EN NINGUNA PARTE SE DETENÍA TANTO PÚBLICO como delante
de la tienda de cuadros de Schukin Dvor. Dicho estable-
cimiento ofrecía, en verdad, el más heterogéneo conjun-
to de genialidades. Los cuadros, en su mayoría pintados al óleo y
recubiertos luego de barniz verdinegro, tenían marcos pretenciosos
de color ocre. Los temas habituales eran un paisaje invernal con
los árboles blancos, un crepúsculo totalmente rojo como el res-
plandor de un incendio, un campesino flamenco, más parecido a
un pavo con puños almidonados que a una persona, con el brazo
arqueado para sostener su pipa... También había algunos graba-
dos como, por ejemplo, un retrato de Jozrev-Mirzá y otros de ge-
nerales con tricornio y la nariz torcida. Por si fuera poco, a la puer-
ta solían colgar ristras de obras recortadas en corteza de árbol y
pegadas en grandes folios, testimonio del talento innato del hom-
bre ruso. Una representaba a la zarina Miliktrisa Kirbítievna y otra
la ciudad de Jerusalén, por cuyas casas e iglesias había pasado una
tromba de pintura roja, abarcando parte del suelo y a dos campe-
sinos rusos que oraban con las manoplas puestas.
Los compradores de estas obras suelen ser pocos, pero en
cambio hay multitud de mirones. Las contempla con la boca
abierta algún criado desaprensivo que lleva en un portaviandas
el almuerzo que ha sacado de la fonda para su amo, quien, de
seguro, no comerá la sopa muy caliente. Antes que él las han
contemplado, sin duda, aquel soldado del capote, rey del barati-
llo, que vende dos cortaplumas y aquella vendedora de Ojtá,
cargada con una caja llena de zapatos. Cada cual se admira a su
manera: los mujiks suelen señalar con el dedo; los señores adop-
tan una actitud grave; los recaderos y los aprendices de menes-
trales se ríen y se burlan unos de otros, comparándose con las
caricaturas allí pintadas; los lacayos viejos, uniformados con
capotón de frisa, miran tan só1o para quedarse embobados en
alguna parte; en cuanto a las vendedoras, jóvenes mujeres rusas,
acuden por instinto para escuchar lo que parlotea la gente y mi-
rar lo que miran los demás.
Por entonces se detuvo delante de la tienda el joven pintor
Chartkov, que iba de paso. El abrigo tazado y el traje sin preten-
siones pregonaban al hombre dedicado de lleno a su trabajo y
falto de tiempo para ocuparse de su indumentaria, aunque ésta
ejerce siempre una misteriosa sugestión sobre los jóvenes. Se
detuvo, pues, delante de la tienda y primero se rió para sus
adentros de aquellos monstruosos cuadros, pero al fin se puso
insensiblemente a cavilar, preguntándose a quién le harían falta
tales obras. No le sorprendía que el pueblo ruso se embelesara
viendo los Eruslán Lázarevich, los tragapanes y tragavino o los Fomá
y Erioma, pues los sujetos representados eran comprensibles y
estaban muy al alcance de su entendimiento. Pero ¿dónde po-
dían estar los compradores de aquellos abigarrados y sucios
esperpentos al óleo? ¿A quién podían interesar aquellos campe-
sinos flamencos y aquellos paisaies en rojo y azul celeste que,
pretendiendo ser un paso adelante en el arte, só1o expresaban lo
profundo de su envilecimiento? Y no podían ser obra de un ado-
lescente autodidacta. En ese caso, algún destello brioso habría
brotado en medio del conjunto insensible y caricaturesco. Pero
lo que allí se descubría era sencillamente cerrazón mental y una
ineptitud impotente y decrépita que se había colado de rondón
en las filas del arte cuando su lugar estaba entre los bajos ofi-
cios; una ineptitud que, sin embargo, se mantenía fiel a su voca-
ción y que introducía su oficio en el arte. ¡Eran los mismos colo-
res, la misma factura, la misma mano rutinaria y chabacana, más
propia de un autómata toscamente ensamblado que de un ser
humano!... Chartkov permaneció un buen rato ante aquellos
cuadros sucios, al final sin pensar siquiera en ellos, mientras el
dueño de la tienda, un hombrecillo gris, con abrigo de frisa y
barba sin afeitar desde el domingo, llevaba ya tiempo haciéndole
el articulo de su mercancía y barajando precios, aun antes de
enterarse de si le había gustado algo o de lo que, buscaba.
–Mire: por estos mujiks y el paisaje, veinticinco rublos. ¡Qué
pintura! ¿Eh? ¡Es que se mete por los ojos! Recién traído de la
bolsa. Todavía no se ha secado el barniz. O, si no, vea este in-
vierno. ¡Llévese el invierno! Quince rublos. Sin hablar de lo que
vale el marco... ¡Mire usted qué invierno! –aquí, el comerciante
pegó un leve papirotazo en el lienzo, probablemente para de-
mostrar toda la solidez del invierno–. ¿Manda usted que los ate
juntos y le acompañe el dependiente para llevarlos? ¿Tiene la
bondad de darme su dirección? ¡Eh, chico, trae una cuerda!
–Un momento, amigo. No corras tanto –lo atajó el pintor,
recobrándose al ver que el avispado comerciante se disponía ya
en serio a atar los dos cuadros.
Sin embargo, le cohibía un poco no llevarse nada después de
haber pasado tanto tiempo en la tienda, y añadió:
–Pero aguarda un poco; veré si hay algo por aquí que me
convenga.
Se inclinó y empezó a remover viejas pinturas polvorientas
y descascarilladas arrumbadas en el suelo porque, evidentemen
Está obra no me pertenece es del escritor nikolai gogol tal vez algunos sepan quién es tal vez los que hallan visto el anime Bungou stray dogs me entenderánRecuerden que está historia no me pertenece yo solo la publique para que las personas que no puedan conseguir o encontrar el libro puedan buscar en PDF pero en PDF no se puede leer muy bien así que yo solo la publique por Wattpad para que los que quisieran leerla o los que siempre quisieron saber de qué trata o algo asi
Los créditos son de nikolai gogol (el escritor) y la historia es muy buena pues es mi opinión y tal vez si les guste
Espero que disfruten la obra y recuerden que no es mia