El arte de morir en tus ojos.

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El cielo estaba a obscuras. Era como si el universo apagase cada una de sus estrellas para irse a dormir unos instantes (eternos) y yo fuese el único testigo de esa escena, a las 3 am. Apoyado en el barandal de cristal en el balcón del hospital, esperando. Y la espera se hacía cada vez más eterna, los minutos se transformaron en horas y las horas en años, en una línea temporal en el que debía sortear el frio, la lluvia y un par de enfermeros que me echaban de la habitación, durante esos controles, que duraban más de media hora. Tu estas ahí, en esa maldita cama que no hace más que amortiguar el torbellino de movimientos, que haces para detener al menos por un minuto el dolor. De lado, boca abajo, sentada, siempre me dices que te parecen lo mismo, porque las punzadas volvían con más intensidad, independientemente de la postura en el que se encontraba tu cuerpo. No sabes cómo me duele estar aquí contigo y no poder servirte de anestesia para el dolor que ahora siente tu cuerpo (y en esencia también tu alma). Me siento cada vez más triste e impotente, porque tú no te mereces estar así, postrada en una fría cama, respirando un oxigeno cargado de "minutos robados" y lavanda. Te cuesta respirar lo sé, sobre todo por las contracciones del diafragma y los medicamentos invadiendo tu cuerpo por completo.

-Ya puede pasar a ver a su esposa, señor- me informa la enfermera, secuestrando a mi mente del ensimismamiento, y a mi cuerpo de los temblores.

Cuando ingreso a la habitación. La tenue luz inunda a mi vista en un fugaz parpadeo.

-Cariño, me dieron otra de esas diademas- me recibes con una sonrisa cansina, señalando el catéter de tu brazo derecho. Aun en tu condición mantienes el mismo sentido del humor.

- Todo esto es temporal. Pronto regresaremos a casa- me es imposible devolverte la sonrisa. No con la preocupación que siento.

- y yo que empezaba a acostumbrarme a este lugar- mencionas entre risas.

Siempre fuiste la más fuerte de los dos. Mientras yo me derrumbaba en cada tormenta, tú estabas ahí para evitar que me rindiera.

- extrañaba tu risa, mi pequeña dormilona.

- son las pastillas cariño, ya casi no siento mi rostro- te aprietas las mejillas y haces un divertido puchero con los labios.

Y por una vez en todos estos meses me hago cómplice de tu sonrisa.

- Siempre he amado tu sentido del humor- te digo y me regalas una sonrisa a medias, antes de tomar mi mano.

Tus dedos están fríos y tu mirada infranqueable.

- Lo se cariño, fue así como te conquiste, y con mis curvas- me guiñas un ojo y tu estrepitosa risa se hace eco en cada rincón de la habitación.

Estas feliz mi amor y yo también lo soy, solo que a medias.

Las bisagras de la puerta se deshacen en un ruido sordo. Un hombre robusto y de pelo encanado ingresa a la habitación, junto con dos enfermeros a su lado. Trae consigo una de esas tablas de anotaciones que a ti te gusta llamarlo, cuaderno de dibujos.

- Señor, me gustaría hablar con usted en privado- se ve cansado por los años y un poco estresado por la situación. Te regala una sonrisa antes de desaparecer por la puerta, del mismo modo que ingreso.

Observo tu semblante y comprendo que en tus ojos, se ocultan el mismo sentimiento de tristeza, entremezclados con la angustia que yo siento.

- Saldré un momento mi pequeña, todo estará bien ya lo veras- intento por todos los medios sonar más confiado que triste. Me encuentro a un paso de caer al vacío.

- ¿Me lo prometes?- De pronto te conviertes en aquella chica de 16 años, de la que me enamore un verano en que me escape de la institución.

Yo creía que el amor a primera vista no existía, pero tu sonrisa me demostró lo contrario.

- lo prometo- y yo que solo confío en los hechos y odio las promesas. Hubiese hecho lo imposible por verte bailar una vez más.

Entre miradas cansinas y semblantes vacíos nos dimos cuenta que un final llegaría, aunque ninguno de los dos lo quería. Y antes de que pueda salir de la habitación, me detienes.

- ¿Cariño?

- ¿sí?

-Gracias por no rendirte conmigo- tu forma de verme a los ojos me hace comprender que fuiste y siempre serás lo mejor que me paso en la vida.

- Jamás lo haré Alexa. Fue mi promesa - musito, recordando la única promesa que te hice en nuestra luna de miel- Te amo.

Fue un susurro..

En medio de los pasillos pintados de blanco y rostros acromáticos a mi alrededor. Mi mundo se colapsó por completo, mientras que los vestigios de un final inminente se hacen presentes, en forma de palabras.

- Lamento informarle que el tratamiento, no está dando los resultados esperados. El osteosarcoma ha invadido por completo la zona vertebral.

Sé que ahora que te escribo estas palabras, tan solo soy un viejo solitario, lleno de sueños rotos y el alma herida. Porque han transcurrido 40 años desde tu partida, y cada vez se hace más doloroso recordar. Pero quiero decirte que en algún punto de tu vida, te convertiste en un mapa para alguien, cuya ubicación le era completamente desconocido y que durante ese periodo, fuiste más que un faro de luz iluminando el camino de este náufrago. Te convertiste en el firmamento en las noches de verano, pintarrajeando estrellas a tu antojo en mi solitario cielo. Siempre que me encuentro perdido, recuerdo una vez más la promesa que te hice en nuestra luna de miel. Y he continuado un día más, intentando ser feliz aunque me sea tan difícil sin tu compañía.

Esta, será tal vez la última carta que te escriba, antes de que los temblores, hagan estragos en mis dedos.

Te amo.

P.D.: Te amo, una vezmás. Por si los un millón, no contaron

El arte de vivir, sobrevivir y morir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora