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Terry había pasado una muy mala noche, una suma de cosas le dieron una de las peores noches de su vida. Una cama incómoda, mucho cansancio, algo de resaca y ella. Principalmente ella y su olvido.

Después de despedirse de Candy buscó un hotel decente en la pequeña ciudad, encontró uno que, aunque no le complacía del todo cumplía el objetivo de brindarle un lugar a donde ducharse, y descansar algunas horas. Después de registrarse decidió ir a un bar para comer algo, y tomarse unos tragos. Tomó un poco más de la cuenta, y regresó al cuarto de hotel, algo, pues, mareado. No completamente ebrio. Se dio un baño largo, y se lanzó en la cama como un saco de patatas. En medio de la madrugada despertó con una sed terrible y un intenso dolor de cabeza. Por alguna razón tenía un frasco de Tylenol en su bolso, y se engulló dos píldoras y volvió a la cama. A la mañana siguiente, un café cargado no fue suficiente para levantarle el ánimo, así que, de camino a la casa de Candy, también bebió una bebida energética.

Al contrario, ella había tenido una noche estupenda, los relajantes que tomaba la ayudaban a dormir, y le proporcionaban un buen descanso. Alegre como siempre había despertado y con el mismo entusiasmo se apareció en la cocina para desayunar.

—¡Buenos días! ¡Dorothy huele exquisito o yo tengo mucha hambre!

—Siempre estas hambrienta cariño.

—Pero es por el embarazo, es este pequeño intruso que tengo en mi panza él que me hace comer más.

—No creo que eso sea del todo cierto cariño, pero está bien, voy a creerte —le dijo bromeando la nana.

—Quiero comer de todo lo que has preparado.

—Pues te he preparado huevos con tocino, tu favorito, pan tostado y ensalada de frutas, mango, fresas y banana.

—Todo se escucha exquisito, en Nueva York a veces desayunaba bagels de salmón y queso crema, ummm son deliciosos, podía comer hasta dos...

Dorothy se quedó de piedra ¿Acaso Candy había comenzado a recordar? Llevó el plato que acababa de servir para ella sin alarmarla, sólo le siguió la corriente con la conversación.

—Y a dónde comías esos bagels, hay algún sitio que sea tu preferido.

—¡No lo sé, dije Nueva York! ¿verdad?

—Sí, dijiste Nueva York...

Candy se llevó las manos a la cabeza, al parecer aquello había salido de sus labios de manera automático, un recuerdo fugaz que no podía volver a rescatar, apretaba los ojos tratando de recordar de nuevo, y no volvió a recordar nada más. Comenzaba a inquietarse, y Dorothy se sentó a su lado y le sujetó el rostro.

—Tranquilízate, si te alteras vendrá esa punzada de dolor en tu cabecita que no queremos cariño. Come antes de que se enfrié, y después piensa en eso de nuevo si así lo deseas.

En medio de la conversación, apareció Georges en la cocina.

—Buenos días, señorita Candy ¿Cómo amaneció hoy, durmió bien?.

Dorothy se acercó a él para entregarle una taza de café recién hecho. Ella sabía muy bien que el hombre sentía mucho cariño por Candy, y lo incitó para que se sentara con ella en el comedor y hablara de cualquier cosa, como medida de distracción. Él lo hizo de inmediato.

—Ah, Georges, no te escuché, qué me decías —le preguntó Candy algo descolocada.

—Le pregunté cómo había dormido.

QuédateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora