Prólogo

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Ludwing siempre fue del tipo callado, pero no de esos tímidos a los que todas las chicas aman y quieren abrazar, no, no, más bien algo como un tímido arrogante, egócentrico y desagradable que solo habla para pisotear tu opinión y escupirle.

Todos los días venía con un elegante traje de terciopelo azul, zapatos de cuero blancos—tan limpios que daban ganas de pisarlos— y una corbata que probablemente le robo a su abuelo en los años cuarenta. Olía a suavizante de ropa, era un niñito mimado y siempre se hacía el ridículo peinado de librito, el cual se le veía fatal.

Ambos estudiabamos juntos en el conservatorio, él era algo así como una especie de prodigio musical, y mi rival autoproclamado— aunque él nunca lo supo—. Siempre lo admiré, mi mayor aspiración era poder superarlo y ganar el protagonico en las obras musicales.

Los profesores lo adoraban: El niño millonario prodigio del piano con un brillante futuro musical por venir, ¿quién no lo querría?

Era muy talentoso, ya para nuestro 3er año en el conservatorio el estaba firmando con su primera discografica, mientras que yo apenas podía sobrevivir con las canciones de disney.

Yo quería ser como él, claro, quitando su forma rídicula de caminar, vestirse, comer, reírse, peinarse, criticar, andar en bici entre otros, y aunque nunca lo logré, pude graduarme en séptima posición en mi promoción musical, recibiendo felicitaciones de varios profesores que en su momento creí odiarme—cosa que aún creo—. Tal vez no era un prodigio, pero era bastante hábil con el piano, y estaba segura de que tendría un buen futuro.

Volviendo a Ludwing, el tenía importantes contratos dentro y fuera del país, hizo muchas giras con famosas orquestas y se presento en los más imponentes teatros del mundo —todo esto lo vi en las noticias ya que nuestro contacto era nulo—. Lo último que supe de él es que iba a participar en el concierto de una famosa banda de rock que quería incorporar la música clásica en sus canciones, oí que estaba teniendo problemas con su manager pero no presté atención a eso, al final del día le estaba yendo bien, y yo debía esforzarme por superarlo, aún tenía mucho camino por delante.

Hasta que ayer lo vi de nuevo, sin el traje, sin el peinado, y en una silla de ruedas.

Entre bemoles y sostenidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora