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Capítulo Cuatro

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Su cara me parecía familiar, pero no sabía de dónde. Era imposible que le conociera, porque tenía un físico difícil de olvidar. Entre la barba de medio día y el hoyuelo en la barbilla, tenía un aire de bad boy. Sus labios eran delgados pero carnosos, apetecibles, incluso. Sus ojos eran color café oscuros, interesantes y con cuerpo como el café exprés.

—Señor, ¿se encuentra bien? —le preguntó al anciano.

El viejito cascarrabias apretó los labios y me fulminó con la mirada por un momento.

—Sí, estoy bien, gracias.

El chico asintió con la cabeza y se volvió hacia mí.

—Estás temblando, ¿tienes frío? —Sin dejarme responder, se quitó la chamarra y la extendió hacia mí—. ¿Tu hotel está cerca? Te puedo acompañar hasta allí, o buscar refugio en algún lugar cálido.

No esperó a que tomara la chamarra, se movió hacia atrás de mí y la colocó encima de mis hombros. Debí haber protestado, pero la verdad, es que la chamarra estaba calentita, y la necesitaba. Además de que olía delicioso a especias y chocolate.

Mi mirada se deslizó hacia el anciano, quien seguía furioso conmigo, y aclaré la garganta. «Debería marcharme ya», pensé.

—Gracias por la chamarra, pero realmente no la necesito. —Volteé hacia el chico, poniendo una mano en mi hombro para quitármela.

—No, de verdad que no es ningún problema. Está haciendo frío, y... —miró hacia el cielo—, parece que va a llover.

Me mojé los labios. Tenía un punto. Estaba haciendo frío, él estaba siendo superamable, y además la chamarra olía delicioso, no estaba lista para entregársela. Además, tenía mucha curiosidad por recordar de dónde lo conocía y por qué Kate estaba tan emocionada también.

—¿Qué tan lejos está el lugar cálido?

Esbozó una sonrisa y casi me flaquean las rodillas. Era hermosa, de esas que parecen que iluminan lo que tocan, de las que no son tan fáciles de olvidar o ignorar.

—No es lejos, lo prometo. Cualquier cosa, mi coche está ahí y te puedo llevar a tu casa sin problema.

Miré hacia donde estaba el anciano enojón, pero ya se había ido y no nos habíamos dado cuenta. Sonreí.

—Gracias, el hombre se ha ido, así que no necesito que sigamos pretendiendo que me has rescatado.

El chico guapo soltó una carcajada.

—¿Pretendiendo que te estoy rescatando? ¿Qué te ha hecho pensar que estaba pretendiendo?

Encogí los hombros.

—Fuera de tener frío, realmente no estaba en peligro.

—La verdad es que me siento supergalante después de rescatarte —levantó la mano, contando con sus dedos—, dos veces, de hecho.

Sorprendida, separé los labios. ¿De qué estaba hablando?

—¿Dos veces?

—Primero fue el café y ahora te rescaté de las garras del señor Smith. Parece inocente, pero el señor tiene un temperamento de los mil diablos.

Este chico. Crucé los brazos.

—Me parece que sí te di las gracias por el café, y, la verdad, el señor, fuera de ser cascarrabias, no parecía problemático. Lamento decirte que eso no es ser caballeroso.

Rio de nuevo. Sus pupilas estaban dilatadas, pero, más que nada, me miraba con curiosidad.

—Eres graciosa.

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