Capitulo 1

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Íbamos camino al entierro de la abuela.

No recuerdo muy bien cuándo fue la última vez que fuimos a visitarla, probablemente era muy chica en ese entonces. Mamá rara vez la nombraba, y cuando lo hacía era para dar indirectas y soltar a los cuatro vientos que era mucho mejor madre que ella. Eran pocas las veces donde llamábamos a la casa de los abuelos para asegurarnos que estaban bien, y la conversación siempre terminaba en un ahora estamos muy ocupado como para ir, será en otra oportunidad Es gracioso pensar que las personas solo se recuerdan cuando cumples años y cuando dejas de cumplirlos.

Papá iba al volante escuchando las noticias y guiándose del GPS, mamá se veía fijamente en un espejo de mano, intentando maquillar toda la situación, pero yo sabía que en el fondo, a pesar de la mala relación que tenía con la abuela, le afectaba demasiado su pérdida.

Cuando llegamos a la casa, no pudimos evitar sorprendernos por el número de carros que yacían afuera esperando. La casa estaba inundada en una atmósfera de silencio total, habían llegado a dar el pésame algunos amigos de los abuelos.

No sabía en realidad como sentirme, por una parte pensaba que bola de hipócritas. Después pensaba en el tiempo que realmente había pasado con la abuela y cerraba el pico. La quería, pero desgraciadamente el tema de la distancia siempre fue el mayor muro en nuestra relación. Recuerdo que cuando era niña mi mayor deseo era entrar de vacaciones e huir a este remoto lugar, pero a medida que fui creciendo, mis amistades y gustos de adolescente me fueron alejando de esos deseos.

Entramos a la casa antigua, el lugar estaba atiborrado de gente, pero las personas que realmente merecían un lugar para darle un último adiós a la abuela, se encontraban en una pequeña esquina lamentando la pérdida. Eran amigos y vecinos, personas con las cuales convivió en su día a día, no como los demás parientes que trataban de quedar bien con el abuelo para la herencia.

Yo estaba muy triste, me dolía el estomago y sentía un nudo en la garganta, pero me negué a llorar, yo era una hipócrita más, no merecía estar aquí. Pude haber estado en época de cosecha e ayudarla recoger las uvas o las verduras, pude estar allí cuando enfermo y nadie preguntaba ni como estaba, pude estar ya hacía un mes cuando les dieron las malas noticias, pero no, tuve que estar ahí cuando ya no podía hacer nada, cuando ya no podía darle un beso, escuchar sus palabras tan sabias o darle un fuerte abrazo.

Nunca me di cuenta que quizá di por sentado que siempre la tendría en mi vida, fui tan egoísta que subestime al tiempo e ignore que la vida se va en un pestañeo. Pude hacer tantas cosas, pude pero eso ya no existe, el tiempo se acabó y no la valoré, dejé tanto para después que hay miles de cosas que nunca se van a hacer.

Me quedé a una distancia razonable a diferencia de mis padres que se acercaron al ataúd, mi abuelo me observó y con el rostro hinchado por las lágrimas me sonrió y me dio un abrazo muy apretado cargado de sentimientos

—Mi querida mariposa, no estés triste, ella mi viejita chula, está contenta, ya no le duele la rodilla ni la cadera, apuesto a que vuelve a correr tan libre como cuando la conocí, cuando me enamoré de ella. Tampoco está sola, porque cuando ella me llame, yo iré con ella.

Casi me rompo, me trague todo lo que sentía, mi abuela no merecía eso y tampoco mi abuelo. Llegó un momento donde no lo soporté más y me escabullí fuera del lugar, nadie se dio cuenta, lo que menos importaba en ese momento era una estúpida adolescente de ciudad sin importancia.

La vieja casa era grande, más de lo que recordaba y fue fácil perderme en las habitaciones, solo quería tener un momento a solas, un momento para aclarar mi mente y poder organizar bien mis escudos. Así que solo pase por la puerta más escondida que pude hallar sin mirar su interior, del mismo modo azote la puerta y me deje caer al piso tomándola como apoyo.

El espejo de la abuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora