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No deberías haberte puesto esta ropa. Deberías haber sabido que no debías ponerte algo así.
Para ser justos, mirabas esta ropa desde una perspectiva inocente. Elegiste ponerte una sudadera con capucha de gran tamaño que acababa de llegar por correo, negra con orejas de gato en la capucha y pompones blancos colgando de los cordones. Era pecaminosamente suave y calentita, perfecta para protegerte del frío reciente. Lo combinaste con un par de calzoncillos viejos de tu novio, unos que te apretaban las caderas pero que se habían estirado con el uso. No quisiste molestarte con pantalones de chándal y calcetines, ya que te parecía demasiado molesto en ese momento. En su lugar, eligió un par de calcetines negros hasta el muslo que le regaló Nemuri en Año Nuevo. Tenían los dedos rosas en la parte inferior de los pies, imitando las patas de un gato, lo que hacía que los calcetines parecieran más un regalo de broma que un regalo real. Sin embargo, eran gruesos y cálidos y, sorprendentemente, llegaban a la parte superior de los muslos con facilidad. No había dolorosos apretones ni estiramientos excesivos de la tela: estaban hechos para piernas regordetas como las tuyas. Naturalmente, te enamoraste de ellos al instante, y te los pusiste la primera vez que te pusiste tu nueva sudadera. Era un conjunto sencillo, cómodo. Lo elegiste porque era práctico para holgazanear por el apartamento en tu día libre, una opción racional para cubrirte en el sofá y acurrucarte con tus gatos.
Pero Aizawa tenía una perspectiva opuesta de tu ropa.
Deberías haberte dado cuenta de que un hombre, especialmente uno que se sintiera atraído por ti, vería este atuendo de forma diferente a como lo viste tú. Sí, puede que él estuviera de acuerdo en que el conjunto era cómodo y perfecto para relajarse, pero sus ojos veían otra cosa. Para él, no era un atuendo informal; no, era bonito, seductor, inocentemente escandaloso. En su mente, elegiste este atuendo a propósito para provocarlo, burlarte de él, ponerlo duro en cuanto te viera. La forma en que te acercaste a la puerta para saludarle, con una sonrisa en las mejillas y los brazos extendidos para abrazarte: le dieron ganas de devorarte allí mismo.
La dicotomía de la ropa, supones.
Teniendo en cuenta su perspectiva de las cosas, no debería haber sido una sorpresa que te levantara sin saludarte, te llevara a tu dormitorio y cerrara la puerta de una patada, para consternación de tus gatos.
── Sabías que había tenido un mal día, ¿verdad? ── preguntó retóricamente, dejándote caer en la cama, metiendo ya la mano bajo tu sudadera y quitándote la ropa interior. Protestaste, preguntando qué le había dado, insistiendo en que se sentara y se relajara antes de pensar en hacer algo lascivo contigo.
Todo fue en vano. Tus palabras se desvanecieron en cuanto separó tus amplios muslos.
Shouta deseaba vivir aquí, descansando entre tus piernas perfectas, con la cara hundida en tu coño regordete. Odiaba salir a tomar el aire, deseando que su rareza le permitiera estar sin oxígeno durante largos periodos de tiempo. Para él, cada minuto que pasaba lejos de tu coño perfecto era tiempo perdido.
