IX. Lullaby Tales

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Dedicada a laverdugo69

Mil gracias por leer!

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La Sexta Avenida se mantenía iluminada por un rutilante Times Square donde las notas de In the End poblaban las grandes pantallas. Jimin mordía su labio inferior como una especie de deporte capaz de diluir toda la ansiedad que los cigarrillos no habían podido eliminar.

Desde que había abandonado su despacho en Cuántico el escalofrío que a intervalos levantaba los vellos de su nuca se hizo casi permanente. Quizás la ducha involuntaria en Long Island le trajera más que malos recuerdos que aun trataba de comprender, el inicio de un molesto resfriado.

Por otro lado había tenido tiempo suficiente para reconocer que necesitada una entrevista directa con Min. Una donde no le diera tantas vueltas a la situación y el doctor finalmente le dejara tener acceso al registro médico de los que habían sido sus últimos pacientes.

Algo que bien sería considerado una tarea de verdaderos titanes teniendo en cuenta la que le acababa de gastar Min. Por otro lado Jimin había percibido algo más. Por una extraña razón el médico parecía divertirse cada vez que le retaba con otra oleada de sarcasmo.

Aun podía recordar la sonrisa torcida y hasta cierto punto maliciosa antes que su campo visual se redujera a manchas. Min parecía conocer algo que él no y eso solo le molestaba el triple.

—Por lo visto no te detendrás.

Le habló a la húmeda soledad de su viejo Ford mientras activaba el limpia parabrisas. El mecánico movimiento contra los cristales solo era acompañado por el ajetreo de una Nueva York que se preparaba para el acmé de la vida nocturna.

Circulando sobre el resbaladizo pavimento, el detective Park aparcó muy cerca de lo que solía ser un bar años atrás. La fachada casi abandonada donde las letras de un nauseabundo color neón hablaban de la inutilidad del sitio le trajo otro tirón en aquella área de su memoria a la que le temía con todas sus fuerzas.

Aun así, desechó ese sentimiento de inestabilidad dejando libre la llama del pequeño encendedor en su mano izquierda para acto seguido volverla a apagar, como si el fuego en su palma le diera una especie de tranquilidad morbosa.

En aquel lugar un poco inhóspito por el abandono, trabajaba el único hijo de Sally. Jonathan Fray, un afroamericano de robustas proporciones y un carácter del infierno pero que solía tratarlo como a su hermano pequeño aunque Jimin fuera mayor unos tres años.

—Hola, Joe. Veo que hoy tampoco seguiste mi consejo.

Fue el saludo del detective cuando encontró al hombre fregando la encimera con un paño que tenía el mismo aspecto miserable de la estancia. Solo el sonido apagado del saxofón en un blues triste y con referencias a Nueva Orleans acompañaba a los pobres diablos que como náufragos accedían a Vergessen Club.

—Deberías dejar de insistir en lo mismo. Este es el único lugar en el que no me echarán por decir lo que pienso, Chim, o por ser quién soy.

En eso Joe tenía razón. Aunque el mundo ya había avanzado lo suficiente y el país se convirtiera en el embajador de la diversidad de géneros y credos, aun no era suficiente para aquellos que querían colocarle etiquetas al amor y Jonathan Fray había luchado hasta contra su propia madre.

Una buena Sally formada bajo las rígidas ideas del catolicismo y un Long Island cruel como la hiedra, al punto de no querer ningún tipo de roce con su único hijo solo por aceptar que para él no existían rostros o identidades si se sentía atraído tanto por hombres como mujeres.

•DOPPELGAÄNGER•ymDonde viven las historias. Descúbrelo ahora