Entre sus manos sostiene las suyas, la diferencia está en el calor corporal que el otro recibe; mientras uno recibe calidez, el otro siente frialdad y una aspera sensación de cicatrices que no se borrarán.
El puede decirselo, pero saben que las palabras no saldrán de sus labios o tan siquiera se moverán de su garganta para ser pronunciadas silaba a silaba de manera continua pero apagada. El cielo no es algo que importe, pues las ventanas están cerradas y lo que los cubre es un techo de apartamento común y corriente, cómo cualquier otro.
En su mirada no hay más que soledad, un deje de tristeza y probablemente vergúenza, no algo simple cómo sentirse expuesto, no, una vergüenza indescriptible que llevaba consigo mismo desde hacia años en el que el disgusto por su persona no ha hecho nada más que aporrearse a sí misma, sin control alguno, en cada situación a la que se exponga una sola muestra de su tortuosa existencia.
Carga consigo miles de vidas, las cuales no descansarán en paz hasta poder verlo arderse en el infierno.
Su mirada es suave al igual que la manera en la qué sus manos acarician ciertas zonas en el que un cosquilleo de alivio se instala en su cuerpo, mientras que su mente sólo puede pensar en el rebosante aroma natural que Atsushi ha ido adquiriendo con el paso del tiempo. Claro que no puede olvidar la mirada pérdida y desolada que este sostiene muchas veces al mirar a la nada o quedarse pensando en la mayoria de casos.
Aquellas grandes cicatrices que en su costado ahora se ven con claridad tras los años.
Su torso estuvo al descubierto cuando sus manos eran las que acariciaban aquel cuerpo mientras sus labios besaban por sobre su piel formando un camino rápido en el que podia subir y bajar hasta llegar a algún pezón, para finalizar su recorrido de besos con una lamida rápida a cada uno.
Puede ver su rostro de curiosidad e incluso distingue que estaba preparándose para ver más de lo que las vendas sobre su cuerpo le dejaban ver. Atsushi se veia tan concentrado en mentalizarse para ver cientos y millones de heridas en el cuerpo del castaño, que no importó demasiado que Dazai comenzara a desenvolver las vendas desde su muñeca hasta el codo.
Mientras él más enseñaba, aquel apretón de manos, ligeramente podia considerarse cómo tal, más Dazai no está nervioso, más bien era completo disgusto ante las acciones que se permitía realizar. Disgusto porque no cree en que alguien pueda amarlo lo suficiente hasta tal punto de... simplemente seguirle la corriente.
Atsushi besa sus heridas mientras Dazai sólo puede apreciarlas. Besos que definen una fina linea entre el amor inocente y la sangre dulce que se refleja en aquellos ojos que sólo desean ver cada uno de aquellos besos ser dados por él. Por esa sutileza en su tacto mientras las vendas, cada vez más, van despegándose de su piel.
La piel arrugada de las heridas, quemaduras y cicatrices son visibles con los minutos, pero dejan de serlo una vez qué aquellas amatistas bañadas en su mitad inferior por un distintivo amarillo puro e inocente vuelven a tomar su atención.
No es cómo si desconociera lo que el amor significa, reconoce que existe dolor en el mismo latido que lo hace amar, esa sensación no es diferente pero es especial e íntimo.
Sus manos viajan cómo la gota de sudor en su nuca, decaen por su espalda mientras sus cuerpos se juntan una vez más y sus labios se reencuentran para danzar tan cerca del otro que no existen palabras posibles para administrar o expresar por lo que ambos sienten. No hay necesidad de atesorar el momento porque ya ha hecho el cambio, un paso más en su relación.
Los cuerpos desnudos sobre aquella cama se rozan continuamente, no hay melodia por delante, por detrás o por otra parte. Solo es el sonido de un ambiente silencioso durante la media noche antes de que su día libre finalice.
─── Dazai.
─── Dime~
─── ¿Acaso... acaso se te volvió a parar...?
─── Oh~, que atento eres, Atsushi~
─── ... Pero llevamos casi tres veces...
─── Dijiste casi, todavía podemos hacerlo otra vez.
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= Mientras más veo esa imagen, más grande veo la cabeza de Atsu o.0
