Resumen: Manuel viaja todo el tiempo a Buenos Aires con mucho entusiasmo, pero lo que cuenta es diferente a lo que piensa.
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Manuel dice que viaja todos los veranos y vacaciones de invierno a Buenos Aires porque, en sus palabras, es económico, una ciudad llena de cultura, rápido de llegar, está ahí nomás, al lado, país vecino. Eso le dice a su madre cuando le trae té y alguno que otro embutido, vino o licor artesanal. Eso le dice a su hermana cuando le trae alfajores y golosinas. Eso cuenta en el trabajo cuando trae anécdotas, fotos y videos. Eso le cuenta hasta al argentino que se le puso a hablar en el aeropuerto, porque los argentinos siempre hablan, hablan hasta por los codos, con cualquier desconocido, para quejarse, y Manuel de tanto ir y venir ya le tomó cierto cariño a aquellas críticas fútiles y anónimas.
Sin embargo, después de completar todas las formales molestias que son los controles y por fin es libre en el país que no es el suyo, recién entonces, deja de mentirse. Manuel sabe que viaja todos los veranos y vacaciones de invierno a Buenos Aires a verlo. Manuel sabe que probablemente Martín sabe que Manuel viaja a Buenos Aires sólo para verlo. Y Martín sabe que Manuel sabe que él sabe.
No le molesta que sepa porque ninguno lo menciona. Sólo se abrazan con fuerza, rodeados de turistas, valijas y personal. Se abrazan como un inicio, como el reencuentro, como si estuvieran los dos solos.
Lo que sigue son dos semanas en invierno o un mes y un par de días en verano, lo que logre sacarle a la pega para irse. Día que le dan libre, día que viaja, hasta el punto en que lo considera su segundo hogar, pero no porque Argentina siempre le dé la bienvenida, sino porque Martín se la da. Le ofrece su humilde departamento en Villa Crespo, a unas pocas cuadras del Parque Centenario. Manuel adquirió con los años una extraña obsesión hacia los patos que vivían en su pequeño lago, llegando al punto de convencerse de que podía domesticarlos.
―Ya están domesticados ―se rio Martín una vez y se acuerda porque el sol le pintaba reflejos dorados en el pelo y en la sonrisa, y hasta los ojos verdes parecían tener incrustaciones de joya―. No muerden, te piden comida, se hacen los locos nomás.
―¿Te piden comida?
―Sí, mirá.
Esa tarde compraron pochoclo para darle a los patos, lo cual después leyó en internet, no era lo ideal. Desde esa vez, siempre compraba pan para darles migas, porque le encantaba el ritual del parque: decirle a Martín que se apurara y que nunca terminara de preparar el mate, el termo, la yerba, las masitas; pasear por el camino largo y desmigajar el pan que les llevó especialmente a los patos. Hasta encontraba fascinante la manera en que todos los años discutían por lo mismo, él asegurando que podía reconocer a los animales, porque eran los de siempre y cada uno tenía su personalidad, si hasta les puso nombres. Martín se le cagaba de risa en la cara y lo contradecía.
―Qué te vas a acordar cuál es cuál. Hay una banda y son todos iguales.
Y en algún momento, cuando Manuel se perdía en sus ojos, en su risa o en su oro, la pelea perdía fuerza y la cambiaban por otra disputa: qué se come hoy. Era otra discusión en vano, porque en general, lo invitaba a comer.
Buenos Aires es baratísimo. Bueno, Manuel tiene un buen sueldo y trabaja al filo de las horas legales, sobrecargado y exigido como nadie, pero vale la pena porque después lo revienta todo con Martín, quien no gana mucho pero siempre pone el departamento a su plena disposición y eso es más que suficiente.
Salían a pasear todos los días que no pasaban en el parque, permitía que las librerías lo desvalijaran, compraba recuerdos para medio mundo y para sí mismo, iban a recitales, obras de teatro, exposiciones o cualquier cosa cultural que se encontraran en el camino. Martín el eterno guía, siempre lo insta a probar hasta el plato más extraño y es el compañero perfecto para irse de fiesta, fuera un bar de mala muerte, un antro o una discoteca cuica.
Los días que pasaba en Buenos Aires eran un paraíso, eso le contaba a todo el mundo cuando regresaba, te puedes comprar de todo, todo barato, alegaba. No eran los comentarios que se hacía a sí mismo. Los días que paso en Buenos Aires son un paraíso, está Martín, me da toda su atención, también guarda sus vacaciones para mí, pospone todo para mí, se compró otra cama que todo el resto del año no sabe dónde meterla pero se tomó esa molestia para mí, sólo para mí.
Está enamorado de él y ya ni se lo cuestiona. Pasaba todas las vacaciones pensando en decirle, en besarlo, en abandonar la cama que con tanto cariño le compraron para meterse en la de Martín, sin decir nada, sin siquiera mencionarlo, como si así hubiera sido desde siempre. No quiere explicarlo o poner nada en palabras, quiere que suceda y ya, pero también teme que cuando finalmente ocurra, ya no tenga razones para regresar a Chile, pero razones y responsabilidades tiene de sobra, entonces entra en crisis.
Quiere tiempo. Para arreglar su presente, para preparar su futuro. Quizás consiga que lo asciendan y entonces podría pedir que su cargo fuera en remoto. O podría pedirlo y listo. Tendría que ver qué hace con su gato, cómo lo transporta, no confía mucho en los aviones. Con la casa. Con su madre, con su hermana, con su caléndula favorita.
Pero tiene el tiempo. Manuel sabe que lo tiene en sus manos. Que Martín no menciona que sabe que va a vacacionar para allá sólo por él, pero igual lo dice en silencio, con sus sonrisas cómplices y astutas. Sabe que lo está esperando, porque cada vez que se despiden frente al área de embarque, ese silencio se torna pesado, tenso y denso hasta que se rompe. Hasta que Martín lo rompió. Siempre le tiraba una, le decía una frase o palabra que rompía el silencio pero lo rompía también a él. Lo desarmaba por completo, le arrancaba el corazón y Manuel con el corazón en la mano no sabía que hacer, afuera de sí mismo no sirve, entonces se lo dejaba en el bolsillo al argentino para que no se olvidara de él, para que se lo devolviera la próxima vez que se vieran.
Y la última vez que fue en verano, Martín lo abrazó con fuerza de despedida y él odiaba estos abrazos porque sabía que eran los últimos. Descansó su frente en el hombro ajeno, intentando retener todo el aroma que pudiera, deseando no respirar nunca más en su vida así el perfume no se iba nunca de sus pulmones.
―Te voy a extrañar cada día que no estés.
Manuel soltó el aire de la sorpresa, lo soltó porque necesitaba más aire, necesitaba hiperventilar para calmar o empeorar el ritmo de su corazón. La gente iba y venía, poniéndolo más nervioso, inhibiendo sus impulsos. Se mordió la lengua para no decir "yo también", porque si lo decía entonces no se iría nunca jamás, perdería el vuelo y luego se piensa el resto, cómo se sobrevive sin papeles ni trabajo ni pertenencias ni nada, si igual tenía a Martín, ¿No? Pero no, no podía darse el lujo de tirar todo por la borda.
Así que apretó tanto el abrazo que al otro le dolió y le prometió que se verían pronto. Huyó hacia los controles, pensando en que iba ser extrañado, no por un periodo corto o vago, sino todos los días que no estuviera.
Y cuando se sentó por fin en el avión, se aferró a las palabras de Martín porque sabía que faltaba poquito: poquito para volver, poquito para confesarse, poquito para, tal vez, mudarse. Si total, Buenos Aires es barato. Falta poquito nomás, ni me voy a dar cuenta, falta poquitísimo.
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Notas: Me hizo muy feliz andar escribiendo ArgChi de nuevo. Siento que esta pareja me impulsó bastante a la escritura y esta vez traté de ponerle más de mi estilo, que se verá mejor en el día 3 y 6, mis favoritos. Estoy contenta de participar este año, ¡Gracias por leerme!
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ArgChi Week 2023
FanfictionComparto siete one-shots por la ArgChi Week de este año, esta vez sí logré terminarla UwU El fanart de la portada pertenece a Anhue.