angelito, ¿a dónde te vas?

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Valentin Barco odiaba profundamente a Agustín Giay, lo cual era extraño viniendo de un ángel.

El pelirrojo, para vista de todos, no soportaba, ni entendía, la admiración que parecía tener todo el reino hacia Agustín.

Si bien era cierto que el más grande era probablemente el hombre más inteligente de todos, con una gama de conocimientos muy amplia -aparte de una generosidad excesiva- en opinión pública de Valentin no era para tanto.

Lo que más le molestaba era lo atractivo que se veía superficialmente (según sus amigos, obvio).
De la espalda de Agustín se desprendían un par de alas, blancas y brillantes, que acompañaban a un cuerpo fornido y bronceado. Todos los rasgos de Giay eran encantadores, verdaderamente dignos de apreciar, eran sencillos pero destacables.

Todo en Agustín generaba ganas de acercarse, estar en compañía de él, intentar absorber algo de su ser.
Giay era sabiduría, era brillo, era luz, era esperanza. Se apropiaba de la definición de simpatía y gratitud.

Valentin odiaba a ese tipo de personas.

Tal vez por eso no le sorprendía que el castaño se haya ofrecido como voluntario para acompañarlo. Porque a parte de todo, Agustín era responsable. Muchísimo más que él.

Valen estaba exhausto. Le cansaba tener que fingir ser amable con todos, excusarse con no ir a las fiestas del cielo por dolor de alas, agotado de sonreír la totalidad del tiempo de la forma menos honesta posible.

Le fastidiaba no sentirse comprendido por nadie, estaba solo, casi deprimido si es que eso era posible para un ángel.

Fue por eso que tomó la decisión más controversial, e incorrecta, de toda su vida. Valentin Barco le pidió al Diablo que lo lleve con él.

El plan era escapar justo en el recorrido que le tocaba a la noche, donde se supone que debería corroborar que cada una de las plantas del jardín secundario del reino estén dando frutos. Claro que no contaba con la mala suerte de que a Dios, el ángel mayor, se le ocurriera que vaya acompañado.

Por eso, una vez terminada la cena celestial, emprendió camino al jardín, donde un sonriente Agustín esperaba por él.

Quizás, solo quizás, algo palpitó dentro de Valentin al ver al más alto.
Parecía ser que a la luz tenúe de la noche, sin gente al rededor y con un cómodo silencio, la compañía de Agustín no era tan irritable.

Giay optó por hacer silencio. Conocía al pelirrojo, su amigo de la infancia, mejor que a él mismo.

Agustín recordaba con nostalgia cada momento que pasó con el menor; cada cita, cada abrazo, cada caricia. En su momento, llegó a sentir que daría todo lo que tuviera por hacer feliz a su compañero.

Pero todo cambió cuando los Ángeles Supremos se enteraron de esta especie de relación romántica entre un ángel de clase seis, Agustín, y un ángel de clase dos, Valentin.

A los ojos de los Supremos, por más que nunca lo admitan pública ni verbalmente, el pelirrojo no valía nada. Era un ángel inútil, insulso, carente de sentimientos gratos. Valentin para ellos era un error del sistema, una deformación de los ángeles puros.

Así que hicieron todo lo posible por separarlos e instalar un odio profundo del más chico hacia el más grande, porque sabían que Agustín iba a dar la vida por su colorado.

Lograron su cometido, ahora dos jóvenes ángeles, que en su momento caminaban de la mano con las mejillas sonrojadas, no se podían ver a los ojos.

- Nunca les creí - soltó el colorado, rompiendo el silencio entre ellos.

- ¿Qué?

El más alto lo miró consternado, sin entender el rumbo de la conversación.

- Todo lo malo que me dijeron de vos, nunca les creí - susurró Valentin, mientras miraba como las plantas estaban cubiertas de frutos, - pero siempre supe que lo mejor para vos no era yo. Nunca voy a ser yo.

- Valen, amor, vos siempre vas a ser todo lo que quiero. Te amo, Valentin, te quiero conmigo, te necesito conmigo, me haces muchísima falta - Agustín se atoró con tantas palabras, quería decir más, necesitaba demostrarle de alguna manera al colorado que él era todo lo que le correspondía desde que nació, que eran el uno para el otro, que los crearon para estar juntos.

Barco sonrió débilmente, cayendo por su amado, planteándose la posibilidad de dejar de hacerse el duro, de dejar de fingir que nada le afecta, dejarse abrazar y ser besado como debería ser.

Se acercó al mayor, con los ojos llorosos, olvidándose de todo lo que había planeado y por lo que se estaba preparando. Agustín le dedicó una sonrisa sincera y una mirada cargada de afecto y promesas de un futuro juntos, sin dejarse influir por nadie.

Pero antes de poder fundirse en un abrazo recomponedor, Valentin sintió una voz susurrando a sus espaldas.

Se dio vuelta despacio, consciente de la expresión de miedo de Agustín, y su vida dio un giro inesperado.

Giay fue arrastrado hacia un árbol por cuatro personas encapuchadas, que lo tiraron al piso y lo ataron para que no se mueva.

- Agus, por favor, sálvame, no me dejes solo, Agustín - sollozó Valentin, sintiendo como seis brazos lo agarraban todavía más fuerte y lo tiraban para atrás, alejándolo del castaño - no dejes que me lleven.

Lloraba de la forma más desgarradora posible, sabiendo cúal era su final.
Entendía que no debía haber hecho lo que hizo, pero no era justo, nada de eso lo era.

- ¡Agustín, por favor, Agustín! - el pequeño e indefenso colorado gritaba, gritaba y gritaba.

Agustín nunca lo dejó de mirar, proclamaba su nombre reiteradas veces, quería correr hacia Valentin, quería alejarlo de esos hombres que tenían a su ángel favorito fuertemente agarrado, lastimando su piel blanquecina. Estaba desesperado, angustiado, no se podía mover. Los demás ángeles curiosos, que habían oido los gritos, lo miraban desde arriba, cuchillando sobre como yacía en el piso desmoronado.

Las lágrimas cesaron de los ojos de Valentin, un último suspiro se le escapó antes de que el hombre de pelo azul lo agarrara por el cuello y se lo cortara.

Valentin murió.

Pero por lo menos, por una noche, volvió a dejar de sentirse solo. Y de ahora en adelante, nunca jamás lo estaría.

Agustín sintió que una parte de él murió con Valentin Barco, nunca volvería a ser el mismo.

Le tocaba morir a él también, quizás así podrían estar juntos.

angél muerto; gialenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora