1. Prisioneros

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–¿Estás segura?– Le pregunté a Hanna

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–¿Estás segura?– Le pregunté a Hanna.

Estábamos viendo a Carlos, su novio acusado de infidelidad, hablar con su grupo de amigos en la casa de uno de ellos.

–¡Claro que sí! ¡Yo lo ví con esa zorra!

–Bueno, ya sabes qué hay que hacer– le dijo Zara.

Las seis; Tiffany, Michelle, Zara, Rocío, Wendy y yo, sabíamos que, de ser cierto, Hanna lo iba a perdonar en menos de una semana, pero aún así decimos apoyarla y estar ahí. Aunque, siendo sinceras, nuestras bases eran las habilidades de Indiana Jones de Hanna y su prima, así que muy sólidas no eran.

–¡Le voy a destrozar ese carro!

–Tienes que calmarte, Hanna– le dijo Michelle acomodándose la trenza.

Al igual que Wendy, Hanna tenía un gran y bello cabello pelinegro, pero Wendy tenía muy lacio y sus rangos eran asiáticos, tanto que apenas podía ver bien por sus ojos pequeños,  y Hanna tenía el cabello corto y demasiado rizado, incluso más que Zara.

Zara, Michelle y Rocío eran las castañas del grupo, aunque Michelle y Zara se diferenciaban por tener un todo más oscuro, pero a diferencia de Michelle Zara tenía rizos, no ondas. Y luego estaba Tiffany, la única rubia de ojos azul claro del grupo.

–¡Me voy a calmar cuando lo entierre!

–Ay, por favor.

–Mira ese carro tan divino, se ve que disfruta poniéndome el cacho.

–¿Y el carro qué te hizo?– Le preguntó Wendy.

–Según ese infeliz se la pasó ahorrando todas las vacaciones para comprarse el condenado blaze rs pero resulta que el papá de la moza trabaja en una empresa de autos.

–¿Y cómo no regalarle un carro a un noviecito cualquiera de tu hija, verdad?– Le preguntó Zara con ironía.

Yo estaba al lado de ella acomodándome mi suéter. La casa del amigo de Carlos estaba justo al frente del colegio, así que tampoco era como que estábamos persiguiéndolo. Solo estábamos mirando en dirección a la calle.

Seguimos los movimientos del grupo de Carlos con la mirada hasta que los vimos entrar en la casa. Parece que en ese instante la cabeza de Hanna dijo "ahora es cuando" porque lo último que supimos fue que había atravesado la calle como si fuera inmortal sin importarle los carros con una piedra que solo Dios sabía de dónde la había sacado.

¿Y dónde terminó la piedra? En la ventana frontal del carro. Faltaba más.

Escuchamos que Zara dijo una vulgaridad en voz baja por la sorpresa, y no era para menos porque todas teníamos la boca abierta y los ojos casi salidos, incluso me había llevado las manos a la boca al ver lo que había hecho.

Una Vez Más [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora