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————————————————————❝ El señor Kim, primer ministro de la gran nación, ha muerto durante la mañana del sábado después de su extensa lucha contra la enfermedad que lo consumía lentamente. Desde el noticiero VVS le brindamos nuestro pésame a la princesa Tiffany y a todos sus hijos. ❞
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La noticia recorría cada rincón de la nación, logrando que miles de habitantes quedaran sorprendidos, ya que el primer ministro era una persona amada por muchos, a pesar de no ser parte de la familia real y solo estar casado con una de las princesas. Sus buenas acciones eran conocidas, tenía miles de fundaciones dedicadas a las personas que se encontraban en un estado de salud vulnerable y adoraba viajar a otros lugares, aprendiendo parte de su cultura.
El shock fue impresionante.
En la capital, dentro de un cementerio privado, se llevaba acabo la ceremonia en homenaje al gran hombre que abogó por los derechos de aquellos que menos tenían. Solo se le era permitido el acceso a la familia real y algunos allegados, o personas que fueron importantes para la vida del ministro. Cualquier otra persona que intentara si quiera tomar una fotografía del suceso, sería demandada e incluso encarcelada por irrumpir en un momento tan doloroso para una familia entera.
Tiffany no había parado de llorar. ¿Podía describir su dolor en palabras? no, era imposible saber que tan mal se estaba sintiendo después de perder al amor de su vida y padre de sus tres príncipes. Los niños tampoco comprendían que estaba sucediendo, era difícil explicarle a los más pequeños que papá ya no regresaría a casa para leerles cuentos antes de dormir, y al mayor, el que más comprendía esta situación, no se le podía dar consuelo con ninguna distracción cercana.
El príncipe Taeil estaba atravesando por la temible adolescencia, no era un buen momento para perder a su padre de esa manera tan horrenda. A su corta edad había visto como una enfermedad robaba el brillo de esa persona tan energética a la cual admiraba profundamente por su gran capacidad de liderazgo, un hombre que luchó por el amor de su vida y que sorprendió a la reina con su valentía, logrando conseguir su bendición para casarse.
Los pequeños príncipes, Jaehyun y Mark, se aferraban al vestido de su madre. El mayor de ellos lloraba como si estuviese haciendo un berrinche, pedía por su padre y pataleaba cuando su niñera trataba de sostenerlo. El menor solo veía en silencio, confundido y a la vez aterrorizado por el revuelo a su alrededor.
Era imposible quedarse sin protección al ser posibles herederos, pero, al ver a su padre dentro de ese ataúd, sentían que estaban perdiendo una pieza fundamental de su familia.
Algo para lo que nadie estaba preparado.
—Princesa —habló uno de los vigilantes, acercándose a la mujer con cautela. —Alguien insiste en entrar a la ceremonia, dice que usted la conoce y que debería de permitirle el paso.
—No lo creo, Arthur —Tiffany sollozó. —No ha faltado nadie de la lista.
—Dice llamarse Taeyeon.
Incluso el hombre más perfecto del mundo tiene encerrado bajo llave asquerosos secretos.
La princesa, molesta, dejó a sus hijos un momento para poder dirigirse a la entrada del cementerio, acompañada del servicio secreto. Su sangre hervía a más no poder y estaba segura de que sería capaz de asesinar a esa idiota si trataba de acercarse un solo metro a la tumba de su querido esposo.
No podía dejar que estuviera cerca ni un segundo, la prensa estaba acechando como un águila, cualquier desliz revelaría toda la verdad escondida hace años atrás. Si esto sucedía, afectaría la memoria de alguien respetado y ella quedaría como una estúpida ante toda una nación, peor aún, sus hijos también sufrirían a raíz de todo.
Tenía que alejarla.
Al llegar, incluso si no quería, se encontró con la causa de su desgracia; una mujer pelinegra, de piel pálida y ojos oscuros como el mismo infierno. Detrás de ella había un niño, al cual no podía reconocer ya que estaba bastante escondido, ocultando su rostro y tratando de ser lo menos visible posible.
¿Cómo se atrevía esa descarada? debió de mandarla lejos cuando tuvo la oportunidad, se arrepiente de haber tenido piedad con ella y su maldito engendro aún no nacido.
Solo la dejó vivir porque su embarazo era riesgoso y creyó que moriría mientras daba a luz. Vaya sorpresa se llevó cuando le informaron que la mujer estaba en perfecto estado de salud, al igual que ese engendro.
—¿Qué quieres? —habló Tiffany, con la habitual expresión seria que su madre le había enseñado a perfeccionar. —¿No te bastó con reírte de mí? ¡lárgate! el está muerto, ya no tienes nada que ver con nosotros.
—No vengo aquí a exigir que me dejes estar cerca, porque ambas sabemos que lo veía cada fin de semana hasta que enfermó de gravedad —Taeyeon alzó la mirada, sus ojos llorosos delatando lo mucho que estaba sufriendo a solas. —Pero deja que mi hijo se despida de el. Es todo lo que te pediré en esta vida.
Fue ahí que la mujer sacó a su hijo del pequeño escondite, detrás de ella; un niño con pecas, piel pálida y cabello negro, igual de oscuro y crispo que el de su madre. Sin embargo, había que hacer denotar que sus rasgos eran prácticamente iguales a los del difunto ministro.
El hijo del que nadie hablaba en la prensa, ese mismo que esperaba cada sábado para encontrarse un par de horas con su padre y después verlo marcharse. Un niño que no pertenecía a la corona y que el ministro podía presumir que era completamente suyo.
Un maldito engendro bastardo.
—No —Tiffany observó de mala gana al pequeño, quién lloraba en silencio, tal vez por miedo a lo que pudiera suceder si emitía algún sonido. —El no es parte de la familia.
—Tiffany, es su hijo.
—¡Dije que no! —gritó, empujando con fuerza al pequeño. —Llévate a ese engendro lejos de mi vista y escóndelo muy bien, Taeyeon. Si este niño llega a la prensa, si algún medio de televisión o incluso internet se entera de su existencia, te voy a seguir y lo mataré a él, no a ti.
Porque perder a un hijo era el peor dolor que una buena madre podría llegar a experimentar.
Ninguna de las dos se esperó que el pequeño extendiera sus manos, tratando de entregarle a la princesa una flor de color blanco, la cuál se acostumbraba a llevar en los funerales.
—Para mi papá.
—Saquenlos.
La mujer tomó a su hijo en brazos y besó su frente, mirando a la princesa con sus ojos llenos de dolor.
—Mi hijo no tiene la culpa de lo que hicimos —dijo Taeyeon, sollozando y tratando de evitar que los guardias le pusieran una mano encima a su hijo. —Si fueras una persona sensata, te darías cuenta de que el cumplió con su obligación y solo eso, mi niño tiene derechos y uno de ellos es decirle adiós a su padre.
—He hablado lo suficiente.
Los sacaron a la fuerza de ahí.
Esa noche la joven Taeyeon regresó a su pequeño hogar, ubicado a las afueras de la ciudad, una zona poco urbanizada hasta ese momento. Su hijo no había dejado de abrazarla, el pobre solo lloraba y lloraba, pues no encontraba otra manera de drenar toda la tristeza que habitaba en su cuerpecito.
Su nombre era DongYoung, Kim DongYoung, y tenía nueve años de edad.
Pero el no era hijo del primer ministro, era el hijo más querido de Kim YoungJae, un hombre que daba la vida por su familia.
Kim YoungJae cometió errores en su vida personal, pero siempre fue un buen ministro, y tenía tantos premios que, a veces, Doyoung se preguntaba porque papá salía tanto en la televisión.
El aún no se daba cuenta de la realidad, las cosas de adultos siempre se le iban de la mente.
¿Qué podría depararle en un futuro?
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Paparazzi
Fanfiction❝ El señor Kim, primer ministro de la gran nación, ha muerto durante la mañana del sábado. ❞ Nadie desea estar expuesto ante el ojo público, mucho menos en estas situaciones.