Extiende tu Mano

67 18 16
                                    


Lucifer estaba postrado en una nube, Dios había hecho del cielo físico su hogar.

El primer ángel había estado pasando un tiempo con Lilith, quería ver el otro lado del mundo, el espacio que había creado para la primera mujer y para el resto de las almas que dejaran el cuerpo mortal. De entre las cosas que había logrado, al menos había convencido a Lilith de entregarles sus almas a Adán y a Eva y sacarlos de su estado de petrificación, eso generó la conversación más incómoda que Lucifer jamás hubiera presenciado.

Eva se mostraba tan dócil y receptiva a las cosas que Lilith le decía, que en algún momento Lilith se sintió muy mal, de hecho, se sintió como se suponía que Eva debería sentirse gracias a sus palabras.

Al tocarse, se comunicaron, Eva le mostró a la primera esposa de Adán el cómo su primogénito había asesinado a su hermanito menor, había secuestrado a su hija recién nacida del lecho y se la había llevado lejos a alguna tierra desconocida para ella. Luego, Adán había envejecido y había ordenado a sus hijos continuar son su estirpe, lo que había llevado a que se sintiera asqueada de sí misma y le repugnaba tener la labor de ver cómo sus hijos estaban tan dispuestos a hacer aquel repugnante acto con el cuerpo de su propia madre, sin tener la oportunidad o la voluntad de negarse, porque era designio de Dios.

Lilith se enojó con los hijos de Adán y Eva, trató de localizar a las almas de Caín y Abel y de cada ente creado por Eva que hubiera tenido la voluntad de dañarla y los encerró junto a Adán en una fuente de agonía en reposo, le dio el poder a Eva de aquella fuente, que estaba presentada ante los encerrados como un Edén, solo Eva decidiría si sufrían o no.

Además, Lilith le dio a sus hijas, a todas y cada una de las hembras que había tenido, incluyendo a su primera que apenas si pudo conocer. Todas tenían una historia similar, abusadas por sus hermanos para continuar su estirpe, vendidas por ellos a cambio de tierras o ganado, viendo a sus hijas y nietas pasar por el mismo destino, mientras mantenían una tradición de deformidades y enfermedad.

Las mujeres de aquella unidad se mantuvieron en armonía y su corazón era tan piadoso que dejaron a los hombres encerrados en aquella celda paradisiaca, con la única petición de que Lilith les quitara sus memorias de lo que habían padecido a manos de sus hijos y hermanos.

Lucifer ayudó a Lilith a arrancar esos recuerdos de la memoria de esas mujeres y, al volver a su realidad, vivieron en el paraíso que era el "inframundo", un nombre que Lilith había tomado prestado de ciertas personas que decían llegar de una tierra lejana llamada Grecia.

Al llegar a aquel lugar esperaban encontrarse con un tal "Hades", pero no había nadie además de Lilith y Lucifer.

La mujer, se transformó en un hombre y se sentó junto a los griegos, uno de ellos le contó que, al morir, les daban a los cadáveres una moneda para el pago de un tal "Caronte", que supuestamente los llevaría a través de un río de almas para poder llegar al lugar del descanso eterno.

La travesía investigativa de Lilith no cesó, varias comunidades llegaban al mismo lugar y, como no había delimitación de fronteras entre grupos de diferentes etnias, todo se revolvía en cuestión de cultura.

Los egipcios esperaban encontrarse a Anubis, los de otro lado tenían a una Catrina, Mictecacihuatl y a Mitclantecuhtli. Había unos delgados de piel oscura que esperaban verse con Gede, los de ojos rasgados con Yama, Saja o Shinigamis. Había mujeres de piel acaramelada que esperaban hallar a una entidad llamada Mot. Otros, de pieles pálidas y ojos claros buscaban a Giltine, Ankou, Hel, Kostuch o Magere Hein.

Dios había hecho, con su preciada torre de Babel, que los humanos se hubieran distanciado tanto a través de la barrera del lenguaje que olvidó hacerse presente en todas las culturas de la misma forma y con el mismo nombre.

En el Nombre de Dios (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora