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—Enzo, una sola cosa te pedí, por Dios una semana no puede pasar sin que me llamen para los reportes por tu comportamiento, bien claro te deje que no la cagaras en una semana, una sola Enzo...—hablaba Marta, omega, madre de Enzo.
Estaban saliendo de la escuela de Enzo, con un Enzo de once años que había sido reportado por la misma directora porque otra vez estuvo metido en una pelea, (que Enzo se enorgullece de a ver ganado), pero ahora estaba escuchando la gran reprimenda que le daba su madre y sinceramente había dejado de escuchar hace unos minutos, el niño caminaba camino a su casa de la mano de su madre, su hogar esta cerca de la escuela en la que asistía a si que el camino no sería muy largo, lo que si era largo para Enzo era escuchar como su madre no dejaba de decirle que la había cagado, porque para colmo lo habían suspendido una semana de clases por su conducta.
Enzo miraba el resto del camino a su hogar, tenía el clásico uniforme escolar pero esta vez sucio, y con una gaza cubriendo su moflete izquierdo por la pelea en la que se involucró.
Casi llegando a su casa (y con su madre que no había parado un solo segundo en darle la charla), se fijó que en la casa frente a la suya estaban pasando unos muebles, que unos hombres estaban luchando por ingresar a la propiedad.
Dió un leve tirón en la mano que tenía tomada de su madre para tener su atención.
—Ni creas que te voy a comprar helado después de lo que me hiciste pasar en tu escuela—dijo en automático Marta.
Pasando abriendo el enrejado de la parte de enfrente que da la bienvenida a su hogar.
—Mami, ¿que pasa aya?—preguntó Enzo, genuinamente curioso.
Marta volteó a ver donde su hijo miraba.
—¡Oh! Enzo, tenemos nuevos vecinos—respondió alegre la omega.
Enzo dejó salir una sonrisa, no porque tuviera nuevos vecinos, sinó porque su mamá cuando estaba alegre dejaba salir un aroma a pan recién horneado que le encantaba.
—¿Te parece que mañana los saludemos o los invitamos a comer? —pregunto Marta, entrando con Enzo a la casa.
—Solo saludar—respondió de inmediato el niño.
Enzo realmente no hablaba mucho con los de su cuadra principalmente porque todos eran ya adultos, pero su madre era demasiado sociable y le gustaba salir a tomar mates con los vecinos de ves en cuando.
Enzo con el mayor silencio que pudo intento subir las escaleras para ir a su pieza, escapando de su madre.
—Enzo Jeremías Fernández—habló desde el living la mujer, deteniendo al menor en medio de las escaleras—ni creas que ya se me olvide de lo que pasó—dijo de manera sería.
Enzo sintió escalofríos.
—Pero mami, no te enojes, estas muy joven para eso—respondió Enzo.
Sabía lo que le esperaba....
Limpiar y ordenar el jardín del desastre de Canelo.
Enzo amaba a Canelo, era como un hermano para él, era el perro más divertido que a conocido en su corta vida. Pero a Canelo, por alguna razón que Enzo aún investigaba, le gustaba “jugar” con las plantas del jardín de su madre y a ella eso le enojaba de sobremanera. Antes cuando pasaba eso y siendo Canelo un cachorro de meses, su madre se enojada tanto que mandaba a Fernando su padre, y a él a ordenar el jardín hasta que estuviera como ella quería, ese era uno de los recuerdos que atesoraba de su padre, antes de su partida.