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Tengo un problema. En realidad, tengo muchos, pero hay uno en específico que me complica y no tiene solución.

Me gusta mi mejor amigo.

No puedo dejar de pensar en él. Su imagen está adherida a mi mente incluso cuando estoy con él. Tal como en este instante, en que siento su cabeza recostada en mi hombro mientras vemos una película, pasatiempo que es más un hábito.

Lo otro que invade mi mente es nuestro último año en la secundaria, el que estamos a punto de vivir. Hicimos el pacto de aprovecharlo, y como ninguno de los dos tiene muchos amigos, lo vamos a disfrutar juntos. Solo entre nosotros.

Repentinamente, Dani parece tener un pensamiento que lo impulsa a separarse de mí para mirarme y bajar el volumen del computador, donde estábamos mirando la película.

—¿No estás ansiosa por entrar a último año, Eli? —me pregunta.

No lo estoy, al menos por el tema académico.

—La verdad, lo único que me pone nerviosa es que te llegues a enamorar de una chica y me abandones —le digo.

Es mentira. Yo lo sé y él también: Dani no es el tipo de chico que se enamora, o al menos así lo veo yo. Es como un bello castillo con una gran defensa que solo deja entrar a unos pocos afortunados, para visitar el interior.

A ojos del mundo, parece algo tímido.

La barrera es enorme, pero detrás de esa fortaleza hay una enorme dulzura y empatía, la mejor que puede existir. Casi no lo puedo transmitir con palabras. Mientras uno más se adentra en ese castillo, más increíble es, y en su interior se descubren lugares inexplicables, como una biblioteca más grande que el salón de baile, con centenares de libros llenos de aprendizajes y reflexiones. Hay muchas puertas cerradas con llave, varias que ni siquiera yo he podido conocer, como las que contienen la solemnidad y desconfianza con las que se presenta a los demás.

Es indudable que es especial, y yo lo veo claro como el agua.

Dani se ríe de mi chiste y no puedo evitar sonreír de vuelta. Tiene una sonrisa hermosa, muy única. Sé que es un regalo presenciarla, ya que no es cotidiana. Sus labios no acostumbran formarse así, pero al hacerlo sus dientes blancos y derechos resplandecen y en el lado derecho de su mejilla aparece una pequeña margarita que me derrite.

Para seguir molestándolo, le quito las gafas. Me levanto de la cama y él me empieza a perseguir para que se las devuelva. Son de un color oscuro, casi negro, bastante simples y parcialmente redondas. Honestamente, cumplen el estereotipo de nerd, pero aun así le quedan bien. Para su suerte, logra lucir el aire intelectual sin caer en lo ñoño. Se llega a ver incluso tierno con ellas. Tras el lente, se encuentran los ojos más hermosos que conozco. Claros, con una mezcla de gris, azul y verde, un color que por más que lo observe y estudie, continúa siendo indescifrable, haciéndolo mucho más excepcional.

Luego de un rato, le entrego sus gafas y caemos sentados en la cama con la respiración un tanto agitada. Nos miramos. Esa mirada, dios mío, no la aguanto. Lo intento, pero no puedo. Yo siempre soy la primera en romper el contacto visual, porque mis hormonas no pueden soportar cómo me mira. Me pongo nerviosa y me molesta. No hay nada que pueda hacer al respecto, así que solo detengo la interacción visual y cambio el tema.

Una vez más, le pregunto a qué se quiere dedicar, aunque ya sé la respuesta. Solo lo hago para saber si seguimos en la misma página, para estar segura.

—Ingeniería comercial y negocios —me dice—. ¿Tú?

Yo toda la vida he querido estudiar lo mismo, mi sueño es tener una licenciatura en contaduría y economía. A ambos nos encantan las matemáticas, pero en áreas distintas.

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⏰ Última actualización: Oct 20, 2023 ⏰

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