Nunca me consideré una persona extraordinaria; mis padres me decían que era un milagro de la naturaleza, pero a mis ojos no era más que un niño más, como cualquier otro. Es cierto que no todo el mundo nace con una habilidad especial, pero la mía tampoco era tan poderosa como la del herrero del pueblo, que le permitía forjar a la perfección el hierro con sus propias manos, o tan útil como la del sacedorte, que lograba hacer que de la tierra brotara agua potable. Para un niño de nueve años, poder meter las manos en tu chaqueta y que aparecieran un poco lejos, no servía para nada más que para llegar a sitios donde, de otra manera, no podría.
Pero está claro que mis padres opinaban todo lo contrario, y es por eso, por culpa de esa maldita habilidad, que me vendieron a unos comerciantes rusos.
Aunque de niño me doliera mucho, pensándolo en retrospectiva creo que llego a comprender su decisión. Después de todo, no éramos más que una familia pobre más en un pueblo semiabandonado en Ucrania, escasos años después de la caída de la Unión Soviética, aún recuperándose de la guerra. Si ya era difícil alimentar una boca, conseguir comida para ellos y para seis niños era imposible. Además, mi habilidad hizo que ganaran una gran cantidad de hryven. Aun así, todavía a día de hoy me pregunto si hubiese podido vivir como un niño normal, sintiendo el calor de su familia; aunque fuese duro conseguir el pan de cada día, todavía casi veinte años después fantaseo con esa idea de vez en cuando. Si estáis leyendo esto, Anna, Ivan, Olga, Mariya y Yelizaveta: nunca dejé de echaros de menos. Siento no poder haber crecido a vuestro lado, a lo mejor así nada hubiese acabado de esta manera.No obstante, no fui el niño más desafortunado. No era una noticia poco común que se encontraran niños recién nacidos en contenedores de basura o en los ríos porque sus padres no podían permitírselos, o casos en los que nacieron en el seno de sectas donde se dedicaban a abusar de ellos. En cierta medida, tuve bastante suerte con mi destino, dentro de lo que cabe.
Cuando mis padres me abandonaron por esos ancianos tan intimidantes, me entró el pánico, como era de esperarse. No entendía nada de lo que decían (apenas lograba chapurrear un poco el ucraniano, y nunca empecé a estudiar ruso porque no pude permitirme ir a una escuela), pero esos señores no paraban de mirarme y susurrar entre ellos. Por eso fue que, presa del pánico, utilicé por primera vez mi habilidad para algo verdaderamente útil: escapar de allí.
Logré transportarme tras unos arbustos, donde me quedé escondido durante unas horas hasta que esos dos se cansaron de buscar y se fueron. Ese fue el momento en el que entendí la utilidad de mi habilidad.Seguí las marcas que dejó el carro en la nieve. Hacía mucho frío y estaba agotado, así que aproveché mi habilidad para irme teletransportando y ahorrar energía. Fue ahí donde aprendí algo más: la habilidad no tenía un rango mucho más largo de 25 o 30 metros. Estuve así durante un buen tiempo hasta que logré llegar a una ciudad, donde viviría, si es que se puede denominar así, durante los próximos dos años.
Si alguien me preguntara, la verdad es que yo tampoco comprendo cómo logré sobrevivir durante tanto tiempo de esa manera. Me dedicaba a robar mi sustento y a colarme en casas ajenas por la noche para dormir. Vivía en la fuga, y créeme, querido lector, que no es para nada divertido, por mucho que las historias lo describan de esa manera. Aunque sí es cierto que mi habilidad me salvó la vida, es innegable que también me trajo muchos problemas; después de todo si no hubiera sido por ella, es posible que aún estuviera en ese pequeño pueblo que aún recuerdo con nostalgia.
Tras esos dos años llevando una vida precaria, un señor que nunca olvidaré se acercó a mí una noche: llevaba un bastón dorado, un bigote muy largo peinado hacia arriba y un sombrero de copa. Por un momento me asusté, pensando que se percató de mi habilidad, pero no; le llamó la atención mi pelo albino, y mi constitución física. Me dijo que había sido el destino y me sacaría de las calles para llevarme a un mundo de ensueño donde podría brillar, o algo así, no lo entendí muy bien por el idioma. No sé si era porque aún era un crío, o porque me recordaba lejanamente a mi padre, que acepté. Es posible que también fuera porque, en verdad, tampoco tenía ningún otro lugar donde ir.
Resultaba ser el director de un circo. Ahí empezó una nueva etapa de mi vida. La etapa donde efectivamente sería iluminado por los focos y brillaría, la etapa en la cual el público le aclamaría y me adoraría. Pero también la etapa en la que destrozaron mi cuerpo y alma. La etapa de la cual nunca me recuperaría.
De por sí, me costaba encajar con los demás porque eran mayores que yo, y además, no podía comunicarme apenas con ellos por el idioma. Para empeorar la situación, me empezaron a coger asco porque era un gran acróbata, el mejor de todo el circo, llevando únicamente un año allí, frente a las décadas de los veteranos. Eso combinado con mi personalidad explosiva, se traducía en constantes peleas. Fue en una de esas reyertas donde uno de ellos, con una botella rota, me hizo la herida que tengo en el ojo y perdí un porcentaje de visión. Tuve que llevar desde entonces un parche para esconder esa fea cicatriz, que no era fea únicamente por su aspecto físico, sino por todo lo que tenía detrás: el odio de mis propios compañeros, la aislamiento que suponía mi edad y mi incapacidad de comunicación, el abandono de mis padres... Todo, en general. Esa cicatriz me recordaba todo lo que despreciaba de mi vida.
Ya mencioné que era un acróbata excepcional, ¿verdad? Era la atracción estrella del circo. No es por echarme flores, de hecho yo ni siquiera quería ser acróbata. Mi sueño era ser mago. Quería ver la cara de sorpresa que ponía el público cuando los magos hacen sus trucos. Seguro que podría haber sido el mejor mago del mundo si la gente viera mi habilidad, pero ya me había traído demasiado dolor, y me había prometido no usarla de nuevo; y además, estoy seguro de que si mis compañeros se hubieran enterado de que era un usuario de habilidad, creo que me habrían acabado matando o algo por el estilo. Visto después de un tiempo, parece una estupidez, pero no era más que un niño contra un grupo de adultos, incluso si con mi habilidad y fuerza física los superaba, me sentía demasiado coaccionado. Era mejor hacer todo lo posible para no generar más tensiones.
Recuerdo que en mi tiempo libre practicaba esos trucos, aunque me dé un poco de vergüenza admitirlo. Además, ser mago era mucho menos doloroso que lo que hacía; cada entrenamiento me destrozaba los músculos. La cantidad de lesiones con las que acababa a final de mes era realmente insoportable. Mi cuerpo y mente no podían dar más de sí, y empecé a obsesionarme con la idea de huir de ese lugar, de ser libre, como los pájaros. Ellos podían volar a cualquier sitio, en cualquier momento, sin rumbo, solo dejándose llevar por el viento.
Ese pensamiento era lo único que me lograba calmar un poco. Aunque sabía muy bien que, tarde o temprano, llegaría el día que mi cuerpo o mi mente no pudieran más, y ese sería el fin. O bien me caería en plena función, o me quitaba la vida. Ese día por fin podría ser libre.Ese pensamiento me persiguió durante años. Hasta que una noche, después de una función como otra cualquiera, conocería a un joven.
El hombre que cambiaría mi vida.

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[𝐁𝐒𝐃] 𝓜𝔂 𝔀𝓲𝓷𝓰𝓼 | fyolai
FanficLa historia de cómo Nikolai conoció al hombre que cambiaría por siempre su vida. Créditos del arte de la portada: creantzy