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Esa tarde el cielo se tornó morado junto a las voluminosas nubes.

Los cabellos rebeldes de Jungkook bailaron encima de sus ojos por la ventisca y no se molestó en apartarlos. En cambio, apretó la libreta en sus piernas y casi quiso enterrarse el bolígrafo en alguna parte de su cuerpo. Necesitaba disipar la frustración.

Y es que se le estaba haciendo tarde. El chico que le gustaba partiría el día de mañana a otro país y no sabría cuando volvería, o si en verdad lo haría. Justo por eso, y aunque sufría un caso severo de vergüenza, se había mentalizado para confesar sus sentimientos a través de una carta. Sin embargo, su cuerpo no se movió aun cuando tuvo todo listo y se había preparado mentalmente una semana.

Hoy, que era el último día que podría intentar aquello, su cuerpo decidió seguirlo traicionando.

Sollozó bajo. ¿Por qué hacer algo lindo para la persona que te gusta cuesta tanto?

Apretó sus rodillas fuertemente cuando el grado de impotencia que sentía era suficiente, luego se cacheteó el rostro, en ambas mejillas.

—¡Puedo hacerlo!

El ruido espantó a los pájaros que estaban en los árboles cercanos. Las mejillas de Jungkook se tornaron rojas por el golpe y sus manos cosquilleaban por lo mismo. Se paró de golpe, se limpió las pequeñas lágrimas y aun sintiendo su cuerpo rígido, se obligó a ir hacia aquella dirección.

Guardó su libreta y lápices en la mochila. En mano cargaba un sobre color crema y dentro, la carta hecha a mano donde confesaba su amor.

Todo estuvo bien durante los primeros minutos de camino. Luego, cuando el sol dejó de mostrarse y el frío lo abrazó, la ansiedad le saludó nuevamente. Miraba a la gente, luego a la carta en mano.

¿Qué tal y él no estaba en casa? ¿En realidad leería su carta? ¿Qué se supone que pasaría después? ¿Estaba vestido para la ocasión? ¿Lo recordaría? ¿Sabría de casualidad su nombre?

Respiró hondo y exhaló. Faltaba poco para llegar y esos pensamientos no le estaban ayudando para nada.

Se paró de pronto, identificando aquella casa que alguna vez pensó en tocar su puerta, más siempre finalizaba huyendo.

Sus dedos hormigueaban, el frío no ayudaba tampoco. El sobre quizá ya estaba arrugado por ejercer presión en él por constante tiempo.

Su corazón golpeaba fuerte en su pecho pues ya no había retroceso. Estaba en la puerta.

«Yo puedo. Yo puedo.»

Inhaló y exhaló repetidas veces. Extendió su puño hacia la puerta para tocar y...

«¿Qué le diré una vez salga de esa puerta?»

Jungkook no había ensayado eso, Dios mío. De pronto sintió que estaba en una especie de arena movediza. ¡Que alguien le salvara! ¡Quien sea!

Cerró de golpe sus ojos. Su pulso estaba acelerado.

«Puedo hacerlo. Puedo hacerlo. Puedo hacerlo.»

Pensar positivo debería funcionar.

Quizá estaba haciendo la cosa más valiente que alguna vez haría y no estaba dispuesto a arruinarlo. Entonces su mano se movió sola y tocó tres veces la puerta, ensordeciéndose un rato después de eso, pero bastó unos segundos más para escuchar aquella masculina voz.

"Voy". Escuchó.

Por Dios, enserio estaba pasando. La segunda alarma se presentó en su cuerpo entumeciéndole las piernas.

Los segundos en que la puerta amagó en abrirse parecieron eternos para su gusto, pero sus ojos se ampliaron finalmente cuando chocaron con los de él. Aquellos ojos intensos como el chocolate amargo que lograban estremecerlo.

Sus mejillas hormiguearon al ver su cabello castaño alborotado y sintió humo salir de su cabeza al enfocar de nuevo su rostro.

—¿Tú eres...?

Jungkook soltó un respingo y al segundo pareció reaccionar.

—Bueno, yo...

Las manos le empezaron a sudar y tenía miedo de mojar el sobre. También supo que empezaría a tartamudear una vez intentara explicarse.

—Vine a-a... ¡entregarte este sobre! —dijo, inclinando su cuerpo en una leve reverencia y extendiendo el sobre para él.

El otro tomó el sobre y lo detalló superficialmente.

—Es de- ¡de un admirador secreto suyo! —se explicó—. Me pidió que se lo entregara. T-también... ¡T-ambién pide de favor que tome sus palabras en serio!

Y su mente se quedó en blanco a partir de ahí.

—¿Ok? —respondió el otro, esperando unos segundos para ver si se le decía otra cosa, pero nada llegó —. Gracias, supongo.

Luego de eso, la puerta se cerró.

¿Debería sentirse triste o ganador por aquello?

¡Pero al carajo eso, lo había logrado!

Golpeó el aire a protesta de su emoción.

Su sonrisa estaba de mejilla a mejilla. Todo el viaje de regreso a casa se sintió en las nubes. Invencible. Quizá correspondido—aunque eso era ya una ilusión—, pero eso no importaba cuando por fin después de cuatro años, pudo expresar cada sentimiento contenido y dejó de sentirse frustrado.

Iba a morir de amor si no lo hacía. Porque retener tanto amor en un pequeño cuerpo como el de él, podría matarlo de una sobredosis que a él no le tocaba.

Suspiró quien sabe por cuanta vez. Se acostó de golpe en su cama, aún sin creérselo. Se quedó ensoñando y, sin deseos de entrar a una crisis, aquella pregunta volvió a sonar.

¿Qué es lo que pasaría después?

Su corazón desbocado añoraba que fuera correspondido. Pero ¿qué tal y no pasaba eso?

Sabía que era más seguro ser rechazado, porque ¡diablos! ¿Quién recordaría a alguien con quien habló solo una vez?

Su emoción fue decayendo de a poco e hizo una mueca de disgusto, ocultándose entre sus sábanas por un instante.

¿De qué le servía pensar que era un idiota? En nada. Lo hecho, hecho estaba, y no pensaba arrepentirse. Era hora de que empezara a valorar sus esfuerzos.

Se paró de la cama a bañarse para ver si disipaba sus pensamientos. Luego vería una serie y se quedaría dormido en el proceso. Sí, eso era mejor que sobre pensar.

Aunque igual no funcionó porque hasta en sus sueños fue atormentado. 

Tinta Sobre Papel | TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora