Bernardo era un joven muy frío. No era grosero, ni indiferente, ni lejano, ni mucho menos hostil. El simplemente era el frío personificado. Por donde quiera que él caminara dejaba una estela de hielo a su paso. Vestía con una bufanda oscura, un suéter de tela gris y unos vaqueros comunes y corrientes. Todos en el mundo le temían, les daba pavor a las personas verlo por miedo a que Bernardo los congelara o los matara con su fría mirada; sin embargo, él era feliz, o al menos eso quería pensar, pero la realidad es que estaba solo y le temía profundamente a la soledad y a vivir en la oscuridad. Un día, se adentró en un bosque lleno de pinos y jacarandas donde había hojas secas por doquier y palitos que al pisarlos sentía como si estuviese provocando una extraordinaria música. Se acercó a las flores, las olió y recogió las novias violetas que caían de aquellas jacarandas repletas de un magnifico color y vida. Cada que se acercaba a los árboles, éstos se llenaban de nieve o estalagmitas causados por el frío que provocaba su paso. Bernardo amaba las flores. Sonrío al poder oler cada una de las hermosas flores que veía, le encantaba su color, su forma y su fragilidad. Bernardo no sabía cómo se llamaban las flores, por lo que jamás se supo cuál era su favorita. De pronto, la inmensa noche cayó y Bernardo se quedó profundamente dormido con el arrullo de las estrellas. Todo el bosque se congeló. Los árboles, las flores e incluso el pequeño río que pasaba por ahí, quedaron cubiertos de hielo y de nieve. El viento soplaba pero Bernardo no sentía nada de frío. Sin aviso, una enorme luz en la profundidad del bosque lo despertó. Asustado pero con curiosidad por saber que era esa radiante luz, se acercó para ver de dónde provenía. Se puso detrás de un roble y pudo observar cómo una joven estaba sentada jugando con algunos conejos que se acercaron por curiosidad a ella. Se notaba que amaba a los animales. Y todos los tordos, todos los sapos y todos los conejos brincaban y revoloteaban para divertirla, solo para ver su hermosa sonrisa. Cuando Bernardo se acercó un poco más el viento sopló. Los animales lo miraron y se detuvieron, pues sintieron el frío de su presencia. Cuando Bernardo pudo observar bien, se dio cuenta de que la chica sentada estaba en llamas. Ella estaba irradiando toda esa luz que penetraba en el bosque. Cuando la joven volteó a ver a Bernardo, él se quedó paralizado, los ojos que estaba viendo eran del color de la miel. Bernardo jamás vio algo más hermoso y perdidamente se enamoró de ella.
- ¿Quién eres? - Tartamudeó Bernardo.
- Hola, me llamo Jazmín.
-No luces asustada, ¿me tienes miedo?
-No, no te temo, el que debería estar aterrorizado eres tú. Pero tú no tiemblas... ni huyes... ¿Por qué?
- ¿Por qué huiría? Eres hermosa... -Susurró Bernardo.
Jazmín jamás había escuchado palabras que lograran ruborizarla, y menos cuando se trataba de un desconocido tan peculiar, pero Bernardo tenía ese don de hacer sentir a Jazmín como avergonzada. Jazmín se sonrojó, pero inmediatamente le vinieron a la mente los horribles recuerdos de que todo el mundo también le temía por ser fuego.
Sin aviso, una ventisca sopló tan fuerte que redujo la llama de Jazmín y la hizo temblar de frío. Bernardo notó la expresión de incomodidad en Jazmín y de inmediato se quitó el suéter que llevaba puesto. Se acercó a ella y la abrigó. Jazmín abrió los ojos, y cuando lo hizo Bernardo le estaba sonriendo. Jazmín se ruborizó una vez más e intentó devolverle el suéter, pero Bernardo se negó.
-No te lo quites, por favor. No quiero que te dé frío. -Espetó Bernardo.
Jazmín se sintió enamorada de pronto. Ni siquiera ella podía explicarlo, pero podía sentir en su interior que conocía a Bernardo desde hace mucho tiempo atrás.
- ¿Cuál es tu nombre? -Preguntó Jazmín.
-Perdona, que grosero soy, me llamo Bernardo, y... quiero ser de ti.
Jazmín no podía creerlo, pero lo que sentía por Bernardo era un inmenso deseo de que ella también fuera de él. Pensó que era una locura, pero solo Dios sabe por qué se dejaron llevar esa noche ellos dos.
Sin preámbulo, Bernardo acercó su mano al bello rostro de Jazmín, quien al instante cerró los ojos, y le hizo una caricia en la mejilla. A ambos les dolió ese roce. Por un momento, pudo verse el vapor que salió de esa muestra de cariño. A Bernardo no le importó, ambos sabían que eran lo que estaban buscando: un amor que pudiera acabar con su maldita soledad.
Se acercaron, se tomaron de las manos y desafiaron las leyes de la naturaleza para fundirse en un profundo beso que los unió para siempre jamás. En ese momento, Bernardo sintió un calor en su pecho; su corazón había estado dormido por mucho tiempo pero ella lo despertó, y no solo eso, sino que también había dado el calor a Bernardo que tanto necesitaba. Jazmín sintió exactamente lo mismo, un enorme calor en el pecho... ese calor que solo nace una vez en la vida... ese calor que te pierde en una mirada y te cierra los ojos a la confianza de alguien más.
Bernardo comenzó a derretirse, a evaporarse, a morir, y Jazmín comenzó a extinguirse transformándose en un intenso vapor de color blanco. Ambos dejaron de ser lo que eran y se transformaron en vapor y en aire, pero no estaban ya tristes, porque supieron en ese momento, que iban a estar juntos en aquel bosque de las luciérnagas... para siempre...
René Álvarez Monreal.
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El bosque de las luciérnagas
RomanceEl amor genera miles de combinaciones, y también tiene un millón de caras. ¿Sería catastrófico un amor entre cosas totalmente distintas? ¿blanco y negro? ¿mar y tierra? ¿noche y día?.... ¿cálida y frío?.... Este cuento te muestra otra cara del amor...