Parte única

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Dentro de una lujosa limusina privada en mitad de la calle, su dueño, Cuba, estaba muy molesto, ya que su conductor, Puerto Rico, no avanzaba con la limusina.

‟¡Apúrate, copia capitalista mía! ¡No voy a poder trabajar nada con una puta tortuga como mi conductor, carajo!", reclamó el cubano.

‟Agh, no me pagan lo suficiente para aguantarte...", musitó el conductor.

El puertorriqueño giró la cabeza y vio como bajaban la ventana que conectaba la cabina del conductor con el resto de la limusina.

‟¿Qué sucede?", Puerto Rico le preguntó con la mayor cortesía que pudo.

‟Pedazo de mierda, ¡¿por qué no nos hemos movido?!", gruñó el cubano.

‟Porque hay un auto frente al nuestro que no nos permite pasar ", le explicó con la sonrisa más falsa del mundo.

Cuba se asomó por el techo panorámico (la ventana del techo) de la limusina y vio el auto que les impedía avanzar, por lo que volvió a entrar.

‟Rico, pásame mi escopeta".

‟¿De qué escopeta hablas? Aquí no hay ninguna", dijo el conductor, ‟yo revisé la limusina en la mañana y no había ningún arma."

‟No puede ser, ¡maldita sea! ¡¿Ahora cómo voy a deshacerme de ese estúpido estorbo?!", se quejó, golpeando el piso de la limusina.

‟Por favor, ¿por qué tanto apuro?", preguntó el conductor.

‟Porqué...", dijo Cuba, recalcando el porqué, ‟no puedo atrasarme cuando robo gatas."

‟¿Gatas?". Lo miró extrañado.

‟Digo, gatos", corrigió mirando a un costado.

‟¿Cómo?", preguntó Puerto Rico confundido, ‟¿Gatos? ¿De esos mismos gatos que son mascotas?"

‟Sí, de esos gatos", le sonrió, ‟para volverlos socialistas".

‟¿Ese es tu trabajo?"

‟Sí".

‟Okay...". Puerto Rico giró la cabeza con más dudas que respuestas, pero no iba a seguir preguntándole cosas, después de todo, ese no era su trabajo.

Mientras, el cubano buscaba entre sus cosas algo para deshacerse del auto que tenían en frente. Y dentro de su mochila, encontró una granada.

‟¡Perfecto!", dijo Cuba, asomándose por el techo panorámico para lanzarle la granada al auto.

Al explotar la granada justo en el techo del auto, se felicitó a si mismo por haber hecho un tiro perfecto, pero la felicidad no le duró mucho. Ya que, al salir el dueño del auto, Cuba lo reconoció al instante.

‟¡Ay!, Santa María de Calcuta, ¡Es Alemania!", dijo en voz baja y se agachó para evitar que lo vieran. ‟¡Me va a matar cuando me vea!"

‟Oye, ¿qué fue eso?", preguntó el conductor, ‟fuiste tú, ¿no?"

‟¡No! Claro que no, ¿cómo crees? Yo nunca haría algo así", mintió, sonriendo de los nervios.

‟Entonces no creo que tengas problema con hablar con Alemania, porque está justo aquí afuera", le señaló el puertorriqueño.

‟Claro que no, ¡ni un problema!"

Y dicho y hecho, Cuba bajó el vidrio polarizado de la ventana para hablar con el alemán, quien miraba con una sonrisa.

‟Guten tag, Cuba". Apoyó sus brazos en la ventana. ‟¿Tú sabes quién fue el culpable de explotar una granada sobre el techo de mi auto?" le preguntó dulcemente con una tristeza dramatizada.

Ladrones en crimen [One-shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora