Los Hilos de Cada Lazo que nos Une.(*)

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Parte I.

Na Jaemin no era un tipo de juegos, tampoco de los que se tomaba a la ligera sus propios planes. Él, muy a pesar de ser un omega, era un hombre dominante, serio y duro en todo ámbito de su vida; los negocios, las relaciones, su familia. Y aunque en la genética de los omegas era común buscar ser un objeto que sirve solamente como un trofeo o un adorno para los alfa, siempre sumisos y dependientes, Jaemin había roto con cualquier esquema social que le intentase limitar, esto muy a pesar de lo que su familia opinaba. Su madre era una beta, su padre un alfa dominante y sus tres hermanas también eran alfa. Jaemin era el menor, todos esperaban que se presentara ante la luna como un digno lobo alfa, listo para acompañar a sus hermanas a liderar los negocios familiares y seguir con el legado de sus ancestros, pero cuando Jaemin cumplió quince años y se transformó en un delicado omega, todo el mundo se consternó. Na Jaemin había heredado el temperamento de su padre, su carácter había sido forjado de una manera autoritaria y difícil, pues al ser el único hijo varón, su padre esperaba mucho de él.


Jaemin no sabía decir a ciencia cierta si el ser un omega había sido una decepción para su padre, pero al menos lo compensaba al ser de la clase dominante; el menor de los Na podía tener una cintura marcada, caderas un poco más anchas y un rostro definido que le hacía verse femenino y delicado, pero eso no le impedía ser realmente un cabrón. Jaemin era la pesadilla de muchas personas, de todo aquel que llegó a pensar sería fácil aprovecharse de él o engañarlo, pero Na Jaemin había aprendido que no siempre a golpes es como puedes demostrar tu fuerza. A veces, resultaba más importante tener poder y la cercanía necesaria con las personas correctas para ser el mejor. Jaemin tenía talento, sabía cómo moverse entre la gente y meterse a la bolsa a quien quisiera, pero siempre protegiendo su espíritu libre y su autonomía. A ese omega no le gustaba sentirse restringido, que le dijeran qué hacer o que lo quisieran manipular. Jaemin sabía que había nacido para vivir solo, sin nadie que estuviese tras de él o encima suyo pidiéndole explicaciones o que le prohibiera cosas.

Él jamás permitiría que nadie dominara sobre su propia vida. Él más bien era de manejar la de los demás.

Pero la luna siempre tenía planes diferentes para cada uno de sus hijos.

Jaemin no creía en la historia del hilo rojo, tampoco en el cuento de las almas gemelas o las medias naranjas, incluso tenía sus dudas sobre el amor eterno. Creía en el amor solamente por la relación que sus padres tenían; su madre, al ser una beta, no fue alguien fácil de manejar, pero realmente eso fue lo que terminó por atrapar al padre de Jaemin. Sus padres habían contraído matrimonio cuando tenían la edad del omega; 29 años. Ellos decían que era el momento perfecto para formalizar y dejar de jugar, formar una familia y crear cimientos estables para la nueva generación. Sus padres esperaban que consiguiera un esposo, tuviera hijos y el imperio Na creciera... Era agobiante que eso mismo fuera el tema de conversación en cada comida o reunión. Jaemin estaba harto.

Y aunque era un lobo difícil de mandar, Jaemin sabía que a sus padres les debía absolutamente todo. Debía obedecerlos si no quería terminar fuera del testamento.

Pero al igual que siempre, Jaemin tenía un plan, todo bajo control para que lo dejaran en paz y poder seguir viviendo tal como acostumbraba.

—¿Puedes repetir lo que acabas de decir? —escuchó la voz de Huang Renjun, su mejor amigo desde que ambos eran unos cachorros.

Jaemin puso los ojos en blanco. Renjun suspiró y se pasó la palma de su mano por el rostro.

—¿No me has entendido? —cuestionó Jaemin.

—Más bien necesito escucharlo una vez más para creer lo que vas a hacer —se explicó abiertamente. Renjun tomó de su taza de café y negó con la cabeza—. Estás loco.

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