Un muy enojado Omega caminaba a paso firme por los pasillos del Camp Nou, buscando a su Alfa con el ceño fruncido y las manos cerradas en puños.
—¡Lewis Carl Davidson Larbalestier Hamilton!
Y lo encontró... Pobre de él.
El Alfa, con una cara de absoluto espanto, volteó lentamente, aceptando su triste destino.
—¡Lo que sea que Carlos te haya dicho no es cierto! Yo no fui quien lo empujó por las escaleras… O sea, fue la gravedad, además, sigue vivo…
—¿Qué? —Gavi podía escuchar los lamentos de su querido hermano en la lejanía, pero en ese momento había algo más importante.
—Oh… ¿Qué sucede, cielo? —Mierda, no era eso lo que quería decir, su bocota otra vez… Ni Colapinto caía tan rápido.
—Voy a ignorar eso, pero explícame esto. —Gavi le mostró la pantalla de su móvil.
—Es una foto de un Alfa muy sexy…
—No estoy para bromas, Hamilton...
—¿Qué tiene? Es una foto mía.
—¿Qué tiene? ¿Qué tiene? ¡Se ven tus pectorales y tus pezones, Lewis! ¿Cómo puedes enseñarlos al mundo?.
Hamilton parpadeó, confundido, Gavi lo miró con más enfado por la carita de perrito tierno y confundido que había puesto.
¿Qué clase de Alfa le tocó? Debería haberle hecho caso a Carlos cuando le advirtió.
Hablando de Carlos, después debería asegurarse de que siguiera con vida.
—¿Qué? Espera, Gavi, hacía frío, es normal que…
—No, ahora mismo vas a llamar a Horner y le vas a decir que elimine esa foto de todos los sitios en los que exista.
—Esto es ridículo.
¿Cómo era posible que él, un Alfa de élite, dominante, en la cúspide de las castas, el siete veces campeón mundial, se dejara mangonear por un Omega más enano que él?
No, no, señor, no lo iba a permitir.
—Mira, Pablo, no…
—¡Ahora!
—Está bien, mi cielo…
Bueno, no sería de Alfas no complacer a su dulce, hermoso, diabólico y tierno Omega.
¿Verdad?
