2. COLGANTE

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–¡Au! Duele —digo en voz baja al  apoyar los pies en el suelo.

Me siento al borde de la cama cruzando la pierna para observar mejor.  El tobillo está ligeramente inflamado y duele un poco al tocarlo.  Es extraño, anoche al acostarme, nada me dolía y tampoco recuerdo haber tenido un incidente con los tacones ayer.

Sacudo la cabeza y me obligó a mantenerme en la realidad.  No tengo tiempo para perder en tonterías, suficiente perdí, con la actividad extra que debí hacer para no incluir la frustración sexual entre mis quejas a la vida.

Soporto el dolor mientras me organizo y como algo.  Una vez en la oficina, tomo una pasta para el dolor y cruzo los dedos para no tener que moverme tanto hoy.  Afortunadamente el dolor cesa y puedo concentrarme en los cálculos.  Si, cálculos.  Soy una aburrida auxiliar contable.

Cargar información, liquidar impuestos, diligenciar formularios, y ahora pelear con el nuevo paquete contable.  Siento que me estoy opacando en esta realidad.  Despego la vista de la pantalla para mirar al contador y mentalizarme en que seguramente en unos años, seré una persona tan acartonada como él.

El señor Rodríguez, el contador, es uno más de los tantos "cara de sapo" de la oficina. Sin embargo, debo admitir que en cuestiones de números es una verdadera eminencia. Lamentablemente, mi admiración por él se detiene justo en ese punto.

Tras dos tasas de café y un vaso de agua, debo ir al baño.  Obligatoriamente paso por su lado para poder salir.  Se que su mirada está fija en mi trasero y que lo seguirá estando hasta que atraviese la puerta de la oficina.  Es asqueroso, pues siento casi como si me estuviera manoseando.

Está sensación inició la semana pasada con mi cumpleaños número veintiuno.  Me partieron una torta en la oficina y mientras me cantaban el feliz cumpleaños, repacé sus rostros hasta que encontré uno que no debía estar aquí, estoy segura.  El hombre estaba atrás y me observaba con el ceño fruncido desde el marco de una puerta.  Me sentí en un inicio inquieta cuando conectaron nuestras miradas.  No lo recuerdo, pero sé que lo conozco.   

Una de las comisuras de sus labios se levanta dejándome apreciar que le alegra este acontecimiento.  Tiene algo en la mano, una pequeña cajita negra la cual sacude, asegurándose de que mi atención se centrara en ella.  La deja sobre un escritorio para luego retirarse.   Fascinación, eso es lo que sentí segundos después de mirarlo.  

Nadie supo decirme quien era, nadie conoce a un hombre con aquellas características y menos con la vestimenta tan inusual como la que describí.

—¿Fumaste algo raro antes de llegar aquí? —dice medio en broma Julia, una auxiliar de otra área.

Pero no es broma y no fue cuestión de mi super imaginación, sino ¿cómo explicaría la cajita negra que acabo de recoger del escritorio, además, no suelo mezclar la realidad con la imaginación.  A mi imaginación la dejo correr libremente solo cuando tengo un libro en la mano.  Bueno, así había sido hasta ese momento.

Tras finalizar la breve celebración, la rutina laboral retomó su curso habitual, pero mi curiosidad fue más fuerte que cualquier intento por ignorarla. Con manos ansiosas, abrí con cuidado el pequeño estuche, revelando en su interior una cadena alargada que parecía estar hecha de plata, con un gran dije.  Es una esfera plateada, la cual parece bordada con hilos del mismo material y deja entrever una piedra verde que resuena de forma extraña al batirla.

Siento que el colgante que se balancéa entre mis dedos casi me habla, me atrae e incluso creo que brilla a modo de invitación para colgarlo en mi pecho y eso hago.  Algo pasó, no estoy segura de qué, pero tuve una sensación de poder y de que este era tanto que se desbordaba de mi ser.  Aquella energía se extendió tocándolo todo y por dos segundos mi entorno cambió, lo ví todo oscuro, como un gran castillo en ruinas, pero fue tan rápido como un parpadeo.

—¿Te sientes bien, Andrea? —pregunta desde su escritorio el señor Rodríguez.

—Si, perdón —digo sin comprender lo que acaba de pasar— ya estoy por terminar el informe de este mes.

El hombre hace cara de aprobación y vuelve a centrar su atención en la pantalla.  El suceso de hace un momento fue extraño, pero pasable y ni por asomo aterrador como el que le siguió.  Vi el regordete rostro del señor Rodríguez caer presa del sueño como cada tarde.  Es normal, cada tarde se toma una siesta más o menos de quince o veinte minutos y luego sigue trabajando, pero ese día fue diferente.

Lo miré y tuve la seguridad de que estaba soñando y lo peor, que estaba soñando conmigo.  Me congelé ante la imagen que se formó en mi cabeza.  Me imaginaba sentada en ropa interior en este escritorio y haciéndole preguntas tontas de trabajo.  En su visión me levantaba del escritorio e iba hasta él para sonreirle de manera coqueta y pasar mi mano por su brazo.

¡Horror! Creo que ese viejo tiene una erección.  Con espanto e incredulidad, la yo real se levanta lo más sigilozamente que puedo de la silla y me acerco al hombre y me doy cuenta de que efectivamente el hombre dormido tiene una erección, haciendo que ahora me convenza de que la visión que se sigue reproduciendo en mi cabeza, puede ser real.

¡Horror!¡Horror!¡Horror! Grita mi mente.  Miro hacia las otras dos auxiliares comprobando que parecen completamente ajenas a esto.  Si tan solo la yo de esa visión le golpeara la cara; pienso asqueada.

 Zaz.  Escucho el sonido seco del golpe que la yo de la visión propina al rostro del señor Rodríguez.  El desgraciado pega un brinco en su sueño al igual que en el mundo real y casi se cae de la silla.  Abre los ojos de manera desmesurada y se encuentra conmigo muy cerca de su escritorio.

—¿Está bien Jefe? —pregunto no sabiendo que más hacer.

Mi pequeño flashback termina ahí, pero aunque trato de negar todo lo que creo que pasa, no deja de sentirse inquietante.



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⏰ Última actualización: Jan 16 ⏰

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