30

25 4 18
                                    

Creo que jamás estuve tan nerviosa en mi vida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Creo que jamás estuve tan nerviosa en mi vida.

Luego de que Bill me respondiera que estaría aquí a las 9pm, me pasé la tarde limpiando y ordenando. Marcos no parece estar mejor que yo. Estuvo tenso mientras cocinaba y habló poco.

Allan me escribió hace quince minutos deseándome suerte. Más temprano le pregunté si quería quedarse pero me dijo que no quería inmiscuirse en el momento familiar. Casi le supliqué que no se fuera pero tiene razón. Marcos y yo tenemos que hacer esto por nuestra cuenta.

—Por favor, deja de caminar —murmura Marcos—. Me pones más nervioso.

Me detengo.

—Lo siento. ¿Crees que…?

El timbre suena, cortando mis palabras. Los dos nos miramos con pánico antes de ir a abrir la puerta.

Bill se ve exactamente igual que hace unos días. Cabello canoso, ojos verdes cansados y arrugas en algunos puntos del rostro. Pero ahora que sé la verdad, no puedo evitar pensar en cosas que pasé por alto. Como que el verde de sus ojos es el mismo que el mío, o que su sonrisa es idéntica a la de Marcos.

Se me forma un nudo en la garganta y la noche apenas ha empezado.

—Buenas noches —nos dice—. Espero no haber llegado muy temprano.

—No, no, está bien. —Marcos sonríe aunque me parece ver sus ojos humedecerse—. La comida está casi lista. Ven.

Bill pasa y se quita el abrigo. Me apresuro a colgarlo en el perchero.

—¿Estás mejor, Mica? Fue raro no tenerte en la librería estos días.

El aire se atasca en mis pulmones.

—Uhm sí, sí, estoy mejor.

—Me alegro. —Mira alrededor—. Es un lindo apartamento. ¿Tienes planeado quedarte por mucho tiempo?

Marcos se sobresalta.

—Aún no estoy seguro.

Bill no pregunta por qué, él jamás presiona, pero sí lo mira como invitándolo a hablar si quiere.

Y mi hermano lo hace.

—Hay cosas aquí que me hacen querer quedarme pero… Uruguay es mi hogar. Extraño mi tierra, el idioma, la comida. Pero tengo tiempo para decidir. Mientras pienso disfrutar cada segundo.

Bill asiente con una pequeña sonrisa en los labios.

Cuando Marcos nos dice que la comida está lista, nos sentamos en la mesa y comenzamos a comer. O tal vez debería decir que ellos comen, yo estoy demasiado nerviosa como para hacerlo.

—¿Está todo bien? —pregunta Bill, notando que Marcos y yo nos miramos de reojo.

Mi hermano asiente y yo tomo aire.

Puedes hacer esto.

—De hecho, hay algo de lo que queríamos hablar contigo.

Su ceño se frunce ligeramente pero no dice nada.

—¿Te suena el nombre Isabel Acosta? —suelta Marcos.

Bill se queda muy quieto.

—Sí. —Se aclara la garganta—. Pasó un verano aquí, en la casa de mis padres.

—¿Estuvieron juntos? —presiono—. Tú y ella.

Él parece perdido en los recuerdos pero asiente.

—Sí. Isa fue el amor de mi vida. Lamentablemente, el destino no nos quiso juntos. ¿Pero por qué preguntan esto? ¿De dónde conocen a Isa?

¿Cómo le dices a alguien lo que Marcos y yo tenemos que decirle a Bill?

—Isabel falleció hace veinte años —confieso en voz baja.

Bill me mira sin realmente mirarme. Sacude la cabeza como intentando autoconvencerse de que lo que dije no es cierto.

—No… no, no puede ser. Isa no… Ella está bien. Es feliz. Dijo que sería feliz.

Mis ojos se llenan de lágrimas.

—Tenía cáncer, lo descubrió poco después de llegar a Uruguay, así como que... estaba embarazada.

La cabeza de Bill se gira hacia mí con tanta fuerza que debe haberle dolido. Sus ojos están rojos y hay lágrimas en sus mejillas.

—¿Isa estaba embarazada cuando se fue?

Asiento, incapaz de hablar.

—Llegó a dar a luz —añade Marcos—. Mellizos. Una niña y un niño. —Hace una pausa—. Mica y yo.

Bill lo mira, me mira y luego sacude la cabeza.

—No, esto no… Dijiste que tus padres…

Marcos y yo nos turnamos para explicarle lo que María (qué raro se siente no llamarla mamá) nos dijo. Él escucha pero su mente parece estar en otro lado. Tal vez con Isabel y ese verano que pasaron juntos.

Cuando terminamos, él se queda en silencio durante varios minutos y el temor de que decida irse y fingir que nada de esto sucedió me oprime el pecho.

—Isa está muerta —solloza de pronto. Hay lágrimas nuevas cayendo de sus ojos y mi corazón duele por él—. Y tengo dos hijos.

Nos mira como si no fuéramos reales y luego se levanta y nos abraza con fuerza. Es un abrazo triste pero también uno feliz, uno que expresa lo demoledor de un corazón roto y lo brillante que es la esperanza.

Es el abrazo más hermoso que he recibido en mi vida.

Y así, sosteniéndonos como si el mundo fuera a acabarse, los tres lloramos por el pasado pero nos abrimos al futuro.

Hasta que aprendas a volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora