Capítulo 3

147 19 0
                                    

El auto se detuvo frente a unas enormes puertas negras, mientras esperaba a que estas se abrieran. Después avanzó por un largo camino de piedras que estaba rodeado por unos hermosos árboles con flores violetas. Había dejado de llorar hacía bastante tiempo, me había resignado durante el largo camino hasta aquí, sobre lo que sería mi vida.

No sabía dónde estaba exactamente, pero cuando cruzamos aquel puente, algo dentro de mí me dijo que ya estaba lejos de casa. Miré por la ventanilla de mi lado izquierdo lo verde de la naturaleza, pero ni siquiera estaba prestándole la atención necesaria. Mi mente estaba en otro lugar, muy lejos de aquí. El movimiento del vehículo cesó, entonces la puerta se abrió frente a mí, salí del auto como un cachorro asustado y entonces me eché a correr con los pies descalzos tan rápido como pude sin saber exactamente hacia donde estaba huyendo.

Cualquier sitio en ese momento, era mejor que estar ahí.

Mi cuerpo se azotó contra el camino de cemento y piedrecitas, mismas que se clavaron en mis antebrazos y rodillas, provocándome raspones que ardían demasiado. Uno de los hombres me levantó enseguida, sosteniéndome con fuerza por ambos brazos. Otra vez las lágrimas brotaron de mis ojos, no solo por la pena, sino también por el dolor de las heridas superficiales que ahora tenía.

—Con cuidado —ordenó el hombre—. No la lastimen.

Luego se acercó con el rostro lleno de lástima y preocupación.

—Amira —pronunció mi nombre con la misma aflicción—. ¿Qué estás haciendo, querida?

—Por favor, déjeme ir. Déjeme volver a casa —Le supliqué con la esperanza de que él si tuviera algo de compasión por mí.

—Pero estás en casa ahora —Se acercó más—. Suéltala —Le ordenó al hombre—. Vamos a curarte esas heridas.

—Por favor, se lo ruego. Déjeme ir. Solo quiero volver a casa. Quiero volver a casa con mi madre y mi hermano.

Nunca le había hecho daño a nadie, jamás había sido descortés o grosera. Desconocía los insultos. No había ido a la escuela y a causa de mi ignorancia no podía entender por qué un hombre como él, quería casarse con una niña como yo.

Ni siquiera había tenido mi primera menstruación y tampoco había desarrollado el cuerpo de una mujer. Yo solo era Amira, hija de Doruk y Gönul Gürman, hermana de Eren; una pequeña niña asustada que deseaba con todas sus fuerzas volver a su casa y a los brazos de sus seres amados.

—No puedes volver a una casa que no es tu hogar —dijo—. Escúchame bien, Amira. Tu padre decidió que valías diez millones de liras. Te ha utilizado para hacerse millonario, no añores querer volver a los brazos de un ser humano como él. Tú mereces más que ese amor pobre e inexistente. No sigas llorando por él.

Entonces lo había entendido.

Mi padre me había vendido por diez millones de liras.

Había hecho un negocio con su propia hija por unos cuantos millones, sin importarle nada. Sentí como si alguien caminara sobre mi corazón y lo pisoteara como a una cucaracha. No le importaba a mi padre y este hombre lo sabía mejor que yo.

Para Doruk Gürman el dinero era mucho más importante que el dolor de su sangre, era más importante que mis súplicas, que mis gritos desgarradores y que mi propia felicidad. La imagen de su rostro serio, mientras ese maletín estaba en su mano, se me vino a la cabeza y por unos segundos vi en mis recuerdos la ligera sonrisa en su boca.

El dolor me azotó con una correa invisible de espinas.

Mi propio padre me había mutilado, sin siquiera cortar un centímetro de mi carne.

Me dejé arrastrar por el hombre hacia el interior de la lujosa y enorme casa. Lo hice sin protestar, porque ya no servía de nada hacerlo. Estaba perdida en un lugar de mi cuerpo que desconocía

Subimos unas enormes escaleras, entretanto él me arrastraba consigo sujetando mi mano con delicadeza. Atravesamos un largo pasillo y pude ver mi reflejo destruido sobre el piso blanco que relucía como espejo. Abrió una puerta del mismo color y esta nos abrió paso a una enorme habitación.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté atemorizada, era ignorante pero no demasiado.

—Voy a curarte —dijo cerrando la puerta detrás de sí—. Tranquila.

Soltó mi mano para entonces encaminarse hacia otra puerta dentro la misma habitación. Seguí sus pasos con mis ojos y me percaté de que era un baño. Me quedé inmóvil en el mismo lugar en donde me había dejado. Luego volvió con un pequeño botiquín en las manos y me tomó de la mano para llevarme hasta la cama.

—Siéntate —pidió con amabilidad y lo hice de manera automática.

Una mueca se dibujó en mi rostro y gemí por el ardor que sentí en mis rodillas al doblarlas.

—Sube tu vestido, por favor —dijo y me aterroricé, negando con la cabeza—. Es para curarte las heridas en las rodillas —explicó.

Subí el vestido dejando mis rodillas descubiertas, él sacó un algodón del botiquín junto a un frasco, lo empapó con el líquido y me advirtió que me ardería. Lo presionó contra los raspones que me había hecho en las rodillas y mis piernas se movieron involuntariamente. Repitió el procedimiento en mis antebrazos y finalmente en mi mentón.

Cuando terminó de curarme, colocó parches sobre las heridas que no tardarían en curarse porque no eran muy profundas.

—Descansa un poco —dijo, volviendo a meter las cosas en su lugar—. Pediré que preparen la cena y luego vendré a buscarte.

Lo miré sin expresión alguna. Él estaba de cuclillas frente a mí, mirándome con sus ojos color marrones oscuros.

—Esta será tu habitación, así que puedes dormir si te apetece —habló, al mismo tiempo que se ponía de pie—. Si necesitas algo, solo tienes que decírmelo y lo traeré para ti.

Me mantuve en silencio y él soltó el aire de su boca con pesar al ver que no le dirigí la palabra. Caminó devuelta al baño y dejó el botiquín donde mismo lo había encontrado.

Sin decir nada más, se puso en marcha hacia la puerta de la habitación y salió.

Sentí una profunda soledad cuando cerró aquella puerta y no desperdicié la oportunidad de echarme a llorar sin parar, porque era lo único que podía hacer en estos momentos; llorar y dejar que mis lágrimas se encargaran de sacar el profundo dolor que habitaba ahora en mi corazón.

Una niña como yo no debía estar en una situación como esta.

No había sido mala persona, como para que el destino me castigara de esa forma.

No había sido una mala hija con mis padres, ni mala hermana, al contrario, siempre obedecí las palabras de mis padres y no podía entender cómo el mío había tenido el corazón tan frío para hacerme algo como eso.

Corazón Mutilado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora