La reina violeta

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Se asomó a la terraza, con la esperanza de conectar con el gran espíritu. La sequía estaba enloqueciendo al pueblo, y no soportaría otro sacrificio de un inocente. Odiaba la idea de ponerse firme ante sus subordinados, como reina, debía tomar tal postura delante del consejo, aún más cuando no quitan la mirada de sus acciones. No aprendió nada durante su niñez, siempre fue una consentida. El anterior rey la crió como su hija, pero muchos no olvidan que fue una niña encontrada en el bosque. Aún no se acostumbraba a la responsabilidad de la corona, ha tenido que aprender superando decepciones y traiciones. Juntó sus manos y clamó en voz baja. Deseaba que su padre siguiera con vida, para lidiar con estos nuevos problemas.

Cansada de repetir plegarias, estiró sus brazos, y caminó diez pasos hasta llegar al borde del concreto. Estaba decidida a entregar su alma de ser necesario.

—¡Por favor, gran espíritu, haz caer un poco de tu lluvia! —gritó con dolor, desde el fondo de su ser quebrantado.

Una figura enorme se asomó entre las nubes. Y un rugido escalofriante la hizo retroceder. El feroz dragón respondió a su llamado. Batió sus alas con fuerza, hasta descender a la piedra. Sintió el temblor de su peso. Y los ojos brillantes se fijaron sobre la figura pequeña y delgada de la reina. Y entre sus dientes, se asomó un poco de fuego. 

Paralizada por el miedo, sin poder apartar la vista de aquella bestia, comenzó a sentir el calor en su cuerpo, que provenía de aquel aliento ardiente.

El dragón se acercó un paso. Increíble que un pedazo de piedra casi flotante pudiera soportar tanto peso. Su boca se cerró, borrando cualquier rastro de calor. La noche volvió a tornarse fría, bañaba con luz de luna las escamas rojas, al mismo tiempo que la cabellera larga, sedosa y ondulante de la reina, sus mechones danzaban con el viento. Y apenas la figura oscura cerró los ojos, desapareció ante la nariz de la joven.

—¡No! —gritó al salir del trance. Intentó tocar la neblina negra que dejó aquel animal, deseando volverlo a ver.

Se acercó de nuevo al precipicio, no encontró ningún rastro.

Una presencia a su espalda le generó un cosquilleo. Se giró deprisa, y se encontró con un hombre que a simple vista lucía como un caballero con poca armadura.

—Las historias son ciertas, puedes adoptar esta imagen —susurró temerosa.

—¿Tu imagen? ¿Te consideras humana luego de robar nuestra esencia?

—No... entiendo... —Retrocedió nerviosa al sentir la agresividad.

—Llevo siglos buscando a los humanos que portan nuestro poder, es mi trabajo acabar con mi linaje. —Mostró su brazo, unas garras negras se formaron en su mano, y varias escamas se dejaron ver a lo largo de su piel—. Que lamentable escena —caminó en su dirección—, la reina más joven y bondadosa es encontrada muerta por una bestia en su terraza.

Tocó la piedra que le impidió caer. Los ojos violeta de la joven no dejaron de seguir esos ojos amarillos, que resplandecen aun en la oscura noche. No tenía como huir. Sus rodillas se doblaron, dejándola ver pequeña e indefensa ante la fuerza de su atacante.

—Tranquila, me aseguraré de cortar bien tu cuerpo, para que no puedan descifrar cuál órgano dejó de funcionar primero. 

—¡Por favor! —suplicó.

Se detuvo a un paso de distancia, la observó sin cambiar de expresión.

—No sabes la ilusión que me daría ver tu funeral, que lancen tus cenizas al mar de luces. Y que luego de un luto hipócrita se peleen por tu corona.

Ella enterró la cabeza entre sus rodillas. No hace mucho su fiel escolta intentó asesinarla. Sabía que su posición era una condena. A todos los que conocía les cambió el rostro. Si hubiera sabido de su soledad y tortura de seguro se habría encargado ella misma de terminarlo de otra manera.

—Lo intenté... —Rompió a llorar. Y la lluvia cayó como torrente junto a sus lágrimas.

—La lluvia de plata —susurró impresionado—. Solo un dragón blanco tiene conexión con el gran espíritu —dijo admirando las gotas en su palma.

Ella se atrevió a mirar el agua en el suelo. El charco brillaba con poca luz, las gotas que cayeron y se deslizaron por su cuerpo eran plateadas. Una lluvia de ensueño, que solo se mencionaba en libros viejos, ya considerados fantasías.

—Gracias —sonrió complacida—. Podré morir en paz. —Volvió a hundir el rostro entre sus rodillas, lista para aceptar su final.

Gruñó molesto, y procedió a guardar sus garras.

—Llegue aquí guiado por el poder de tus plegarias. —Estiró el cuello hacia atrás, demostrando su decepción—. Nunca pensé que la famosa reina violeta tendría una esencia, y eso explicaría tu gran desempeño y juicio sobre los humanos. Pero esta lluvia demuestra que no es una simple esencia.

Levantó el rostro, buscó la cara de aquel hombre.

—Los rumores dicen que el gran espíritu siempre te acompaña. —Fijó su mirada en ella—. Se supone que yo soy el último dragón vivo, no esperaba la confirmación de otro.

El estómago se le revolvió. El alivio de saber que su muerte aún no sería no duró mucho. Las dudas y preguntas la llenaron de temor, de nuevo, y sin saber qué pasará ahora con este ser que tiene delante.

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