"M-mamá...tengo que hacer algo, ¡pero vuelvo pronto!" Dijiste, despojando los guantes de tus manos junto a la montaña infinita de trastes sucios ante tí.
"Eh, eh, eh." Dijo ella, tomando el cuello de tu camisa, "no te vas de aquí hasta que acabes con eso."
Suspiraste, rendida. Para cuando acabes, el velo habrá desaparecido una vez más y tu curiosidad quedará picada como de costumbre. Rodaste los ojos y dejaste salir el aire con suavidad, te colocaste los guantes de plástico una vez más y lavaste torpemente los trastes mientras mirabas aquel enorme domo formarse del otro lado de la ciudad.
¿Qué se sentirá tocarlo? ¿Asqueroso, como lodo? ¿O imperceptible como el humo de un cigarrillo?
Mientras tanto, Suguru y Satoru se encontraban camino a la escuela de hechicería portando uno de los dedos perdidos de Sukuna.
"Por fin, solo faltan unos...once, doce." Dijo el albino, mirando aquel artefacto con desprecio. "Ya perdí la cuenta."
Suguru se quedó parado frente a donde iniciaba el velo, mirándolo con detenimiento, su cuerpo pidiéndole que espere un momento, como si algo fuera a suceder, algo que no sabía, ni entendía.
"Hey, ¿por qué tan serio hoy?" Preguntó Gojo, deteniéndose un par de metros frente a su amigo.
Geto no supo qué responder, ni siquiera entendía aquello que su cuerpo anhelaba con tantas ganas, era una sensación inexplicable.
"Nada" Geto frunció el ceño, sonriendo torpemente mientras negaba con la cabeza, intentando deshacerse de aquellos tontos pensamientos que lo invadían. "No pasa nada, solo...una sensación extraña."
"Se llama hambre, genio. No hemos comido nada desde la mañana, ojalá Yaga-sensei nos reciba con un delicioso buffet." Dijo Gojo rodeando a su amigo de los hombros, invitándolo a caminar junto a él.
Ambos volvieron a la escuela de la hechicería, devolvieron el dedo de Sukuna y recibieron una seca oleada de halagos por parte de Yaga, resumiéndose a un simple "bien hecho, chicos."
Los días pasaban y el vacío en el alma de Geto crecía con una intensidad abrumadora, ¿qué quería decirle aquella sensación? No entendía, y eso le frustraba más que nada.
...
El sol comenzaba a meterse y seguías encerrada en aquel estúpido salón de clase. Habías logrado, finalmente, pasar la materia que habías perdido gracias a aquel estúpido velo. No habías visto uno de nuevo. Habían pasado meses desde aquel domo que llamó tu atención en la cocina, contabas los días en los que vieras uno de nuevo, poder finalmente acercarte a uno, saciar tu curiosidad, pero...nada. El día nunca llegó.
Mirabas la ventana del salón, ignorando por completo las palabras vacías del profesor ante tí. Seguramente perderías otra materia, si no era por aquel extraño fenómeno, sería por la falta de él. Una incómoda sensación se apoderaba de tí y no sabías qué, por qué, ni cómo deshacerte de ella. Simplemente estaba ahí, descansando en el fondo de tu ser como una sombra que te seguía diariamente, pasando casi desapercibida.
La campana sonó, liberando a toda tu clase de aquella terrible agonía.
"¡Juno-san! Miko y yo iremos por helado, ¿quieres acompañarnos?"
Sonreíste. Justo lo que necesitabas.
Caminando con tus amigas te diste cuenta que la vida simplemente tenía sentido, bromearon sobre clases, profesores, chicos, incluso. La presión de los exámenes, de las materias reprobadas y proyectos pendientes había desaparecido de tu mente, aunque sea por un par de minutos. Eso era suficiente para tí.
El sol se ocultó y llegó la hora que menos esperaban; la despedida. Se abrazaron y llenaron de cumplidos, ignorando por completo que se reunirían nuevamente el día de mañana, y el día siguiente y siguiente por un par de meses más, hasta graduarse. Te despediste con la mano y te diste la vuelta, colocando los dos audífonos en tus oídos. "Wicked game" sonaba suavemente de fondo, acompañando tus pasos y pensamientos. Tarareabas suavemente la letra.
Diste vuelta en la esquina, caminando hacia aquella enorme avenida que te llevaría directo a tu casa en tan solo un par de cuadras. Maldijiste en voz baja al sentir un peso contra ti, tirando tu celular al suelo, la música cesó.
"Maldición..." susurraste bajito, agachándote para levantar tus pertenencias del sucio cemento.
"Lo siento, no me di cuen..."
Alzaste la vista topándote con un par de ojos negros, delgados y misteriosos que te miraban con sorpresa, con asombro. Sus manos se acariciaron suavemente, intentando recoger tus cosas del suelo. Sentiste una poderosa sensación invadir tu cuerpo, de pies a cabeza. Una chispa. Un dèja vu de algo que nunca había ocurrido antes, no en esta vida.
Suguru estaba hincado ante tí, mirándote como si fueras la última pieza de su rompecabezas incompleto. La pieza clave, la que cambiaría todo.
El silencio los rodeó cómodamente, ninguno se puso de pie, ni tocó el celular que aún descansaba en el suelo. Simplemente se miraron, se admiraron el uno al otro.
"¿Te...te conozco de algún lado?" Preguntaste suavemente, tu voz casi inaudible.
"No estoy seguro..." respondió él, en el mismo tono, suave, temeroso.
Finalmente tomaste tu celular y te reincorporaste, acomodaste un mechón detrás de tu oreja y te atreviste a mirarlo una vez más.
"S-soy Juno. _________ Juno." Estiraste tu mano, un hábito heredado por tu madre no-japonesa, no acostumbrabas a inclinarte.
Geto miró tu mano por un par de segundos, no acostumbrado al contacto al conocer a una persona nueva. Sin embargo, su cuerpo lo obligó a hacerlo, tragó aire y estrechó tu mano con suavidad.
Y eso fue suficiente.
Todos los recuerdos, las memorias, las sensaciones de una vida pasada o futura, una vida que no le pertenecía, no aún. Una ola infinita de recuerdos a tu lado lo inundaron, sus rodillas temblaron torpemente. Eras tú. Pero ¿cómo podías serlo? No te conocía, no sabía quién eras. Pero al mismo tiempo sí.
No te conocía, pero sabía que te encanta comer el desayuno en la cama. Sabía que amas bailar suavemente mientras cepillas tus dientes y que cantas en la ducha, sabía de qué lado de la cama duermes y en qué posición.
Eras tú.
El amor de su vida, de todas sus vidas.
Finalmente soltaste su mano, mirando la palma de la tuya como si hubiera sido marcada de por vida.
"Suguru Geto." Dijo él con un hilo de voz, débil, suavemente. "Me llamo Suguru..."
Sonreíste.
"Un placer conocerte, Suguru."