Nuevamente soy la última en salir de la oficina, y aunque preferiría evitarlo, me toca caminar sola hasta la parada del bus. La helada noche capitalina acaricia mis mejillas con un frío punzante, obligándome a frotar las manos con vigor antes de esconderlas en los bolsillos de mi chaqueta. Pero mi mente, absorta en el premio que me espera al llegar a casa, convierte cada paso en un pequeño acto de anticipación.
Todo el día he estado pensando en él, aguardando en mi cama, expectante, deseoso de que lo tome entre mis manos. Fue amor a primera vista, de eso no cabe duda.
Suena emocionante, ¿verdad? Esa mezcla de anhelo y curiosidad que revolotea en mi interior es casi un placer culposo, un deleite que se cocina a fuego lento. Es increíble cómo algo tan sencillo como un libro puede despertar tantas emociones: acariciarlo con la mirada, deslizar los dedos por la suavidad de su cubierta, y finalmente rendirse al inconfundible aroma que desprenden las páginas nuevas, ese perfume embriagador que parece prometer mundos enteros. Sé que entre esas hojas yace el hombre que me hará suspirar por días, quizá semanas, eclipsando a cualquier pobre mortal de mi realidad. Solo alguien que, como yo, esté irremediablemente enamorada de las novelas de romance y magia podría entenderlo.
Cuando por fin llego al apartamento, abandono la formalidad con un pequeño ritual de liberación: los zapatos salen volando, el bolso cae en algún rincón, y con una rapidez casi febril me preparo para nuestro encuentro. Sé que una vez lo tenga en mis manos, nada podrá interrumpirnos. El plan está claro: optimizar cada segundo antes de que el cansancio del día reclame mis párpados.
Entro al baño, me cambio por mi cómoda pijama, preparo algo rápido para comer, y en un abrir y cerrar de ojos estoy ya envuelta en las cálidas cobijas, con mi preciado descansando sobre mi regazo.
No pude resistirme. La crítica que vi en TikTok lo alababa tanto que sacrifiqué el poco dinero que me quedaba este mes para tenerlo en físico. Jonathan Felipe Reynold. Ese es el nombre del hombre que ocupa mi corazón esta semana. Un príncipe de sangre y de alma, trazado con tal maestría por la autora que anoche, incluso en mis sueños, lograba arrancarme suspiros. Aspiro a repetirlo esta noche, o mejor aún, a continuarlo.
En el sueño, corro siguiendo la orilla de un lago cuya superficie refleja una luna hipnótica. Cada paso se siente como un desafío, no solo por el viento que revuelve mi cabello y nubla mi visión, sino también por el largo vestido que se enreda en mis piernas, ralentizando mi avance. Alguien me sigue, con pasos firmes y desesperados. No siento miedo, pero sé que dejarme alcanzar acarrearía consecuencias que no estoy lista para enfrentar. Al apurarme, pierdo uno de mis zapatos, y el suelo irregular maltrata mi pie desnudo.
Pero no sirve de nada. Sin esfuerzo, él me alcanza. Cuando sus manos fuertes me envuelven, un gemido lastimero escapa de mis labios, mezcla de impotencia y anhelo. Me toma con firmeza y me atrae hacia su pecho, donde su calor arrollador disipa el frío de la noche. Susurra palabras suaves contra mi oído, como si con ellas pudiera calmar la tormenta que azota mi corazón. Luego, sus labios inician un recorrido lento, acariciando primero mi frente, después mis mejillas, en un viaje tan íntimo que parece hechizarme.
Con voz grave y cargada de determinación, me jura que romperá su compromiso con la princesa Isidora por mí. Promete que no le importa el caos político, ni siquiera la guerra que podría desencadenar. Pero en lo más profundo, soy yo quien duda si realmente valgo un sacrificio tan descomunal.
Sus manos sujetan mi rostro con dulzura, y sus labios buscan los míos en un beso que no respondo, aunque tampoco rechazo. Sus ojos color miel, llenos de una intensidad abrasadora, parecen perforar las barreras de mi alma, acelerando mi corazón y encendiendo mi piel. Me siento tentada a ceder por completo, a revelarle el deseo que arde en mi interior, pero algo me detiene. ¿Qué clase de dama se entrega tan libremente bajo la complicidad de la luna?
Entonces, la burbuja de ensueño estalla de golpe. ¿Por qué estaba llorando? ¿Acaso me estaba creyendo la protagonista de algún libro? Sí, tal parece que sí. Pero ahora lo recuerdo: soy Monica Andrea Cadena, y esto solo puede significar una cosa. Estoy soñando.
Oculto mi rostro en su pecho, mordiendo mis labios para contener la sonrisa que amenaza con escaparse. Mi conciencia despierta me grita que esto no es real, pero justo eso lo hace tan delicioso. Después de todo, lo que ocurre en un sueño queda en el sueño, ¿verdad?
La yo real no es una dama, no al menos del tipo que juega al recato en sus fantasías. Decido permitirme lo que mi corazón y mi cuerpo claman. Mis manos vagan con descaro por su pecho esculpido, mis uñas trazan un sendero electrizante por su espalda. Quiero darle algo más que mi corazón; quiero devorarlo entero.
No me importa lo que digan las novelas que tanto amo, donde la heroína debe hacerse desear durante capítulos interminables para conquistar al príncipe. Yo soy diferente, y estoy soñando. ¿Cuántas lectoras no morirían por una experiencia así? Saberlo me llena de una satisfacción traviesa, casi arrogante.
Él responde a mi toque con un ímpetu creciente. Sus labios vuelven a buscar los míos, pero esta vez con una urgencia que promete transformar la quietud mágica del lago en un torbellino de pasión. Un suspiro escapa de mis labios, seguido por una sonrisa que encuentra eco en los suyos.
Pero entonces, como si alguna entidad caprichosa decidiera jugar conmigo, la estridente alarma del celular irrumpe, destrozando el hechizo. Sus manos, que estaban a milímetros de tocar mi pecho, desaparecen como un espejismo. Despierto en la fría y desoladora realidad.
Frustrada, apago la alarma de un manotazo. Mi cuerpo todavía arde, reaccionando a lo que mi mente le hizo creer. Sola, termino el trabajo que la interrupción dejó inconcluso, evocando con cada caricia el tacto y el aroma de ese cuerpo onírico que solo existirá en mi memoria.
Finalmente, satisfecha y renovada, me levanto y me preparo para el día. No tengo un príncipe en esta realidad, pero sí un ejército de villanos con caras de sapo a los que debo enfrentar.
