★ Bailando con locura, perdiendo la cordura. O4

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—Buenas tardes de nuevo, Simon

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—Buenas tardes de nuevo, Simon.—
Estrecharon sus manos entre los dos.
—Buenas tardes.—
Siempre que Petrikov entraba al frío consultorio, parecía que entraba dando un salto con sus pies, queriendo evitar tocar las líneas del lugar con sus zapatos.
—Siéntese por favor, se lo solicitó.—
Esta vez, Dubois no movió su silla para dar una entrada característicamente elegante de él, fue inmediato a sentarse a su escritorio, como si le pesaran las piernas, y se notaba al observar su postura torcida que él jamás se permitiría, ahora, más que una elegante caminata de gato, caminaba como un triste canino con la cola entre las patas.
—¿Cómo se ha sentido últimamente Simon?—
—¿Cómo se ha sentido usted?—
Hubo un desborde en el pecho de el de cabello cándido, la sorpresa fue repentina, repentina que genera astucia, y le devuelve la recompostura.
—¿Qué es este cambio de roles Simon?—
Sus risas desprendieron sé sus labios, carcajeo tan genuinamente que pudo sentir la energía recorrer nuevamente por su corazón, no era más que una risa liviana, pero se sentía como una tomada buena de aire bondadoso.

—De su mísero comportamiento.— Y como siempre, las risas eran cortadas por un comentario así, y no es algo que molestará, sino que sorprendía.
—¿Me veo miserable? ¡Discúlpeme! No tomé una siesta adecuada.—
—¡Deje de intentar engañarme! Conozco esos tristes ojos.— Ambos cristales de sus lentes entre sus ojos se observaban, como un prisma, la luz solar se reflejaba en ellos, pero acontece que los lentes de Winter estaban un tanto caídos, resbalándose por su respingada nariz. Petrikov estaba seguro de que podía leer, a través de sus azules ojos, un par de esferas céfiro que reflejaban el alma misma, y esas lecturas no eran más que simples textos, eran humanidad, humanidad que creía que el médico no tenía.

—Está bien… Tú ganas, tuve un problema personal, pero sería negligente cambiar de roles en estas circunstancias.— Arregló sus lentillas mientras pala breaba. —Y yo soy todo menos negligente Simon, aunque he hecho excepciones por usted.—
El moreno casi se fue hacia atrás con el comentario, exageradamente se le desordenaba el cabello sin darse cuenta, como una flor que se des envolvía de su capullo.
—Volvamos al tema principal.— El psiquiatra sacó un papel y un lápiz de tinta para poder escribir lo que su cliente le relataba. —Simon, ¿Tú haces algo más que buscar a tu esposa?— Un escalofrío le recorrió por toda su columna vertebral, como si una araña caminara por ella. —Tu hija está realmente preocupada, pues dice que apenas sales de tu departamento, ¿Es esto verdad?— El triste hombre asintió.
Winter sabía que no podía salir de su rutina, el placer de su vida era ser correcto en su afición, que calumnias saldrían de el sí es que se equivocaba dando un trato especial, pero había una hiperfijacion en este paciente deprimido, que deseaba salvar, debía de hacerle una encuesta, pero, aún tenían dos días más.
—Simon, me dijiste que bailabas en los museos con tu esposa, ¿Todavía bailas?
—Oh, ojalá un hombre como yo pudiera bailar como antes.— Murmuró para sí mismo. —Con quien bailaba antes.—
—¿Por qué Simón?—
—Mi espalda no me lo permite, estoy viejo y ya no puedo bailar tanto como quisiera hacerlo.— Observo sus tristes dedos con una bahía de penas en ellos, bahía que marcaba sus dientes y las mordidas de sus uñas en sus desolados cueros sueltos. —Pero sin Betty, no es bailar.— Winter otorgó un suspiro en seco, hasta que golpeo fuertemente la mesa con la intención de dar un discurso extremadamente histriónico, y es que su frustración y rabia se hacían cada vez más intensa, impotencia, era la palabra.
—¿Con quién bailaría yo un triste Valls?—
—Con su hija señor Simón.— Añadió el médico. —Cuando mi niña era apenas una chiquilla de once años, le enseñé a bailar jazz, se veía tan bonita con sus ojitos hechiceros.— Sabía perfectamente que un psiquiatra no debía de desahogarse con sus pacientes, pero no pudo evitarlo, boca ya había hablado, y los ojos de Simon ya estaban tan abiertos como su boca por su comentario, Winter parecía casi un personaje caricaturesco, verlo con reacciones humanas, algo impresionante para el científico retirado.
—Lo que trato de decir… Su hija está viva, puede bailar con ella, enseñale lo que sabes, que todavía la tienes.—

Simon no había analizado lo que tenía a gran profundidad, por la gran pena que lo mataba, por el regreso de su deseada amante perdida en el espacio y tiempo, se le hacía difícil, pues la estrofa, como imaginar que la libertad no tiene sentido si a mi lado no estas, lo conjugaba.
—Lo comprendo… Pero mi vejez no señor.—
—¿De qué hablas? Yo tengo tu misma edad y bailo como sobreviviente de la epidemia del baile.—
—Me he oxidado con el tiempo.—
—Mientras más se sueña despierto, menos se hace algo para cambiar la realidad.— Sumado acogedora se la otorgó al opuesto formal, irresistible y poderosa.
—Te puedo devolver el recuerdo del baile, si me lo permites.— Y se encajaron como collar en cadenita de oro, el arte de liberar el corazón de esas emociones catastróficas estaba tan presente. Se paró con cuidado, delicadamente sobre el cuerpo del otro.
—¿Has bailado tango alguna vez Simon?—
—¿No es el tango demasiado sensual parados hombres?— Cuestionó.
Sus manos subieron como orugas por sus hombros, la suavidad de sus toques eran el lenguaje más profundo que una persona podía expresar, y él lo hablaba a la perfección, La mano derecha se movía con una gracia impecable, mientras que la otra solo merodeaba por su espalda.
—Para nada, el tango nació entre hombres, ¿Sabías eso?—
—No tenía idea.— Atrás, derecha, se disocian los torsos, adelante, izquierda, narraban la voz de las notas musicales pegadas en la cerámica del suelo del lugar.
—No es tan diferente al Valls.— Agregó Petrikov. Mientras bailaban, observaba la figura prácticamente irreal del médico, se preguntaba si en algún momento podría trazar una línea desde su espalda hasta su cintura, quería saber si el traje lo hacía ver tan picaron, o si realmente era tan genuino como se observaba, aunque sus pensamientos era cuestionable, ya que lo pensaba bien.
—¿Quieres hacerlo diferente?— Y casi como si leyera su mente, se lanzó hacía atrás casi adormecido, para tener la excusa de encajar su palma en esa zona que tanto se había fijado, y como no hacerlo, si el médico con esas curvas y Simon sin frenos.
Winter volvió a su compostura e hizo dar una vuelta en espiral al pobre hombre que se encontraba ahora ente sus brazos, para después soltarlo sin dejar de tomar su mano y volver a unir sus cuerpos en una sinfonía harmónica. Sus manos se tomaron entre sí con tanta fuerza y pasión que Dubois pudo sentir la belleza en las cenizas de un corazón que alguna vez ardió por lo que amaba, sus cuerpos y pechos casi chocando entre sí, lo suficiente como para generar una melodía en sus latidos, en sus corazones de románticos empedernidos soñadores.

Y como si dos entes fantasmales bailaran un buen tango, siguieron hasta que sus cuerpos se agotaron, tanto fue la pasión que los lleno que Petrikov llegó a guiar la danza, el mismo. Winter estaba profundamente encantado con Simon, tanto que podía sentir una seda solar en el que lo tapaba con tanta pureza y amor, deseaba, anhelaba, que este hombre no tuviera miedo de sumergirse en su corazón, y que se perdiera en el cómo un marinero moribundo por no ver el faro.
Cayeron al suelo luego de tal baile extenuante, con los corazones acelerados y las respiraciones agitadas. Con la manga de su camisa, el moreno limpio, su sudor, el rocío de su piel.

—Me va a doler la espalda cuando llegué a casa.—
El doctor río. Winter se preguntaba en sí Simon fuera una mujer, si él lo fuera, sería la mujer de sus sueños.

Nota del autor.
Lamento si este capítulo es muy flojo, ha sido difícil escribir estos días, no se porque he estado agotado, pero amo demasiado escribir.
Por cierto, agradezco tanto pero tanto todo el apoyo que he recibido, simplemente infinitas gracias, me hace tan feliz ver todo el amor y cariño que le dan a mis escritos. :'-)

Simon | Simoncest Donde viven las historias. Descúbrelo ahora