02. Reality.

90 29 3
                                    

Kim DongYoung.

Perdón; solo Doyoung.

El hijo amado de su padre, la luz en la oscuridad que vivió su madre. Ahora es estudiante de primer año en la universidad pública del noreste de la nación, uno de los mejores en cuanto a promedios y con un liderazgo impresionante. Sus compañeros suelen buscarlo ante cualquier situación, ya que es presidente del comité estudiantil y, para sorpresa de muchos, el único hombre que logró ingresar a este.

Alguien con un vocabulario extenso porque su pasatiempo de pequeño era releer los diccionarios y ver películas de antaño en la oscuridad de su habitación, cuando mamá no se encontraba cerca para reprenderlo por estar despierto a esas horas.

Cualquier conocido diría que se parece a su padre, pero el no tiene más familia para que le repitan ese pequeño detalle.

Vaga en soledad y sueña en convertirse en un activista, abogando por los derechos de aquellos que menos tienen y son tirados por la borda. Su primer paso es sobresalir en la universidad, después obtendrá puesto cualquiera e irá escalando poco a poco, sin prisas.

Suena increíble...

Hasta que la realidad te golpea justo en la cara.

Doyoung está obligado a vivir en un perfil bajo, sin posibilidad de tomarse una sola fotografía con sus amigos para compartir en redes sociales, por lo menos no alguna donde se le vea el rostro. No puede usar internet como medio de difusión para los proyectos que desea efectuar, tampoco se le permite viajar al centro de la ciudad para buscar una mejor universidad, o alguna beca que le permita escalar más rápido.

No culpa a sus padres por la vida que ha tenido que vivir a raíz de todo su conflicto y, si alguna vez lo hizo, ya los perdonó. Porque se conoce a si mismo, cuando alguien vive siendo testigo un amor tan puro como el de sus padres, crece entendiendo que debe de respetar aquello, sobretodo por todos los obstáculos que tuvieron que pasar para llegar a ello. Cada quien es capaz de tomar sus decisiones, sus padres ya habían pagado parte de su error, y no por eso estaba insinuando que eran unos santos, ¿quién en esta vida lo era? simplemente... humanos con la cabeza descolocada tomando decisiones por impulsividad.

Intenta hacer lo posible para fluir con la marea y no quedarse estancado en lo que podría haber sido.

—¿Qué puede hacer este enamorado? ¿existe acaso salvación para aquellos que caen en las garras del amor?

El pelinegro soltó una risita ante el susurro repentino de su novio, quien lo acompañaba mientras realizaban la tarea de historia.

—Mi metanoia —habló Doyoung, juguetón. —¿Con que poema me maravillas hoy?

—Dime, mi único amado... —nuevamente, el chico de cabellos castaños, susurró, mirando con amor al dueño de sus escritos. —Que, de poseer tu entero corazón, este tonto tiene el honor.

—Me conmueves.

Bien dicen por ahí que dios los hace y ellos solos se juntan.

John Seo, hijo de un matrimonio común y corriente, era un compañero excelente con ganas de superarse a si mismo y en su camino ayudar lo máximo posible a qué otros también pudieran conseguir su sueño. Conoció a Doyoung el primer día de universidad, ambos tomaban ciertas clases en conjunto y fue cuestión de días para que John se animara a entablar una amistad con el, ya que le había sorprendido su manera de expresarse y lo rápido que parecía entender cualquier indicación.

Destacaba en el deporte, aunque no era específicamente su rama, prefería escribir ensayos y dejar volar su mente entre tantos libros de historia como le fuese posible, sin embargo, de vez en cuando se permitía a si mismo leer alguna que otra novela romántica.

Nunca sintió la necesidad de escribir poemas hasta que los ojos de Doyoung comenzaron a invadir sus sueños.

Y, ahí estaba, siendo el poeta del que nadie hablaría, pero que sin duda tenía a la musa más hermosa de todas como inspiración.

—Tengo que esforzarme por sonar más sofisticado posible, pero siempre me vences con tus palabras aesthetic —John se rió, arrugando su nariz. —Y por eso te quiero.

—No son palabras aesthetic —Doyoung le sacó la lengua a su novio. —¿Electroencefalografista te parece una palabra bonita para utilizar? no lo es.

—Ele- ¿qué?

—Electroencefalografista.

—Me niego a gastar saliva intentando pronunciar esa cosa —dijo John, volviendo su atención a la tarea de historia. —Mejor sigamos intentando comprender porque Henry VIII amaba matar a sus esposas.

Doyoung piensa que no debió de haberse escuchado Six: The musical antes de estudiar este tema en particular, porque aún no sabía nada de la vida de Henry y ya lo odiaba con todo su ser.

¿Debería de abstenerse de ver El Sultán antes de adentrarse a la historia del gran imperio Otomano?

Cuando el horario escolar finalizaba y John se retiraba porque tenía que trabajar en proyectos, Doyoung regresaba a la soledad de su hogar, con un poquito de esperanza de encontrarse con su madre.

Nunca había nadie.

Ella estaba demasiado ocupada trabajando y tratando de rehacer la vida que no pudo tener. Doyoung no era nadie para impedirlo, incluso se sentía feliz cada vez que la veía llegar con una enorme sonrisa en el rostro, denotando que la había pasado bien con esa persona.

Tal vez por ese distanciamiento se entretenía con cualquier cosa, como leer diccionarios una y otra vez. De pequeño se burlaban de él por eso, pero ahora mismo no tenía que hacer un esfuerzo extra al comprender los términos de sus profesores, y aquellos que se burlaron y lo golpearon, en esos tiempos, ni siquiera habían terminado la secundaria y actualmente los veía ir de empleo en empleo.

No podía decir que le alegraba verlos sufrir, pero algo dentro de el se sentía bien al saber que ya no estaban en posición de causarle daño a alguien más.

O eso creía.

—Buenas tardes señora paloma —habló Doyoung, abriendo las cortinas y ventanas de su hogar para poder tener un poquito de luz solar. —¿Ya desea comer? espere un momento, tengo que abrir la última cortina.

Tenía una amiga paloma que siempre venía a comer y se quedaba vagando por todo su hogar. A su madre le gustaba bromear y llamarle "Blancanieves" por su amor a los animales.

Ojalá ser una princesa de Disney, no obligaciones, solo hablar con animales y caer convenientemente dormido.

Al final, terminó llenando el comedero de las aves para no tener que levantarse temprano a llenarlo, porque odiaba con toda su alma tener que abrir sus ojos a las seis de la mañana, más cuando se quedaba despierto hasta tarde por querer hablar con su novio sobre cualquier asunto estúpido.

Podían conversar horas y horas de la inmortalidad del cangrejo.

John era gracioso, siempre le hacía reír con sus comentarios y comprendía las dudas que rondaban en su mente con respecto a ciertos asuntos.

Le habría gustado que todas las personas a su alrededor fuesen igual de comprensivas.

Lástima que no se puede tener todo en esta vida.

Paparazzi Donde viven las historias. Descúbrelo ahora