Samantha
Abrí los ojos con parsimonia, sintiendo que, si me descuidaba, la poca luz que entraba a través de la ventana derretiría mis pupilas.
Me dolía la cabeza, sentía un dolor insoportable subir desde mi espalda, concentrándose en mi estómago, y la inoportuna alarma hacía en mi cerebro un enorme agujero, con su insistente y desesperante sonido.
Extendí la mano para apagarla, pero solo conseguí sintonizar la emisora. Resignada a dejarme embaucar por la sensual voz de Barry White (el apellido más irónico del mundo, si me lo pregunta), igmoré la pantalla digital mostraba la hora del aparato de forma cúbica color verde claro.
Sin más ánimo que para tomar la colcha que me cubría parcialmente y proteger de los débiles rayos de sol mi dolorida cabeza, susurré con voz queda y suplicante que necesitaba algo para la resaca, y de manera muy perezosa, sentí a alguien abandonar el lugar a mi lado y dirigirse a la cocina.
No sé cuánto tiempo transcurrió desde su partida hasta su regreso, pero cuando lo escuché llamarme por mi nombre, y me asomé entre las sábanas con los ojos cerrados, le di las gracias por la taza que había puesto en mi mano. Bebí su contenido de un solo trago, sintiendo como la mezcla de miel y agua tibia se escurría suavemente por mi garganta. Me dejé caer de nuevo en la cama, mucho más tranquila, segura de que cuando al fin me levantara, aquel intenso malestar en mi cuerpo ya se habría esfumado.
—Muchas gracias, Sun.
—De nada, Sam —murmuró él en medio de un bostezo, mientras me acurrucaba a su lado, agradecida de que su cuerpo me envolviera con su calor en aquella fría mañana.
Era agradable no despertar sola después de tanto tiempo. Normalmente, no toleraba dormir desnuda, pero por alguna razón, en esa ocasión me sentía tan completa, tan en paz... que me quedé dormida a su lado por al menos cinco segundos. Los cinco segundos más reveladores de toda mi existencia.
—¡Ah! ¡No puede ser! —grité como desquiciada, a la vez que me incorporaba de golpe, mirando a Summer como quien ha visto la muerte en persona.
Él levantó la cabeza como si le pesara varios kilos y hasta ese momento la hubieran estado golpeando con un martillo. Me miró con los ojos entreabiertos, preguntándome ligeramente incómodo que era lo que me pasaba tan temprano.
¡Qué pregunta tan estúpida!
—¿Por qué duermes aquí? ¿Q-qué me hiciste?
—¿Que qué te hice? —Él pareció meditarlo unos momentos sin mucha voluntad.
Se incorporó lentamente, dejando al descubierto su torso desnudo color caramelo. Me negué a mirar más allá de la sábana que lo cubría de la cintura para abajo, temerosa de aquello con lo que me encontraría si también estaba desnudo.
—Pues hasta dónde yo recuerdo, fuiste tú la que me hiciste un par de cosas —explicó bostezando—. Deberías recordarlo, te veías muy feliz trepándote por todos los muebles de la habitación mientras me...
—¡No, por favor! No digas nada más. No quiero escucharlo.
Cubrí mis ojos con mis manos mientras él se quedaba allí, solo mirándome en silencio, severamente contrariado por mi actitud de aquella mañana, que no tenía nada que ver con la de la noche que describía.
Permanecí así un buen rato, intentando recordar algo que me hiciera entender por qué habíamos terminado de aquella manera, y entonces cubrí mis pechos con mis brazos al darme cuenta de que, solapadamente, él los miraba.
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¿Y si no me gustan los príncipes? #dyjawards24
Romance¿Y si se supone que te gustan los chicos, pero comienza a llamarte la atención la mejor amiga de tu hermana a quien, por cierto, le gustan las chicas? ¿Qué podría salir mal? Samantha y Summer parecen vivir en mundos aparte: sus únicos lazos son su...