Capítulo 2: Destellos de libertad

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Capítulo 2: Destellos de libertad

Los guardias empezaron a correr hacia Cath.

Si algo le había enseñado su prolongado cautiverio era a pensar con rapidez bajo presión. Ella ya había pensado con anterioridad en posibles escapatorias a multitud de peligros mientras cerraba los ojos en su celda y se abstraía mentalmente, generando una especie de juego de estrategia cuyo objetivo final era escapar de una situación ficticia con vida. Mayormente ganaba, o al menos eso era lo que quería creer. Eso le aportaba una ventaja táctica que en ocasiones compensaba la falta de fuerza derivada de su pequeño cuerpo.

Sin embargo, esta vez, la única en la que el juego no era un simple juego, no estaba tan segura de que fuera a lograrlo. Sin embargo, aquello que sentía mientras se escondía en aquel barril de vino rancio, intentando distinguir el exterior a través de las rendijas astilladas, no era miedo, sino adrenalina. Y esperanza, esperanza por obtener la libertad que tanto había deseado. Era esa libertad la que divisaba más allá de los destellos de luz procedentes del largo pasillo que se colaban a través de las grietas en la madera.

–Te lo dije. Te dije que esta noche se los iba a cargar, y tú diciéndome que no se atrevería, que no sería capaz. ¡Pues mira si ha sido capaz! –insistía Gaz, en un intento de mantener la calma pero con la voz entrecortada por el esfuerzo de las zancadas. Su compañero se limitó a emitir un leve gruñido sin ni siquiera abrir la boca. –Lo he visto, ¿sabes? He visto algo en sus ojos cuando esta noche hemos pasado por su celda. Era una mirada de decisión. Había destellos de esperanza en ella. Dios, Taz, ¿qué va a ser de nosotros? Ya sabes lo que pasará si lo descubre Lord Fairfax...

–Lo sé de sobra –replicó al fin el segundo corredor–. He oído los gritos de dolor de los presos de la sala de al lado –añadió Taz tras una breve pausa, con aparente tranquilidad–. ¿Sabes una cosa? Me da igual. Estoy harto. Nunca quise alistarme al grupo de guardia, y no me importa si me ejecutan por inepto.

Taz siempre quiso formar parte del batallón de exploración, pero sus padres lo reconsideraron cuando Lord Fairfax se apareció en su pequeño y humilde domicilio para ofrecerles una importante suma de dinero a cambio de alistar a su pequeño a la guardia Noroeste. No era muy común que Lord Fairfax estuviera interesado en reclutar jóvenes campesinos, y esta vez no estaba dispuesto a aceptar un no por respuesta, pues, según argumentaba, no había visto un joven corredor con un potencial oculto semejante desde hacía varias décadas. Además, en casa de Taz se pasaba hambre –al igual que en la mayoría de casas del Señorío Occidental–, y la ofrenda de Fairfax ayudaría sin duda a pasar el invierno. Finalmente, sus padres accedieron y desde aquel día el sueño del pequeño se vio truncado. Recibió instrucción militar, claro está, pero nunca llegó a ser feliz. Nunca hasta ese preciso instante. Ahora había despertado y, lejos de seguir su deber de encontrar y apresar a la prófuga, decidió que era hora de escapar él también de allí, pero antes necesitaba encontrar a la muchacha.

–Escucha, Gaz, tengo un plan –dijo Taz.

–Más que un plan, tienes una orden diría yo, ¿no? Arrestar a la chica, así que no dejes de correr –le aconsejó Gaz–.

–No podrías estar más equivocado, querido amigo –replicó Taz, está vez con optimismo evidente–. Creo que confías en mí, así que no te lo voy ni a preguntar. Sígueme, creo que sé dónde puede estar.

–¿Pero qué dices, Taz? ¿Se te ha ido la cabeza? Mira, no tengo claro que esto sea una buena id...

Tras poder apreciar la seguridad en los ojos de Taz, Gaz decidió que era mejor no llevarle la contraria. Confiaba plenamente en su amigo.

–Está bien, vamos –dijo al fin Gaz.

La pareja de amigos se desplazaba por los pasillos del castillo a una velocidad de vértigo. No estaban buscando, pues ambos sabían ya dónde se encontraba la chica. Las posturas inhumanas que adoptaba la joven en su celda durante las horas de patrulla la habían delatado: una persona tan flexible seguramente buscara un escondite que a ojos de los demás fuera imposible. Eso Taz lo sabía, probablemente a causa de su dura infancia como pícaro.

Ambos continuaron corriendo sin cesar y en cuestión de medio minuto llegaron al último de los barriles de vino.

Cath comenzaba a adormilarse. La adrenalina no le servía de nada cuando estaba allí encerrada, oculta, así que su cuerpo había empezado a relajarse. Además, habían pasado ya unos minutos desde que había dejado de potenciar su vista, así que la carga de cansancio que tendría que soportar era inminente. ¡No puede ser! No, aún no... No te puedes dormir ahora... Varios segundos después empezó a notar cómo sus párpados le pesaban y se esforzó por mantenerlos tensos. Sin embargo, a sus ojos ya no les quedaban fuerzas. Entonces notó cómo el barril donde estaba se elevaba y comenzaba a moverse.

Era su fin, ¿o tal vez no?

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⏰ Última actualización: Sep 27, 2023 ⏰

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