Día 6: Las cajas

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Resumen: Las cajas de la mudanza no son lo único que queda pendiente entre Martín y Manuel después de su separación.

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Uno piensa que cuando está triste, enojado, despechado o resentido, el tiempo pasa lento. Es una mentira. Para Martín, los ocho meses posteriores al rompimiento pasaron volando. Si lo analiza, el por qué pasaron con rapidez, como si nada hubiera sucedido, le echa la culpa a las cajas.

El romance con Manuel fue tórrido, pasional, violento como un terremoto y un orgasmo. Fueron tres años intensos que sí ocurrieron a su paso, despacio como una fotografía y un recuerdo suspendido. Y debería haber quedado en eso, en una fotografía nostálgica y un recuerdo congelado que no era más que una porción de su memoria, pero no era así porque seguía en contacto estrecho con él.

No pasaban diez días sin un irritante mensaje de su ex. Todo comenzaba con un "llévate tus cajas de mierda, weón" o "mañana tiro todo, te lo juro". En las cajas habían boludeces sin mucha importancia, eran dos o tres que no entraron en el mini flete cuando se mudó. Ni siquiera se acordaba con exactitud qué había en ellas. Suponía que estaba la baraja de cartas inglesas, que mucho no le preocupaban porque para el truco se usan naipes españoles y ese lo tenía a mano; papeleo importante que no se utiliza con regularidad, como la garantía del hornito eléctrico y del celular (que ni siquiera estaba seguro de que siguiera en regla); la lona playera enroscada que todavía no precisaba; el repuesto del coso del cosito de la cafetera; CDs viejos que no eran los que escuchaba con regularidad, los que no entraron en la caja que contenía los CDs a los que sí les tenía cariño; un arbolito navideño pequeño y ya viejo que servía más de adorno que de árbol principal para decorar; bolsas de regalo y colorinches papeles sobrantes que siempre decía que seguro iba a usar pero no recordaba haberlos utilizado nunca; y hasta los imanes que iban en la heladera, hoy en día pelada y aburrida. Sabía que contenían muchos objetos personales más, pero eran tan irrelevantes que ni se acuerda de cuáles.

La cuestión era que, cuando le llegaban las amenazas de Manuel, le respondía con simpleza: hoy voy, ya me las llevo, ni se te ocurra tirarlas, tengo cosas muy muy MUY importantes ahí, no toqués nada, ni se te ocurra, tan sorete como siempre, no me bancás una, encima que te cedí el depto, vos no sabés lo que es una mudanza así, a pesar de que la mudanza se dio hace ocho meses pero eso nunca lo mencionaba.

Entonces salía del laburo con bronca, con enojo, echándole la culpa de sus descuidos, siempre me amenaza, tan poco empático, qué le vi, no lo puedo creer, infumable este pibe. Se subía al auto y con todos esos sentimientos no podía manejar, así que se soltaba la corbata y se desabotonaba los puños de la camisa. Negaba con la cabeza, respiraba profundo y conducía hasta lo que en un pasado fue su hogar y que, de cierta manera, lo seguía siendo.

Manuel hacía homeoffice, así que era normal que lo recibiera en camisa y pantalones deportivos cortos. Ni tiene sentido de la moda, pensaba, pero miraba sus piernas con disimulo y corregía el pensamiento, que si igual usando shorts le hacía un bien a este mundo.

Estando allí se le removía todo lo vivido. El aroma a café y ese olor particular que tiene cada casa, que uno lo percibe únicamente cuando regresa. Era una composición del fresco de las plantas, el café, el pan tostado de la once y Manuel. No su desodorante, no su colonia, no su perfume; el aroma de su piel. La bronca se convertía en fuego y el despecho en un millar de te extraños que no podía pronunciar en voz alta, pero lo sentía correspondido en las miradas silenciosas de su ex.

―¿Vení' de la pega?

Manuel hacía las preguntas más estúpidas. Obvio que vengo del trabajo, le contestaría. Pero sabía bien que no era amabilidad lo que disfrazaba sus palabras, sino retrasar la mención del tema que lo traía acá. Ninguno quería mencionar las cajas.

―¿Cómo te diste cuenta? ―Se burló.

El otro alzó las cejas, como si su sarcasmo hubiera pasado desapercibido y el comentario fuera estúpido.

―No sé po ―contestó con desdén, y para demostrar su punto, tomó la corbata a medio desatar todavía en su cuello.

La forma delicada en que Manuel tomó su corbata, como evitando adrede que ninguno de los dedos tocaran su cuerpo, le hacía latir el corazón con rapidez. Deseaba con ganas que tironeara de ella, que lo acercara a él y que el destino de esa acción fuera un beso, pero parecía estar esperando una respuesta que Martín no iba a dar.

Y como los segundos se dilataban, se hacían tan eternos como la semana que no se vieron, Martín lo tomó del rostro y lo besó con ganas.

Se quedaban hasta tan tarde cogiendo que solía quedarse a dormir. A veces pedían delivery y ya no se peleaban por quién lo pagaba o quién lo iba a buscar abajo. Se contaban su día en la cama, comiendo o sólo tomando el té, como si la ruptura nunca hubiera sucedido. Pero sucedió, entonces Martín se encargaba de atesorar cada detalle, cada roce, cada sonrisa, cada porción desnuda de su cuerpo cerca del suyo. Cada parte de aquello que construyeron los últimos tres años que nunca tiraron abajo. Seguía extrañamente firme, a pesar de las circunstancias.

Y antes de quedarse dormido, siempre olvidaba los desacuerdos, las disputas y las peleas, convencido de que era absurdo que hubieran terminado, un arrebato boludo de esos que tanto tenían los dos. Mañana le ofrezco de volver, mientras desayunamos, se prometía con firmeza, con Manuel acurrucado entre sus brazos, enamorado todavía de su calor, de la paz que sentía sólo a su lado, del departamento que ya no era suyo pero seguía siendo suyo, de las plantas que ya no regaba pero que acariciaba sus hojas cada vez que estaba acá, del balcón cuya vista se sabía más de memoria que el de su propia casa.

Sin embargo, las mañanas siguientes siempre eran apresuradas; no debería haberse quedado tanto tiempo en la cama haciendo fiaca junto a Manuel, que llegaba tarde, que no alcanzaba a desayunar, que nunca le daba el tiempo. Un beso rápido en los labios y salir corriendo de nuevo a su auto mal estacionado frente al edificio.

No pasaba nada. Tendría otra oportunidad pronto. Hace meses que estaban viviendo de la misma manera. Manuel lo amenazaba con tirarle las cosas, Martín socorría para salvarlas y al final, ambos "olvidaban" el asunto de las cajas. Sospechaba que nunca se deshacía de ellas porque era su forma de retenerlo, como el otro debía saber que no se las llevaba porque era su forma de regresar. Si al final, era imposible que alguno de los dos se olvidara de las cajas, ya que permanecían a la vista siempre, estorbando al lado de la puerta, del departamento chiquito, de la vida de los dos; eran las protagonistas de tropiezos, de los mensajes, del nuevo inicio o el repetido retorno, a la espera de que ambos volvieran y pudieran ser desempacadas otra vez, de una vez por todas, para terminar el tira y afloja interminable en el que se habían enredado.

Quizás la semana que viene. O la que sigue. O el mes siguiente.

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