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Pasé los siguientes meses al descubrimiento intentando forzar las cerraduras inútilmente, buscando todas las formas abrir el cerrojo de la puerta entreabierta, pero no lo conseguí. Y cuando no estaba ahí, intentado ingresar, me dedicaba a averiguar todo lo que pudiera acerca de la tumba.

La historia lúgubre y sin resolver despertó una curiosidad insaciable en mí, y no pude resistirme a visitar la tumba todos los días, obsesionado con desentrañar todos aquellos secretos.

Así descubrí que, antiguamente, la mansión de la familia Sung solía estar en la cima de la cuesta donde se ubicaba la cripta, pero que había sido destruida mucho tiempo atrás por un fuego producido luego de que un rayo cayera sobre ella.

Se decía que los cuerpos del menor de los Sung junto a su pareja habían sido enterrados en el mismo lugar debido a su promesa de amor. Todavía se habla en los alrededores sobre aquella tormenta.

─ Fue la ira de Dios. ─dijo uno de los habitantes del pueblo.─ Fue un castigo que tomó la forma de una tormenta salvaje rompiendo en la medianoche. ─recuerdo que le pregunté si todos habían muerto y el hombre solo negó con la cabeza.─ No, solo el menor de los Sung con su pareja fueron devorados por las llamas. Los demás abandonaron este lugar y nunca más volvieron.

Otras personas me hablaron sobre orgías y extraños rituales que se realizaban en la casa. No estaba seguro cuánto de todo esto era cierto, pero esas historias lograron hacer que mi atracción por el sepulcro abandonado aumentara.

No le conté a nadie lo que había descubierto. Sin una familia que recordara los muertos, y con los aldeanos temeroso por el lugar, ya no había quién se aventurara a acercarse a él; excepto yo, la cripta me resultaba algo natural.

La unión de la piedra con los cuerpos que la habitaban no me era en absoluto atemorizante. De hecho, tenía la sensación de que aquella gran familia de la que tantas cosas se decían estaba todavía vinculada al lugar que había despertado tal fascinación en mí.

Así empecé a pasar cada vez más tiempo frente a la tumba. Me pasaba muchas horas del día frente a ella, absorto, contemplándola. En una ocasión se me ocurrió arrojar una vela por la rendija de la puerta entreabierta para intentar distinguir algo dentro.

Solo conseguí ver una serie de peldaños que descendían en la húmeda oscuridad, pero entonces, noté que mis ojos se habían acostumbrado a la ausencia de luz y que podía distinguir algunos detalles en la penumbra.

Me percaté de una pequeña puerta en el fondo; un frío repentino me envolvió, haciéndome temblar. Con cautela, intenté ver más de lo que ocultaba aquella cripta. Fue entonces cuando mis ojos cayeron sobre una figura sombría y misteriosa en el rincón más alejado de la habitación.

La silueta parecía ocultarse en la oscuridad, pero pude ver sus ojos brillantes y el resplandor en su aura. Algo en esa figura me resultaba familiar, se me hacía conocida, pero no podía recordar exactamente de qué se trataba.

No había nada de temor en mi corazón, solo había una mezcla de curiosidad e interés, y aunque había algo inquietante en su presencia, no pude desviar la mirada. Nos miramos durante unos largos segundos y entonces, el silencio fue interrumpido por un suave suspiro.

La figura retrocedió, dejando que su sombra cubriera su rostro, desvaneciéndose en la oscuridad. Y el olor...el olor que había llegado a mí desde el primer momento de pronto se me hacía muy familiar, como si lo conociera desde antes.

Aproximadamente después de un año del descubrimiento de la tumba, me encontraba en el ático familiar hurgando entre los libros que se empolvaban en el lugar, cuando encontré una edición casi completamente apolillada de Vidas de Plutarco.

Empecé a leerla y quedé sumamente impresionado con un pasaje de la vida de Teseo, aquel héroe que mató al Minotauro de Creta, en el que se narra cómo las señales de su destino se encontraban enterradas debajo de una enorme roca, que solo podría mover cuando tuviera edad suficiente y estuviera listo.

La leyenda dejó en mí una honda impresión y ayudó a aplacar mi impaciencia por entrar a la cripta: aún no era el tiempo para ello. Tarde o temprano estaría listo para hacerlo, cuando tuviera suficiente fuerza y mi mente estuviera preparada; entonces desencadenaría la piedra y dejaría mi destino a la suerte.

Después de aquella lectura, mis visitas a la tumba se hicieron menos constantes. Pasé entonces mi tiempo meditando acerca de otro tipo de hechos extraños, que asombraron tanto a mis padres como a los habitantes del lugar.

Me dedicaba a pasear por los cementerios y empecé a adquirir toda clase de saberes ancestrales. Sin embargo, la tumba seguía en mi mente, y un día descubrí con gran emoción que incluso me pertenecía.

Tras investigar mi genealogía, descubrí que mis antepasados maternos mantenían una relación de dinero con la familia Sung, la cual se consideraba ya desaparecida. Al ser el último descendiente de mi rama materna, yo era también sobreviviente de ese linaje oscuro y antiguo.

Este hecho me resultó estimulante, y pronto me descubrí esperando con ansiedad el momento en que pudiera cruzar la puerta de piedra y descender los peldaños para descubrir lo que ocultaba ese lugar. Volví, pues, a visitar la tumba todos los días

Yo me escabullía a mi hora favorita, la medianoche, y me dedicaba a escuchar con mucha atención junto al portal de roca, esperando una señal, un sonido, cualquier indicación. Pasaron los años y me hice adulto.

Fue así como conocí a Hanbin, un muchacho amable y bien portado que aparecía cada día fuera de la tumba a la misma hora que yo. Se autoproclamó a sí mismo como amante del misterio.

Era un chico de mi edad, de cabello oscuro y con unos ojos que parecían estar siempre en constante observación. Tenía apariencia misteriosa e inteligente, también parecía estar investigando el pasado de los Sung. No mentiría, él se veía enigmático, era apuesto.

El chico no decía mucho, pero lo poco que salía de sus labios era interesante. En ese tiempo no pregunté por su apellido, ni de dónde provenía, pero si sabía que él llegó para cambiar mi vida por completo.

Para ese momento, había visitado la tumba a diario que terminé por formar un camino en medio de los matorrales y la espesura del bosque que compartía junto al muchacho misterioso. Frente a la ladera cubierta de musgo y moho donde se encontraba la entrada al sepulcro, se había formado una especie de claro cercado por las ramas de los árboles.

Ese cercado se había convertido en un santuario para ambos, un templo en la mitad del bosque, donde podía echarme sobre el suelo húmedo y sumirme en mis pensamientos y ensoñaciones, mientras oía las narraciones de Hanbin, que lentamente fueron convirtiéndose en cuentos de cuna para mis oídos.

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𝐓𝐔𝐌𝐁𝐀 𝐃𝐄 𝐀𝐌𝐎𝐑 ❧ 𝐡𝐚𝐨𝐛𝐢𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora