Capítulo 1

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La radiante luz de un sol que apenas iluminaba desde hace unas horas entraba por la ventana de mi habitación. Sentada en mi escritorio, jugando con un lápiz con mi boca, suspiré. Debería estar triste. En lo profundo de mi ser si lo estaba. Podía sentir una culpa tan grande que cada vez que recordaba lo que había sucedido, simplemente contenía las ganas de llorar. La debilidad era una parte de mí que deseaba ocultar, pero la dejaba a la luz solo cuando estaba sola. Sabía que era una cobarde. De todas formas, no me lo permito, no me permito llorar, no ahora. Me trago el doloroso nudo en mi garganta y decido alejar estos pensamientos, como lo hago cada mañana. Tras la necesidad de aire fresco, recogí mi largo y moreno pelo en una coleta alta y me asomé al pequeño balcón para respirar. A esta hora de la mañana, todo estaba muy calmado. Se podían oír pájaros cantando y la brisa fresca traía consigo un aroma a bosque y naturaleza, tan característico de mi hogar que me transmitía una tranquilidad inmensa.

Siempre me encantó vivir en Aracel, las construcciones, lo pintoresco y animado que era, la naturaleza... pero sobre todo las personas, hacían que me enamorara de la capital. Claro está que ahora todo era diferente. Muchas personas no lo notaban, pero yo lo tenía demasiado claro.

Mis doncellas se apresuraron a entrar sin reparar en tocar la puerta, actitud de la que ya estaba acostumbrada. La privacidad no era uno de sus fuertes.

Odiaba tener doncellas, prefería hacer todo por mí misma, con la tranquilidad de la soledad, sin tener que aparentar serenidad ante desconocidas. Pero admitía que eran personas de bajos recursos, necesitaban el trabajo para alimentar a sus familias al final del día y echarles la bronca por mi egoísmo solo me haría sentir mala persona. Lo que sí, no se quedaban cortas con todo el maquillaje que me aplicaban. Si fuera por mí me echaría un poco de base y ya, pero claro está que en estos tiempos no podía ser yo misma.

Se esmeraron en cubrir mis ojeras, círculos negros que estaban demasiado visibles. Acepto que, desde la desaparición de mis padres, empecé a sufrir trastornos de sueño. Ya no podía simplemente descansar porque siempre sufría horribles pesadillas. Pesadillas que revivían momentos de horror, pero que también me mostraban situaciones que traspasaban el límite de lo que podía soportar. Mi mayor miedo era que alguna de esas pesadillas se volviera realidad. No sé si podría vivir con ello.

Mis padres desaparecieron hace ya dos años y, para el desagrado de la reina, tendríamos que seguir buscando, eso sería lo correcto, pero la habilidad de aquella mujer de manipular la mente y el pensamiento crítico de los nobles era espeluznante. No había forma de convencer a los nombres para invertir sus recursos en la búsqueda, ya que, tras intensos discursos de la reina, mis padres ya no podían estar vivos y esos recursos eran necesarios en otras partes. Claro que a mí me importaba una mierda.

La reina no hacía más que mostrar sonrisas ante el pueblo y hacerles creer que no había ningún problema. Un agrio sabor a formó en mi boca y la furia tomó lugar.

Cuando mis doncellas se hubieron ido, me apresuré a ponerme unos pantalones sueltos de color negro y una blusa blanca. No era de las que usaban vestidos. Di un vistazo a mi imagen en el enorme espejo de cuerpo completo al lado de mi escritorio y mi marcador de autoestima cayó en picada. Estaba hecha un asco. Solía ser una persona delgada, pero con mucho músculo gracias al exhaustivo entrenamiento impartido por mi padre, el cual, a pesar de que mi madre se negara, había insistido en que su hija debía de tener los conocimientos necesarios para sobrevivir en caso de ser necesario. Solía tener un cuerpo marcado y trabajado. También unas ligeras curvas, que para mí eran suficientes junto con unos pechos grandes, que nunca me gustaron ya que eran una molestia a la hora de hacer cualquier cosa.

Pero cuando salí de mi burbuja de recuerdos mis fuertes brazos y piernas se transformaron en un saco de huesos esquelético y flácido, junto con un abdomen que seguía siendo plano, pero ya no estaba marcado. Estaba demasiado flaca. El estrés y la frustración me hicieron dejar de hacer deporte y comer muy poco. Ahora era un saco de huesos andante. Reprimí las arcadas que me provocaron ver mi espantoso reflejo y en lo que me había convertido.

El comienzo del finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora