Prólogo

255 25 1
                                    

La monarca y futura gobernante del Reino Blanco iba sobre el lomo de su corcel, más blanco que la nieve, y cuyos ojos eran más negros que el alféizar de la ventana y de la noche. Iban lento, como si los granos de la arena no corrieran. La mujer iba observando el bosque en su máxima espesura, era oscuro, era de noche. El cielo estaba cubierto de un manto de muerte y decorado de estrellas brillantes.

Ella suspiró, y se secó la frente con su mano ensangrentada, estaba agotada, surcos de sudor y sangre le recorrían el cuerpo, pero no había lugar para descansar, no en el bosque en donde todas las criaturas parecían cobrar vida.

Ella miró con dolor hacia el frente, ya estaba por llegar al castillo, solo un poco más y lo vería. Hacía meses que tenía que regresar, pero era de suma importancia en medio de su travesía, hallar al hombre que le daría la profecía. Y también de camino no le venía mal negociar con los Trolls del puente de hiedras. Estaban aterrorizando demasiado a los viajeros, eran unos tramposos, al igual que ella; sin embargo, ella era más cruel y déspota que esas bestias.

La monarca tomó su anforita, llena de alcohol producida en el reino enemigo. Una sonrisa ladeada surgió en su rostro cuando le dió un sorbo al líquido celestial, había incendiado todo ese reino en menos de una semana, incluso antes. Se había hecho una reserva personal impresionante de alcohol de buena calidad, por supuesto, también fue repartido en su reino, y claramente la reina se había negado rotundamente en conservar más alcohol.

Aveces no entendía a sus futuros predecesores, ellos dictaban sus reglas, y separaban lo bueno de lo malo, eran el Reino Blanco, el Reino de la verdad y la razón, de la justicia y de la libertad, nada comparado con el enemigo. Pero de tal forma, ¿quién dictaba qué era bueno y malo en estos días? Ella creaba su propia ley, la sangre, la muerte y la venganza. Esa era su verdad, esa era su única doctrina.

Un viento cálido le desordenó la cabellera rubia, ella respiró hondo. Olía a humo, cenizas, fuego, y a hierba seca. Otra sonrisa se desprendió de sus labios, sentía que podía escuchar los gritos de auxilio de los monarcas, esa noche, ella dormiría como un recién nacido luego de la infernal masacre.

"Mulán, el informe de los soldados y de pérdidas" Exclamó al soldado que montaba su caballo a la misma velocidad que el suyo.

"Doscientas bajas de nuestros soldados de infantería, cuarenta caballos de la primera categoría cayeron en batalla, y otros veinte están mal heridos pero con buenos pronósticos. Suministros de alimento central, gastados el setenta por ciento, y armas de ofensiva, en su mayoría dañadas. Cañones dañados un veinte por ciento, y pólvora utilizada en su totalidad." Citó la teniente.

"Quiero que al llegar, hagan una caravana en las casas de los familiares de nuestros soldados caídos en combate, les daremos una compensación, y si los soldados eran un sustento, necesito que se realice un censo, para ver en qué podemos ayudarles."

"Si Capitana".

"Necesito también que todas las provisiones y recursos obtenidos sean llevados a la Cámara del Tesoro real, que sean contabilizados y que los consejeros reales hagan un análisis de cuánto podemos repartir y lo que debemos guardar para el invierno." Vió la duda en los ojos de su teniente. Claro, ella no podía ordenar eso, pero los reyes ordenarían que todo sea confiscado por el reino y nada sería donado. Burocracia.

"Si los reyes se oponen, ésta es una orden directa de la princesa del Reino Blanco. La Capitana del Ejército real y futura reina" Sabía en demasía que el título de los reyes era claramente más importante, sin embargo, ellos amaban cuando Emma se llamaba princesa, ella no quería reinar en absoluto.

"Si Capitana" Mulán dudó un instante, se encontraba insegura ante algo, se mordió la lengua varias veces y suspiró. "Capitana necesito hacerle una consulta, del tipo personal".

Eternal Curse {Swanqueen}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora