II

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No supe cuanto tiempo duré en el baño, pero sin duda había sido menos del tiempo que dure limpiando mi habitación. Y en todo el tiempo que estuve ocupada solo dos cosas hacían presencia en mi mente. Una bonita cabellera albina y unos apetecibles labios rosados, marcos de una linda sonrisa.

¿Cómo es que pudo meterse en mi mente de esa forma? Recién lo conocí y ya se había tatuado en mi cabeza. En parte lo entendía, cualquier persona que se sienta atraída hacia otra por su físico no logra sacarlo de su cabeza por un tiempo. Obviamente se trataba de eso, atracción física. Había pasado por eso antes con otros hombres, esto sería pasajero.

Luego de ponerme mi uniforme de hechicera peine mi cabello en una coleta, esto me ayudaba a que a la hora de pelear mi cabello no fuera un estorbo. Maki me había dado ese consejo, y siendo sincera ayuda más de lo que imagine. Opte por usar maquillaje muy leve, el suficiente para cubrir mis ojeras y no parecer un muerto viviente como esta mañana. Iba a clases no a un desfile de belleza, por lo que de nada serviría arreglarme tanto, y tampoco es como si alguien fuera a notarlo.

En cuanto salí de mi habitación una rosa negra se topo en mi camino, generando una expresión de sorpresa por mi parte.  

-Una flor para otra flor.- Su voz era tan profunda que me causaba escalofríos, no se comparaba en nada con la dulce voz del albino que había conocido horas antes.

-Podrías ser un poco mas original ¿Sabes?-Respondí tomando la flor por el tallo, soltando un quejido al sentir el leve pinchazo de una de las espinas.- ¡Auch!- Y antes de si quiera poder ver la pequeña gota de sangre que comenzaba a formarse en mi dedo, el pelirosa ya había tomado mi mano.

Su sonrisa era un claro letrero de que lo había hecho apropósito.

-Oh pequeña flor, ¿Te lastimaste?-El sarcasmo en su voz era notable, además del patético acto que estaba tratando de llevar a cabo acercando mi mano a su boca y plantando un beso en la pequeña herida. 

Vi perpleja como acto seguido soltó mi mano de forma delicada, pasándose la lengua por los labios para limpiar el rastro de sangre que había quedado en ellos. Mi sangre. 

Lo que este tipo tenía de guapo lo tenía de sádico, ¿Pero que se podía esperar de él? Ryomen Sukuna era una maldición bastante conocida en el mundo de los hechiceros, esto debido a su fuerza y destreza en las batallas, además de los rumores acerca de la cantidad de veces que ha sido exorcizado, saliendo con vida en cada una de ellas sin siquiera un rasguño. A pesar de ello lograron dividirlo, haciendo que Sukuna perdiera gran parte del poder que tenía.

Y ustedes se preguntarán, ¿Qué hace una maldición en una escuela de hechicería? La respuesta es simple. Todo era un jodido negocio entre los peces gordos de la hechicería y el rey de las maldiciones, un negocio que según ellos, a todos nos convenía.

El trato era simple. Como hechiceros, nuestro deber era reunir todas las partes que Sukuna había perdido, concretamente, veinte dedos. A cambio, Sukuna se hacía pasar por un hechicero más, asistiendo a misiones y ayudándonos a buscar los dedos, pues ya que el era el dueño, la energía maldita que cada uno desprendía era mucho mas perceptible para él que para nosotros.

Pero lo más importante del trato era que una vez que Sukuna recuperara su poder, nos dejaría vivir y haría como que nada de esto habría ocurrido. Yo seguía pensando que todo era una completa estafa, que la única razón por la que Sukuna nos dejaba vivos por ahora era porque le estábamos ayudando, pero una vez ingiriera los 20 dedos, ocuparía su trono como rey, esclavizando y matando a cualquiera que se le antoje.

Justamente por eso no confiaba en él. A su vez porque ser su vecina tampoco era el mejor regalo del mundo. ¿Recuerdan que hablé de los gemidos que escuchaba todas las noches? Bueno, eran obra de la maldición frente a mí. Cada noche metía a una mujer nueva, repitiendo la misma rutina...y las mismas canciones.

You belong with me || Gojo SatoruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora