Luna

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Un verano de hace ya varios años, serán más o menos unos 12, con mis amigos del barrio estábamos volviendo de la plaza porque había empezado a llover. No una llovizna, no una lluvia que pasa en 10 minutos. Una tormenta en serio, con calles inundadas y truenos. Ahí vimos a una criatura pequeña y desnutrida escondida debajo de una camioneta que estaba estacionada justo en la puerta de los departamentos. Ahí la conocí.

Ella era puro hueso y pelo amarillo muy sucio, no sabía si podía confiar en nosotros. Temblaba mucho, pero sí tenía mucha hambre entonces de vez en cuando, si nos íbamos, comía un poco del alimento que le acercaba Mario, el kiosquero de al lado (que tenía a 2,50 la coca de dos). Quizá tenía un poco de razón en no querer saber nada de nosotros: los adultos de los bloques no la querían ni un poquito. Que va a ladrar mucho, que es complicado tener un perro en el departamento, que va a romper todo, que mirá lo sucia que está, seguro ya va a llegar alguien de otro lado a buscarla. Ninguno tenía idea de lo fantástica que era, lo buena, lo compañera. Nosotros, todos los chicos, militábamos a su favor y competíamos a ver cuál de los padres la aceptaba primero.

Ella durmió debajo de esa camioneta por meses. Seguía lloviendo.

En abril, después de tanto tiempo, se nos dio: mi papá, que era el que faltaba quebrar, quebró. Mi hermano, en ese momento bebé, estaba durmiendo la siesta. Yo, sentada en la computadora de la casa (esas compus dinosaurio, gigantísimas, a las que cubrías con un protector de plástico siempre que la apagabas porque era un objeto casi fantástico que debía ser protegido. Un robot). Padre entró a casa y decretó que adoptábamos a la criatura. Dos niños felices que habían ganado una competencia y una nueva amiga, la madre feliz porque como persona del bien le encantan los animales.

Mamá quería ponerle un nombre en Quechua. Siempre fue muy de ella el verse seducida por lo autóctono. Yo estaba decididísima que quería que se llame Luna. "No es nombre para perro", me dijeron. No los escuchamos. Unimos fuerzas y decidimos que iba a llamarse Killa, luna en Quechua. Más que luna parecía sol, porque bañada era amarillísima y acostumbrada un rayito de luz, pero no importaba. Por las dudas, lo pronunciamos siempre como nos pareció que no es ni de cerca la manera correcta.

Por mucho tiempo parecía ser que todavía nadie terminaba de quererla mucho más que los chicos y mi mamá. Fue ganándose de a poco a todos ahora que no era una potencial amenaza para las plantas de interior de los vecinos y medio que era la perrita de todos... Pero en su documento perruno, el día que la llevamos al veterinario por primera vez, decía que la madre era yo. Me convertí en madre muy joven y fue de las cosas más hermosas. Cuando llegó a casa falté varios días al colegio para poder cuidarla y lograr que se adapte, algo medio complicado siendo que le tenía un terrible miedo a todos los animales y ella al no conocerme trataba de morderme cada que ponía un pie en el patio. Igual, se logró. Lo logramos. Con mucho amor y paciencia. 

Bueno, quizás fue muchísimo amor y no estaba tan acostumbrada pero nos quiso mucho y tenía un llanto que se escuchaba en toda la cuadra. Se hacía presente cada vez que cruzábamos la puerta para dejar el departamento. Esto hacía enrabiar a Padre. Creo que no la quería mucho en realidad, o que no sabe cómo querer. Le pegaba. A nosotros también, pero no era tan importante como cuando la tocaba a mi bebé. Si bien siempre nos hemos gritado con mi progenitor, creo que nunca defendí tanto y con tanta determinación a nada ni a nadie como a ella. Para cuando dejó de pegarle, ella ya estaba más grande pero seguía temblando cuando llegaba del trabajo y empezó a tener epilepsia. Un grandísimo Hijo De Puta, con las mayúsculas bien puestas.

Dejando del lado el llanto incontrolable de mi Killa, la querían. Hasta se hizo amiga de Rocky, el perro del jefe del consorcio. Él le enseñó a salir por las rejas (o a intentar, porque se puso muy gorda muy rápido), paseaban juntos y jugaban un montón. Se querían mucho ellos también. Se quisieron hasta que Rocky pasó entre las rejas, se fue a dar una vuelta y terminó en la ruta que estaba a la vuelta de casa. A Rocky también lo lloramos, era familia. Lo mismo pasó también con Speedy, el perro de mis primos que vivían en los departamentos de más adelante, pero era mucho más pequeño y quizás como un hijo de la mía. También se fue este año, también lo lloré. Es increíble lo evidente que se hace a veces que bajaron los jinetes del apocalipsis. Este año, definitivamente, me persigue y me está coqueteando La Muerte.

Un poco antes de que nos mudemos, cuando yo ya estaba terminando la primaria, una vecina de unos 70 años y con movilidad hiper reducida trató de envenenarla porque le gustaban sus flores. Lo intentó varias veces, es más, lo pregonaba. Una vez la vi echarle veneno a las plantas cuando volvía del colegio con Padre, y él casi me mata. No podía hablar, gritaba. Puteaba, como puede putear una nena de 12 años. Creo que nunca estuve tan enojada como ese día. Odiaba a esa vieja. Padre se quedó haciendo control de daños detrás mío y yo fui a abrazarla a Ella, a mi bebé. Por suerte nos mudamos rápido, porque era capaz de arrancarle las flores una por una y dejárselas en la puerta de su casa con algún mensaje no muy amigable, quizás un budín con diazepam triturado también. Menos mal que el jinete no estaba detrás de Killa en ese momento.

Cuando nos mudamos fue todo más fácil. Tenía un patio gigante solo para ella, salía a la calle a jugar con sus amigos (pero nunca en casa, era muy celosa), tomaba mucho solcito y comía mucho pasto. También salíamos a pasear un montón: al parque, al río, por el barrio. Siempre tuvo miedo pero también una sonrisa enorme. Le encantaba subirse al auto siempre que podía porque le gustaba acompañarnos y estar incluída. Siguió llorando la soledad hasta el día antes de irse. Gracias a algún dios, no sé cuál, hoy cuando se fue mamá estaba al lado suyo.

Mamá la peleó un montón. Más que abuela terminó siendo madre, porque yo crecí y me vine a estudiar a medio país de distancia. No me la podía traer y tampoco me parecía justo. Quedó allá y nunca. Quise. Saber. De ella. Me dolía demasiado estar lejos porque una parte muy grande de mi corazón le pertenece. De todas formas, no niego haber vuelto a los cerros solo por haber soñado que se estaba olvidando de mí. Me dolían en lo más profundo del pecho esos sueños. "Dolor visceral" anoté una vez inconsciente, y sí. Un dolor visceral. Ojalá me haya tenido presente siempre, más en este último tiempo, a mí a lo mucho que la amo.

Siempre tuve el problema de empezar el duelo antes de tiempo. Con ella, empezó hace muchísimos años. La trataba de ayudar cuando convulsionaba y si bien nunca supe llorar, ahí sí que lloraba. Ella siempre tocó mi fibra sensible. Siempre que estudiaba en cama y se iba a sentar conmigo o cuando esperaba que cierre los ojos a la noche para subir y acostarse con la cabeza en la almohada yo ya estaba pensando en lo mucho que iba a extrañarla, y lloraba. La muerte no abre las canillas de mis ojos casi nunca, pero al estar metida tan adentro mío hoy me arrancaron una parte del alma.

Ya lo sabía. Mi mamá me mandó un mensaje saludándome y preguntándome qué estaba haciendo, pero yo ya lo sabía. Lo supe porque la siento, la siento en todo el cuerpo. Ya pasó muchísimo tiempo de la primera vez que lloré a mi bebé, muchísimo, y hoy lo noté porque no estaba volviendo de la primaria; estaba en el baño del trabajo leyendo los mensajes y tratando de no cabecear la pared con todas mis fuerzas. No podía hablar. Lloré, me calmé y salí, lloré un poco más, mis amigas me abrazaron. Lloré. Les avisé a mis amigos que la conocían y querían que se había ido. Lloré. Vi fotos suyas, lloré. Respiré, lloré.  El aire está mucho más pesado y la gravedad cae en mí con toda su fuerza. Llegué a casa, les avisé a mis gatos que su hermana se había ido, lloré. Tomé pastillas para dejar de llorar porque no lo soporto, sigo llorando. Vomité de la pena. Siento que no merezco tener nada adentro porque se fue y solo es vacío. Creo que tengo que respetar ese vacío. La amo demasiado para soltar la parte de mi alma de la que se adueñó, por lo menos por ahora. Ese vacío quiere decir que amo y amé, quiere decir que está un poco conmigo aunque sea en esa ausencia.

Esta semana pasaron muchas cosas y, como dije antes, la muerte está coqueteando conmigo. Está dando vueltas alrededor y tocando cosas que no tiene que tocar. Estoy un poco acostumbrada, convivimos desde los 9 que se le ocurrió tocar a mi nona y se quedó como un fantasma acá, pero últimamente se está haciendo más real que incluso en ese entonces. En este tiempo tocó a mi abuela, a Iron, a un par de personas a las que les armaba las quimios, baila con mi hermana del alma y con mi gata. Alejó a gente que quiero. Me está obligando a duelar a la fuerza, más de lo que usualmente duelo, y me pregunto para qué me está preparando. Me pregunto si sigo yo. La psicóloga no cree que sea tan así, pero espero con ansias que la que siga sea yo.

Te extrañoWhere stories live. Discover now