—Oh, querida Julieta— me dijo mi padre, desacomodando el cabello de mi frente. —, quien te despose debe ser un hombre con dinero, porque debe de tenerte como yo te tengo, como un diamante, y debe de quererte como yo te quiero, porque eres un diamante en bruto— bromeó, a lo que desencadene unas enormes risotadas.
—Padre, ya te lo he dicho, me quedaré en casa... cuidaré de ti y seguiremos yendo a pescar.
El empino su cabeza al suelo, haciéndome sentir muy curiosa de su actitud tan desolada, extraño en un hombre tan feliz. —Ojalá de alguna manera, pudiese saber que no apagaras tu brillo...
—¡Padre!— lo refugié entre mis brazos. —Jamás lo haré, ¡Tú eres quien ha depositado tanto brillo en mi vida que es imposible hacerlo desaparecer!
—Tu brillo no debe depender de nada ni nadie, hija mía— suspiro, y me sonrió levemente. —algún día yo no estaré... y tú deberás volar con tus propias alas, encender tu propia luz, ¡Aunque el viento quiera apagarte, debes renacer como el fénix!
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.Sentir la ausencia de mi padre en la boda era desconsolador, un vacío en el corazón inundaba mis ojos de lágrimas. Intentaba reír, ser quien todos esperaban que fuera, una mujer fuerte y que había aceptado su papel. Callar mis anhelos y esperanzas, simplemente dejarme llevar por malas manos.
—Lo lamento Padre— susurré para mí misma, caminando hacia el altar. —No logre renacer como el fénix— agregué.
Lord Lionel me esperaba, sonriente, y ya conocía la tela de humo que se ocultaba tras ese vil estiramiento de labios. Tomaba a mi madre fuerte de la mano, quien a falta de mi Padre, fue quien me acompaño a caminar hacia el altar. Ninguna de las dos sabía hacia qué lado de la carretera lanzarse al salir de la boda, sentí que estábamos caminando hacia un ataúd, como en aquel momento cuando murió mi padre, pero esta vez, quien estaría en esa urna sería la Julieta que una vez tuvo esperanza de que podría zafarse de ese matrimonio.
Al llegar hasta el frente de Lord Lionel, él se acercó a mí para plantar un beso en mi mejilla, sintiendo sus labios resecos y su mirada penetrante demasiado cerca. —Sonría un poco Lady Julieta, no cause problemas... —murmuro, sin dejar caer su sonrisa.
—Sí, acepto.
Dos palabras que confirmaban la pena de muerte de mi alma. Firme, con un rifle apuntando a mi cabeza, mi sentencia, mientras disimulábamos una libre elección. En pleno sufrimiento, el mismísimo diablo tomaba mis manos y compartía el vals conmigo en el medio del salón, dónde todos nos observaban con adoración y felicidad, misma que se me obligó a caracterizar.
Todos pensarían que la mirada de Lord Lionel hacia mí, era sincera, cariñosa, pero solo quien la veía tan cerca como yo podría haberse dado cuenta que tenía un nido de espinas en su pupila, ocultas tras las rosas de su iris.
Los invitados me felicitaban, había conquistado a un "gran prospecto", un hombre de la nobleza. Hablaban muchas cosas, pero a la vez no me decían nada, oraciones al unísono que chocaban contra el techo del salón y terminaba en acuchillarme el cráneo.
Deseaba que las horas pasaran lentamente, no podría imaginarme tener que irme a dormir a una cama diferente, un palacio extraño, a dormir con un desconocido, me estaba muriendo y no podía decir ni siquiera mis últimas palabras.
—Mis condolencias, querida Julieta— inesperadamente Lord Daniel se me acercó, mientras me posaba al lado de la mesa de bocadillos. —Esto no debió haber pasado de esta forma... no sabe lo que yo hubiera dado por saber que si me quedaba ahí, usted sería mi esposa.
—Lord Daniel, no afirme cosas impropias.
—Usted lo sabe, Lady Julieta. Estábamos juntos en ese closet, nosotros deberíamos estar celebrando juntos esta noche— afirmo nuevamente.
Di dos pasos lejos de él, pero no deseaba levantar las sospechas de los invitados, no necesitábamos un escándalo más grande. —Me debo retirar, pero fue agradable hablar con usted, Lord Daniel— conteste en voz alta, intentando que los demás supieran que todo estaba bien.
—Siempre estaré cerca, Lady Julieta. Prometo comprar una casa en Liverpool, para estar cuando usted me necesite— susurro, sonriendo levemente.
—No le necesitaré, mi Lord, eso téngalo por seguro— respondí, ardiendo en llamas.
Se carcajeó de mi respuesta. —He vivido toda mi vida con Lionel, créame que necesitará de dos cosas... o se hunde en el alcohol... o se hunde con un amante. Mi hermano tiende a enloquecer a la gente, se dé lo que le hablo, cuando el asecho de él a usted comience o quizás su rígida desolación, usted necesitará que alguien tome su mano para soportar y mantener la cordura.
Sus palabras me asustaron mucho, realmente lo hicieron, tanto que un escalofrío recorrió mi espalda y termino en mi cuello. Era como si hablara de un psicópata, de un monstruo sin ataduras. Sin embargo, no podía fiarme de la palabra de nadie, porque tenía muy claras las intenciones de Lord Daniel hacia mí: buscar una nueva amante. Tener ese sentimiento de adrenalina por unos segundos de acostarse con la esposa de ese que llamaba "hermano". Se escucha como una historia salvaje, llena de pasión, cuando en realidad solo es una persona que desea llenar un vacío... un vacío que aún no ha entendido, que tiene una gotera en el fondo, que cada que lo llena, se filtra la satisfacción nuevamente.
—Hija mía... debo hablar contigo— me decía mi madre, cuando coincidimos en las escaleras. —No sé qué más hacer...
—¿De qué hablas, Madre? — tome sus manos y estaban heladas.
Ella sujetó mi brazo y me llevo al pasillo de arriba, dónde nadie pudiera oírnos. Mirando lado a lado y estando muy al tanto de no ser escuchadas ni con propósito de ello. —El carruaje ya está listo, Julieta. Tus maletas también, y tienes suficiente dinero, alguien de confianza te lo hará llegar cuando llegues a Irlanda.
Giré mi cabeza de un lado a otro. —No lo entiendo... no sé de qué me estás hablando. ¿Te has dado cuenta de que me acabo de casar con un noble? Si escapo, quizás la familia Percy quedé en su lista negra— temblaba, tanto que me puse pálida, no podía entender la osadía repentina de mi Madre.
—Haz lo que te digo, dije que iba a hacer lo posible... por eso no puedo permitir que te vayas con ese hombre... no puedo — vi una lágrima bajar de su ojo, pero aun así, me volvió a halar del brazo, dirigiéndome hacia la escalera que daba al patio trasero, ignorando la melancolía que oculto por días desde el escándalo. Corríamos como prisioneras al ver una luz asomarse en una puerta... por poco podía sentir el aire y el pasto fresco.
Justo antes de salir por puerta, me atraparon dos manos. Me sujetaron tan fuerte que vi como mi vestido se deslizó hacia arriba. —¿A dónde va, Vizcondesa?
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Indecorosamente tuya
RomanceLady Julieta, la dama de oro, hermosa y brillante como el amanecer, obligada a casarse con Lord Lionel, un Vizconde; ambos encontrados en un armario por la nada dócil realeza de Birmingham. Nada ha sido una elección, ni siquiera enamorarse del mejo...