Un simple chapuzón.

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Un sonido inunda mis oídos y mi vista se ve nublada por montones de pequeñas burbujas convertidas en un velo de cristales tintineantes.

Siento esa sensación que siempre electriza cada simple músculo de mi cuerpo, por el simple contacto de un elemento diferente en mi piel.

Ahora lo veo todo más claro.
Me fijo en cada una de las ondas calmadas de ese lejano reino. Lo observo; fascinada como si fuera la primera vez, pensando en todos los misterios que alberga.
Muevo mis piernas y brazos hacia abajo fijándome en las burbujitas que desprende mi cuerpo al colisionar contra el agua.
Me dejo caer.
Permito que la profundidad me arrastre hacia un nuevo destino, que me abrace entre los brazos del océano, que haga lo que quiera conmigo.
Miro alrededor, miles de especies viven tranquilas. Sin saber que alguien las observa, sin nisiquiera darse cuenta de mi presencia, sin tener que preocuparse por lo que piense una mente humana. Sonrío, me gusta eso.
Siento una nueva textura bajo mi espalda, rozando mi piel. Hundo mis manos en el suelo, cojiendo esas pequeñas piedrecillas mientras miro la superficie. Hay algo magnético en ella y mi cuerpo lo nota.
Sin oponer resistencia alguna, dejo que toda yo se alze y se eleve para salir fuera.
Cierro los ojos, invadida por una paz poderosa; estoy en éxtasis. Soy ligera como una pluma y la marea danza a mi ritmo; me suelta pero sé que me volverá a coger para llevarme arriba. Confío y me dejo llevar.
Abro los ojos, ya puedo ver el cielo con más detalle.
Mi mano sube y traspasa la fina capa que separa los dos elementos; agua y aire. No quiero salir pero el oxígeno se me queda corto. Traspaso yo también esa capa y, relajada, me quedo flotando en medio de la nada, reflexionando el porqué la sociedad ve esta maravillosa sensación vulgar y la describe como un simple chapuzón.

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