Resumen: Manuel desviándose del buen camino. Martín ya no tiene cura.
Nota: La idea de ArgChi o Barbarie lo interpreté como "le voy a refregar a todo el mundo a mi pareja y al que no le guste duelo a muerte con cuchillos". ¿Tiene sentido? Probablemente no. Disfrútenlo.
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Manuel no era esa clase de persona. Esa clase de persona pegadiza, demostrativa, que gritaba su amor a los cuatro vientos, que se besaba en público, ¡Si hasta darse las manos le generaba pudor! Y no sólo no era esa clase de persona: los aborrecía. A las parejas que caminaban semi-abrazadas (incomodísimo), a las parejas que se encontraban en la plaza a besuquearse (eugh), a las parejas que se ponían intensas como si las casas, los moteles y los hostales no existieran; aborrecía a las parejas que expresaban su sexualidad en el exterior.
Y a veces se cuestionaba, de que quizás, odiaba mucho más cuando expresaban su romanticismo. No era envidia, porque bajo ningún concepto quería aparecer en un video vacacionando muy tranquilo, donde su pololo o polola pone una rodilla en el suelo y enfrente de todos, enfrente de las señoras mayores, enfrente de los perros y gatos, enfrente de los chismosos, enfrente de los niños, por dios, los niños, nadie piensa en los niños, enfrente de todos, ¡De todos! Y lo peor, enfrente suyo, sacaría una cajita para pedirle matrimonio. Alguien filma. Se vuelve viral. A Manuel le daba pánico. Pánico escénico, pánico ansioso, pánico social. Todo junto. Estaba en su top tres de la lista de sus peores miedos.
Sin embargo, a la vida le gusta humillarlo. Que cada convicción que tiene, tuvo y tendría quede sentenciada a ponerse en duda, a mutar y dejarlo como un hipócrita, payaso, hazmerreír. A este punto debería estar acostumbrado. No lo estaba. Mucho menos cuando se trataba de Martín.
Prefiere ahorrarse los detalles escabrosos que dieron inicio a la relación con el argentino, pero lo cierto era que le había movido todo el piso; sus antiguos amores fueron apenas temblores y este era, en definitiva, un terremoto a nivel mundial.
Y así empezó a ceder. Empezó con sencillez, con un hueco legal en su odio hacia las parejas en el exterior que nunca había contemplado: las discusiones. Siempre se mantuvo neutral porque, en teoría, tampoco se debía mostrar los problemas de a dos en frente de otros, ya ni siquiera hablando de un romance, sino en general. No es educado ni agradable. Ahora, en la práctica, ¿A quién no le gusta el chismecito ajeno? Apagar la música y fingir que sigue sonando para escuchar una disputa en el transporte público, ya sea en vivo o alguien hablando por teléfono; ralentizar el paso y hacer de cuenta que uno se distrae observando una vidriera, cuando dos pasan a voz alzada y gestualidad exasperante; hacerse bien el weón, el que se está en sus propios asuntos, tomando un té o comiendo en una cafetería o en un restaurante cuando se agita una conversación en una mesa vecina. Por supuesto, era lo único que le perdonaba a las parejas de sus demostraciones públicas.
Y era tan fácil pelearse con Martín. Los dos sabían con certeza qué gesto hacer, qué tono poner, qué palabra exacta sacaría al otro de los estribos. Era tan divertido y adictivo, como apretar un botón. A todos nos gusta apretar botones. Manuel, a pesar de sus rebuscadas complicaciones y enrevesados comportamientos, le gustaba pensar que era un hombre simple. ¿Y qué más simple que hacer enojar a su pololo? Por supuesto, era mutuo. Y en el fondo, no le molestaba en lo absoluto.
La segunda concesión que hizo, de manera más consciente, fue los besos de saludo y de despedida. Estaba enamorado, de aquello no le cabía duda. Tal como recibía a sus amigos y amigas con un apretón de manos o con un beso en la mejilla, sentía que era perdonable dar un beso casto y simple en los labios de su actual pareja. Nadie le hizo nunca ni un comentario, pero Manuel se conocía y tuvo que luchar con sí mismo para permitirse, con gusto y no con culpa, aquella licencia.
Y después de esa autorización que se dio a sí mismo, todo se fue a la mierda. Coronado de gloria como HI-PÓ-CRI-TA. Certificado. Con honores. Un besito suave se fue convirtiendo en un beso, luego en un beso sostenido, aletargado, largo; perdió cada resquicio de voluntad que tenía si Martín movía los labios contra los suyos, si le rozaba la mejilla con las yemas de los dedos, si dejaba su aliento contra su piel.
En esos instantes, no se acordaba ni de su nombre, entonces, ¿Cómo sería capaz de recordar que estaban en público, que la gente seguía su curso, que esas personas se cruzaban con esta imagen, que a veces había amigos y conocidos obligados a desviar la mirada con cansancio o irritación? ¿Cómo iba a notar en esos momentos, donde el calor le inundaba el pecho y le hacía cosquillas agradables en la cabeza vacía, que se había convertido en lo que juró destruir?
Y lo peor de todo fue que la cosa no terminó ahí.
Aquellos saludos y despedidas se convirtieron en gestos públicos, en fragmentos de amor divididos en besos que querían ser parte de un todo, de un extenso, de un tiempo completo. Y a este punto, Manuel no tenía voluntad, sólo un enamoramiento que lo sobrepasaba.
Dejó de decir que no. Que Martín hiciera la wea que quisiera, se decía como si lo excluyera de las fotos que subía a las redes sociales, a las historias, a esa manera pública que tenía de expresar su amor. Y comprendía, por primera vez, que esos sentimientos eran tan grandes que no se podían limitar al cuerpo de uno, que lo excedían, que el metro y tantos de su altura no podían contenerlo. Y aunque no le gustara del todo, tampoco quería limitarlo, ¿No? Si igual estando en el baño del trabajo perdiendo el tiempo en las redes y encontrar que su pareja lo etiquetaba en tonterías le hacía feliz, por más vergüenza que le diera.
En algún punto se acostumbró. A la exposición reducida, a los espectadores seleccionados o anónimos, a la cursilería como expresión de amor. Incluso cuando no había nadie en la calle, los besos podían derivar a un rincón oscuro de un parque y otros lugares que a Manuel se le caería la cara de admitir, pero sin lamentar ni un solo encuentro.
Y ahora, cuando le tocaba presenciar una parejita mostrado públicamente los descaros físicos de su amor, ya no despotricaba horas con quien quisiera oírlo sobre la falta de respeto y consciencia. En vez de mostrar su doble moral tergiversada por la ironía del destino, Manuel decidía desviar la vista y dejarlo pasar.
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ArgChi Week 2023
FanfictionComparto siete one-shots por la ArgChi Week de este año, esta vez sí logré terminarla UwU El fanart de la portada pertenece a Anhue.