La peste

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No se quería admitir, pero la peste se los llevó a todos. Apenas quedan algunos en cama. Los susurros aclaran, que se puede distinguir una sombra negra al lado de cada enfermo, esperando, paciente, su último aliento. El pueblo parece fantasma. Ya nadie camina por la calles, y los pequeños no salen a por los mandados. Es triste, pero a ellos también les ha afectado.

Aunque cuentan con gran apoyo de los superiores, aún no logran saber el "porque" de todos estos males. Todo comenzó como una simple picazón en los brazos. Se creyó que lograron detenerlo, parecía inofensivo. Pero en el transcurso de los días trajo más síntomas, hasta llegar a un punto de no retorno. Es demasiado tarde para intentar ayudarlos a todos. Los superiores nos dejaron acá, a la espera de alguna buena noticia.

Se diría que entre tanta enfermedad no tendríamos más preocupación que la salud. Eso quería creer. Nos queda escaso dinero y no muchos alimentos en la alacena. Si quiero que mi familia sea parte de ese pequeño porcentaje que logra sobrevivir, tengo que buscar trabajo, aunque me cuesta levantarme de la cama. «El sacrificio de hoy, es la oportunidad del mañana» decía mi padre. Hace una semana que supe de su funeral. Si es que se le puede llamar así. Son tantos los cuerpos que se amontonan que ya perdieron el respeto de velar y despedir a los seres queridos que nos dejan. No pude protestar, estaba peor que ahora.

El cielo permanece oscuro, como si la madre naturaleza pudiera reflejar nuestra miseria. Si es así, permanece triste; es raro que salga el sol. De seguro nos ayudaría a mejorar. Los recursos que envían los primeros son económicos, pero al principio eran donados. Los tiempos cambian, no lograron mantener la ayuda igual. Nadie abre sus tiendas, todos permanecen en casa, rogando recuperarse. El único trabajo disponible es el más triste, ser carpintero. No quería remarcar este evento de esta manera. Y espero, no tener que construirle un ataúd a mis hijos, de los tantos que fabricaré a partir de ahora.

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