entonces Señor... ¡Digo! Simón.— El nombrado observó hacia atrás de reojo. —¿Por qué crees que tu hija te ha traído hasta aquí?—
—Porque ella no cree en mis palabras.—
—¿Y cuáles son?—
—Usted tampoco me creerá.—
El médico descanso su mano sobre su hombro. —Que yo le tenga que dar un diagnóstico no significa que no pueda entenderlo.—
Su opuesto, sin voltear hacia atrás solo respondió reacomodando sus lentes, por cierto, muy similares a los de Dubois. —¿Qué tal si invitamos a tu hija a la próxima sesión?—
—Haga lo que usted quiera.—
—Pues tomaré eso como un sí.— Regresó sobre sus pasos al escritorio, dándole una hora para la próxima sesión. —Simón, acércate, acá por favor.— Una hojilla de color blanco un tanto amarillento con datos personales y registros de fechas cayó sobre las manos abiertas del llamado. —Justo ahí está su hora de entrada y se le cita la participación de su hija.—
—Gracias— Dijo intentando alejarse para salir, pero fue detenido por las manos de su ahora psiquiatra personal, quien no lo dejo tomar la hoja.
—Simón, espera.— Solicitó. —Si no viene acá por voluntad propia ¿Por qué estaba tan apresurado?—
Simón solo respondió a apuntar con su dedo índice, su reloj de mano, Winter alzo una ceja intentando dar a entender que no comprendía lo que estaba señalando.
—La hora, no soporto llegar tarde.—
—Oh, ya veo.—

Simon | Simoncest Donde viven las historias. Descúbrelo ahora