2. Laura, la envidia y la empatía

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  En la escuela de Laura, una tarde, el profesor de Prácticas del lenguaje les dio para leer el siguiente texto:

  "Había una vez un aprendiz de samurai que recibió de su maestro dos espadas. Una era extremadamente dura y redonda, es decir, no tenía nada de filo; mientras que la segunda apenas estaba afilada y, aunque no era peligrosa, sí tenía muchas ranuras para agregarles piedras preciosas, una empuñadura de oro y demás detalles que a la vista la hacían ver muy llamativa.
  Su maestro se despidió y le avisó que tenía que trabajar en las dos espadas, tanto aquella que parecía servir más de bastón que de arma como la otra que se asemejaba a la de un rey ostentoso.
  Tenía un disco de piedra para afilar ambas espadas y una caja llena de elementos sin procesar, de piedras y diamantes sin moldear y de pequeñas láminas de oro para materia prima de los futuros adornos.
  El primer año, este estudiante se dedicó de forma pareja con ambas espadas. La que parecía tosca y extremadamente dura le llevaba el triple y a veces el cuádruple de tiempo que las tareas de ornamentación de la segunda. Al cabo de su primer año de entrenamiento, ambas espadas habían avanzado bastante y él había sido un estudiante ejemplar, dedicado y constante.
  En el primer mes de su segundo año, visitó los mercados de su pueblo y llevó consigo las dos armas a medio procesar. Una señora anciana le comentó lo hermosa que era la espada sin filo y los demás clientes, al notarla, comenzaron a elogiarla también. El discípulo se sintió muy orgulloso por esto. Uno de los pobladores que estaba comprando allí señaló que debería terminar cuanto antes la espada de lujo, ya que era una picardía no tener terminada semejante "obra de arte", según fueron sus palabras.
  De repente, entre los clientes aparece otro samurái. Habiendo escuchado los elogios dados, se presentó con humildad y lo elogió también. Pero en cuanto este se hizo presente, los que estaban allí no pudieron evitar comparar. La espada de este tenía muchos más detalles y lujos. Por lo que, sin querer, terminó recibiendo elogios más elaborados y acaparó toda la atención.
Este episodio transformó completamente la cabeza de nuestro héroe y en los años venideros comenzó a dedicarle mucho más tiempo a esa espada mientras que se retrasaba más y más el filo de la otra.
  Pasados un par de años, en su casa, recibió el ataque de un oso que había sido asustado por cazadores que rondaban cerca de sus crías. El oso confundió al samurai con uno de sus agresores y lo atacó con toda la furia con la que un padre defiende a sus crías. El aprendiz de samurai tomó su espada de lujo, hermosa y llena de gemas acuñadas en la hoja y de detalles en oro en la empuñadura. Cuando se quiso defender, el animal destruyó en añicos la espada a la que él le había dedicado casi 3 años de su vida, mientras que la otra todavía era inservible, ya que seguía siendo de forma ovalada y, por el exceso del metal, era muy pesada para empuñarla.
No se sabe con certeza por qué milagro ese día el samurai salió vivo de ese enfrentamiento. Pero una cosa es segura y es que, desde ese instante, entendió que la segunda espada era una trampa de su maestro, un aprendizaje, y comenzó a trabajar en aquello que era realmente importante. En él."
  Para cuando habían terminado de leer, el profesor ya había escrito en la pizarra un cuestionario de ocho preguntas. Mientras todos copiaban, el profesor de Laura se acercó a una de sus compañeras llamada Sofía, que recibió un cuestionario distinto con muchas más preguntas pero más fáciles de responder.
  Laura tenía 13 años igual que su compañera. Cuando vio ese detalle, no iba a prestarle demasiada atención hasta que otra compañera comentó dos bancos detrás de ella:
  - Eso está mal, no debería haber favoritismo.
  Ese comentario la dejó pensativa un momento y luego se dedicó a resolver la tarea que tenía por delante. Ya antes la preceptora les había hablado del caso de Sofía porque según los médicos necesitaba más tiempo para aprender las cosas. Les habían explicado que no todos los tiempos de aprendizaje son iguales y que de que tanto en tanto una persona especializada iba a venir a estar con ella.
  Sofi, le avisa al profesor que terminó y le alcanzó su hoja. Como estaba sentada delante del escritorio, solo le alcanzó con estirar la mano y el trabajo fue recibido.
  -Excelente, Sofía -dijo el docente luego de leer el trabajo mientras devolvía la hoja a su dueña.
  Laura termina su trabajo varios minutos después y cuando lo repasa se da cuenta de que se había olvidado una palabra. Como no tenía corrector, preguntó quién le podía prestar y curiosamente Sofía se lo enseñó desde su banco, ofreciéndoselo. Entonces, ella pidió permiso y se acercó a buscar el útil que le hacía falta. Sin embargo, no pudo evitar aprovechar para ver cómo eran las consignas de su trabajo diferenciado y sintió muy en el fondo de su ser que crecía un disgusto hacia Sofía porque le pareció que su tarea era mucho más fácil que la de ella por más que tuviera más consigas.
  Le agradeció el útil prestado, lo utilizó y se lo devolvió mientras para dentro de sí comenzaba un pequeño discurso en el que se repetía muchas veces la expresión "es injusto".
  Pasado el tiempo prudencial que se había establecido para resolver las consignas y estando a 15 minutos de salida al recreo, el profe propuso que levantaran la mano para ir respondiendo en voz alta y contemplar si necesitaban alguna corrección. Cuando iban por el punto 4, Laura levantó la mano confiada de que estaba impecable y el profesor le indicó que estaba bien pero algo incompleta por un detalle que no contempló. Ella revisó su hoja y, en lugar de tomar esa indicación como parte de su formación y crecimiento, Laura arremetió contra el profesor argumentando que era lógico que estuviese mal la consigna porque a ella le daban cosas más difíciles que a Sofía y que, si hubiese tenido el cuestionario de ella, su respuesta estaría para un 10.
  El profesor le llamó la atención, azorado por los motivos y la rabieta de Laura, y le dejó en claro que no se trata de ningún tipo de injusticia el hecho de que cada persona resuelva los obstáculos que realmente puede resolver y que lo que ocurre con Sofía no es asunto de ella.
Mientras esto ocurre, en un rincón del aula, estaba una alumna que se había puesto colorada y le estaba costando respirar porque Sofía hasta ese mismo instante pensaba que Laura era alguien a quien apreciaba mucho y que ese sentimiento era recíproco. El hecho de haberle prestado el corrector para que luego la señale de semejante manera, le estaba doliendo en todo su ser.
  El aire en el aula era tenso y se hizo silencio absoluto durante unos segundos. El sollozo de Sofi era lo único que se escuchaba mientras el profe buscaba las palabras para encarar un asunto entre dos alumnas a las que estimaba mucho.
Suena el timbre y comenzó el barullo típico que provenía desde las demás aulas.
  -Menos Sofía y Laura, los demás pueden salir -sentenció el profe.
  Nunca jamás ese curso iría tan lento al patio como ese día.
  -Laura, - comenzó con temple - quiero que prestes atención a lo que voy a hablar con ella - y se dirigió a Sofi - ¿Cómo te sentís?
  -Mal... Triste...
  -¿Triste? - repitió soslayando el término -. Explicate, a ver, ¿por qué "triste"?
  -Porque yo pensé que ella era mi amiga -dice con la mirada fija en la carpeta, sin contacto visual con nadie.
  Cuando dijo eso, el corazón de Laura dio un vuelco. Comprendió que recién se sentía víctima de una situación de la que ahora era la victimaria. Comenzó a sentir vergüenza de lo que había pasado. El profesor lo notó en su mirada y eligió darle el último empujón para ya ir saldando las cuentas entre ambas.
  -¿Le querés decir algo a Sofi?
  -Si, que le pido perdón.
  -¿Qué hacemos, Sofi? ¿Se las aceptamos?
  Se limpió las lágrimas e hizo contacto visual con ambos.
  -Bueno.
  -¿Se dan la mano?
  Apenada, Laura caminó hasta el banco una vez más. Extendió su brazo y fue aceptado.
  -Perdoname, Sofía. No pensé lo que dije.
  -Está bien.
  El profe las felicitó por cómo actuaron en última instancia y les consultó si se querían quedar o si se sentían de ánimo para ir al patio. Eligieron salir.
  Al final, Laura y el samurái aprendieron lo mismo.

  Simplemente, brillan aquellos que están buscando su mejor versión, su felicidad. Si vas a ver al otro, que sea para ponerse en su lugar.

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⏰ Última actualización: Sep 14 ⏰

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