Capítulo 3: La Carroza

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La carroza; Arcanos Mayores
A veces, todo lo que se necesita para alcanzar la victoria es fuerza de voluntad. Toma el control y sigue adelante: lo que deseas no está tan lejos.

Sanji nunca pretendió ser el mejor príncipe. No creía que se le diera tan mal, pero sí que era un poco excéntrico. Para empezar, era adoptado, un rotundo -no para los sangre-azul (no es que Zeff fuera muy noble de alguna manera), y pasaba todo su tiempo cocinando. Cuando no estaba cocinando nunca estaba en el castillo, y demonios, a veces incluso iba a cocinar fuera del castillo también. Pero como nadie parecía tener problema con ello, siguió siendo un príncipe poco tradicional y francamente poco fiable.

Cuando cumplió 16 años, Zeff había sido firme en que Sanji participara en todo el asunto de gobernar. Eso significaba días de corte apropiados, donde por alguna razón le correspondía al joven príncipe decidir la ley para los ciudadanos de su tierra. Odiaba el hecho de conocer el curso de acción preciso para cuando alguien afirmaba que un vecino le había robado una oveja. En lugar de perfeccionar su receta de flan de limón en el comedor del pueblo, le arrastraban de la oreja a todas las reuniones agónicamente aburridas. Bueno, no, en realidad se había librado de asistir a ellas, pero había estado a punto de ser decapitado por flirtear con aquella princesa. La cuestión era que no le gustaba mucho ser príncipe, y estaba más que dispuesto a no serlo en absoluto. Sospechaba que Zeff sentía lo mismo por él, lo que hacía que todo el asunto fuera aún más ridículo.

Lo que Sanji no sabia cuando tenia 16, era que habia habido una propuesta de matrimonio para el. Y siguieron habiendo propuestas de matrimonio para el, de las cuales el siguio sin ser consciente, hasta que cumplió los 18 años. Fue entonces cuando ocurrieron dos cosas: Usopp habló de las proposiciones rechazadas y Sanji sufrió su propio y emocionante intento de asesinato.

Como suele ocurrir, la gente malcriada y estúpida se enfada si no consigue lo que quiere. El 99% de los miembros de la realeza eran tan mimados y estúpidos como para decidir que si Sanji no iba a casarse con ellos, o al menos a ser su consorte, no debería permitírsele estar con nadie. Ahora el rey se sentía culpable, el príncipe se sentía molesto, y nadie en el castillo estaba comiendo natillas de limón. Todo un desperdicio.

La única cosa - la última libertad que Zeff había permitido a Sanji, había sido no conseguirle un guardia. Ambos habían trabajado duro para asegurarse de que el príncipe nunca necesitara uno, y si alguien hacía la guardia era Sanji, viendo que Usopp siempre parecía encontrar problemas como si fuera su misión personal hacerlo. La confianza en su propio entrenamiento combativo significaba que el príncipe no tenía motivos para sospechar que su padre había faltado a su palabra y le había conseguido a Sanji un gorila con espada, así que cuando una estatua muy extraña y poco atractiva había aparecido en la sala, simplemente se había encogido de hombros. Sólo Zeff se las arreglaría para encontrar a un caballero maldito, plantarlo en presencia de su hijo y luego no decírselo...

No es que Zoro le cayera mal. Sanji realmente pensaba que ese gorila en particular que empuñaba una espada era interesante, aunque un poco tosco y desaliñado. No era que fuera culpa o decisión de los caballeros, y el príncipe se sentía bastante mal por el hombre. No sólo se convirtió en piedra, sino que tuvo que proteger a alguien que ni siquiera quería ser protegido.

Zeff debería haber dejado que uno de los imbéciles reales se lo llevara. Sanji no creía que fuera tan miserable, mientras pudiera seguir cocinando. Su extraña familia en Baratie estaría a salvo y cuidada, y la gente no pasaría hambre, así que ¿a quién le importaba si Sanji tenía que vivir con alguien que le caía mal? (Le importaba, pero se esforzaba por no hacerlo.) Probablemente iba a pasar algún día. Zeff no podía decir que no y mantener su tierra a salvo para siempre.

El Tres de Espadas - Zosan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora