El lobo feroz

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—¿En serio tengo que cruzar el bosque

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—¿En serio tengo que cruzar el bosque... sola? —me quejé, dejando de mala gana en la mesa del comedor la cesta que mamá.

Como ya había pasado a ser costumbre, todos los inicios de semanas al salir el sol y los pájaros, tenía que movilizarme por el pueblo mediante el claro del desolado bosque, donde en una pequeña cabaña me esperaba mi abuela por sus provisiones.

—Ayer me dijiste que eras lo suficientemente grande para dejar el pueblo.

Rodé los ojos. —Eso es diferente —rechisté—. Quiero descubrir el mundo, enamorarme y estudiar. En el orden que sea.

—Lo harás —se burló cuando mis ojos brillaron con emoción—. Después de llevarle esto a tu abuela.

Casi me caigo de bruces cuando me entrega la cesta y mi caperuza. Murmurando por lo bajo, salgo de mi cabaña y emprendo marcha por el camino de piedras que conducía hacia la otra punta del bosque, justo donde la pequeña casa de la abuela estaba. 

Hice caso omiso a mis inquietudes, así pues, no me quedó de otra que tararear una melodía desconocida. Mis ojos se desplazaron por el arboleado húmedo y vivo, pude detallar como los pájaros se despertaban y como las ardillas jugueteaban entre ellas. Mi lado del bosque era más seguro, pero mientras que más me internaba en él, se iba tornando desapacible.

La oscuridad me sumergió, parecía como si de pronto toda la vida hubiese quedado atrás. Me detuve al pasar de los minutos, confundida porque podía asegurar que aquél sitio no se asemejaba en nada con la ruta que semanalmente mamá me obligaba a cruzar. Este, por el contrario del otro, estaba desolado y las temperaturas descendía a cada paso, además que los arboles se entrelazaban hasta el punto que no podía vislumbrar el cielo.

Espantada seguí el sonido del río, más sin embargo, al contrario de lo que había pensado, era una cascada. Sedienta por las horas de recorrido, dejé la canasta y me arrodillé para tomar todo lo que mi cuerpo pidiese de hidratación. Posteriormente, me animé a continuar, pero el destino no me dejó. Cuando hube asido la canasta, un grave gruñido me alertó, dado a eso mi primera reacción fue virar en todas las direcciones con la meta de hallar el promotor de aquel súbito sonido.

Como no encontré ningún peligro a mi alrededor, estuve tentada a volver sobre mis pasos y tratar de ubicarme, en cambio mis pies contradijeron mis órdenes y se acercaron a la caída de agua. Una vez frente a ella, pude observar el gran hoyo detrás y un corto estrecho que conducía hasta la cueva. Aferrándome a una valentía que no conocía, guie mis pies cubiertos por unos zapatos rojos. Con la corriente de agua tras mío, anduve pocos metros.

 Y cuando el gruñido volvió a retumbar, solo que esta vez, dentro de la caverna. Unos ojos rojos me observaron en la oscuridad, pero contradiciéndome, no temí. Era más un sentimiento... ambiguo y que me daba miedo, realmente.

"¿Sabes el error que acabas de cometer, niña?", dijo una voz dentro de mi cabeza, y en seguida supe que el dueño de aquellos ojos bañados en sangre era el propietario.

—¿Por qué intentas intimidarme? —Alcé el mentón—. Mi madre siempre me ha dicho que, lo que se dice de ti es mentira. ¿Por qué nunca intentas justificarte?

Me acerqué a esos ojos rojizos que parecían llamarme como las polillas a la luz. Deseaba tanto deslizar mis dedos por su pelaje.

Por unos segundos que parecieron eternos, el lobo calló. Hasta que su voz barítona resonó en mi cabeza: "Mírame, niña. ¿Me creerías si negara mis supuestas fechorías?".

Su voz lograba acelerar mi pobre corazón.

Aunque, en ese momento, el lobo tuvo su punto.

"Cuál es nombre de la valiente niña que ha decidido hacerle frente al lobo feroz".

—Mi nombre es Mily, y no soy una niña. Tengo veintidós.

Obviando lo que dije al respecto de mi edad, soltó: "Mily", saboreó mi nombre. "Me gusta, pero es muy común...", se silenció, cavilando. "Creo que Caperucita Roja te hace más honor". 

Me reí, dispuesta a despedirme de mi nuevo amigo, pero el lobo gimió, como si alejarme de él le resultara dolorosa.

—Por favor, no te vayas... aún.

Aquella vez, la voz del lobo no había resonado en mi mente, sino que había retumbó fuerte y claro por toda la cavidad natural. Eso solo significaba que el licántropo había tomado su forma de humano, y eso lo que consiguió fue alterarme a grandes escalas. Unas enormes manos deslizaron sus dedos con largas garras en el contorno de mi mejilla, con tal delicadeza con la que se toca la porcelana o una joya, causando que mi pobre corazón se acelerase.

—¿Cómo te llamas? —sonreí, mirando sus ahora ojos verdes.

—Ossian —gruñó.

—Es un muy hermoso nombre.

Antes de que lo viera venir, estaba acorralada entre él y la pared rocosa de la cueva. El eco del bombeo de nuestros corazones no era normal.

—¿Por qué de repente siento como si jamás quisiera despegarme de tu lado? Como si mi vida de ahora en adelante girase en torno a la tuya, como si el imaginarte me acelerara el corazón pero tenerte entre mis brazos no le hiciera competencia. Mi mente me pide que te deje ir, pero mi corazón me exige que te mantenga a mi lado —Su aliento me estremeció. Cada que soltaba una palabra, el músculo encargado de la circulación de mi sangre parecía a punto de estallar—. Tu olor me atrae desde que entraste, y aunque deseo que des vuelta y mantengas una vida normal, no creo poder dejarte ir.

—¿Eso qué significa?

—Que eres mía. Mía para amar, mía para cuidar.

—¿Eso en qué me convierte?

—En mi alma gemela, en el amor de mi vida, en mi mujer y en lo más importante; en mi amor.

El día en el que el lobo se disfrazó de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora