Capítulo 2: Boogie Down to History Town

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Recuerdo una época oscura.

Una en la que me hubiera levantado de inmediato, aterrada ante la idea de perder el tiempo. Como si estar en ese colchón me quemara la piel. Como si esa habitación no fuera mía y no debiera estar ahí ni un minuto más de lo necesario. Mis orejas tensas, preparadas para oír cualquier llamada, queja o grito que me llegara desde fuera. Como si dormir no fuera una necesidad, sino un privilegio.

Pero esos días quedaron atrás. Por eso, cuando escuché el despertador y lo paré con parsimonia, remoloneé en la cama, presa de la comodidad. Me había desacostumbrado a renunciar al sueño tan pronto.

Fue necesario que Ghost me mordisqueara los dedos de los pies para que finalmente me incorporara, recordando súbitamente lo que tenía por delante.

Cuarenta minutos estuve arreglándome y maquillándome tras desayunar. Aunque había perdido la costumbre de madrugar, el maquillaje era una habilidad bien dominada. Tras tanta práctica era algo que jamás olvidaría, se me hacía tan natural y sencillo como leer o montar en bicicleta.

Preparé mi piel con tónicos y crema hidratante, me moldeé la melena con fijador, usé peines de cejas y pestañas, brillo de labios y grueso eyeliner. Dispuse entonces la base, un poco de sombra oscura sobre los párpados y finalmente lo sellé todo con polvo traslúcido. Me arreglé también las uñas y las pinté de negro brillante, aun estando cortas.

Finalmente, la vestimenta: un modesto pero lindo vestido lila pálido con botones y manga corta, la falda bajaba unos centímetros de las rodillas. Un par de pulseras, pendientes plateados con forma de media luna y botas blancas de tacón cuadrado. Y por supuesto, la botella de abominación en la cintura, por lo que pudiera pasar. El pelo volvía a estar recogido en una coleta, aunque esta vez mucho menos alborotado.

Me miré al espejo satisfecha. Un atuendo formal, pero no demasiado despampanante. Adiós a la mugrosa viajera, hola a una nueva y elegante Amity. Me gustaba sentirme guapa y femenina de vez en cuando.

Sin más dilación, salí por la puerta principal y ya en el porche monté en mi bastón para volar hacia mi destino. Dejaba atrás una casa mediana de dos plantas (más el taller/sótano) de aspecto cuco, pero no ostentoso, situada en las afueras de Huesoburgo, no lejos de la Axila Derecha. Accesible y cerca de todas partes, pero con apenas vecinos, lejos del bullicio de la ciudad, entre colinas arboladas. Había sido reformada recientemente, añadiendo nuevos muebles y siendo pintada de malva por el exterior.

Aquella fue la primera propiedad que adquirieron mis padres cuando se casaron, antes de nacer mis hermanos y mudarse a la Mansión. Ella quería demolerla; él insistió en que la conservaran por si acaso. Trato de no pensar mucho en ello, ahora es donde vivo y eso es lo importante.

Volaba respetando el límite de velocidad, disfrutando el trayecto. Era una mañana apacible y fresca, vi cómo la ciudad empezaba a despertar al penetrar en la zona urbana. Algunos transeúntes iban también volando en bastón, otros en carruaje o en medios de transporte público como huevos o grandes criaturas, otros caminando por la acera.

Muchos se quedaban mirándome al reconocerme o me saludaban amablemente. Algunos incluso me señalaban, pero esto pasaba cada vez menos. Se habían acostumbrado a que merodeara por ahí como una más, de la misma forma que yo me había acostumbrado a ser una pequeña celebridad. En cualquiera, incluidos los que apartaban la mirada fingiendo indiferencia, apreciaba ese brillo en sus ojos de admiración, complicidad, respeto o miedo. Pero al final, no me trataban de forma especial,  el ruido del trabajo y las conversaciones no se apagaba y yo lo agradecía.

Tras el caos causado por el Coleccionista y Belos, fue difícil encontrar una construcción o vivienda que no hubiera sido dañada de alguna manera, pero los edificios blancos adornados de dientes, ojos, garras y cuernos volvieron a alzarse orgullosos en el corazón de las Islas Hirvientes. Te llenaba el corazón ver cómo poco a poco los campos de refugiados se vaciaban y la comida y los medicamentos pasaban a distribuirse a tiendas y establecimientos urbanos, la construcción de infraestructuras esenciales se convirtió en la de nuevas escuelas, centros de ocio, parques. Huesoburgo por fin había salido del pozo y progresado. Huelga decir que había requerido un esfuerzo titánico (nunca mejor dicho) de todos nosotros. Descubrimos que de los escombros pueden emerger nuevas oportunidades y motivos para continuar, para tener esperanza.

Blighted: Una historia de The Owl HouseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora