Capítulo uno

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— Hey, quiero saber más sobre la competencia —soltó Marielle, visiblemente ebria.

El calor se acumulaba en mi cuerpo y yo, víctima de los tres mojitos que previamente había bebido, me ofrecí voluntariamente al hombre que nos daría las respuestas que mi líder de área necesitaba.

Tambaleándome, caminé hacia él y, en cuanto estuve lo suficientemente cerca, lo jalé del brazo y lo abandoné al medio del grupo de chicas curiosas que se hacían llamar mis "compañeras de trabajo". Me sentí victoriosa.

Giovanni Scaglione había ingresado recientemente al departamento comercial de "Quantum", una compañía de tecnología que cada día crecía un poco más. Su personalidad, soberbia, sarcástica y brutalmente honesta, habían manchado su reputación en menos de cuarenta días desde su llegada. Y es que cuando criticó públicamente el outfit de una de sus compañeras, inevitablemente se ganó el rechazo de varios.

Poco sabía de él, un hombre que, antes de las 08:30 AM, ya iba por su tercer cigarrillo en las vacías bancas del patio del edificio. Sus lentes de sol —que usaba, inclusive, dentro de la oficina— le daban el toque de chico malo, y fue eso precisamente lo que más me gustó de él. 

Al menos, hasta que lo conocí de más cerca.

...

No recordaba cuántos vasos me había echado encima, pero cuando divisé al encantador CEO de "Quantum" exigiéndole a Giovanni que retirase las más de cinco botellas de licor que había comprado en un impulso, desperté:

— ¡Voy contigo! —grité, corriendo hacia él antes de que me cerrara las puertas del ascensor en la cara—. Dios mío, qué mareada estoy...

Y durante los trece pisos que bajamos en compañía, no solté más que incoherencias clásicas de una mujer ebria. Pero cuando llegamos al primer piso y tuvimos que salir del edificio para recibir el delivery, la fría brisa invernal me azotó. 

— Ten —escupió bruscamente, metiéndome un cigarrillo entre los labios—, cállate, por favor —y, acto seguido, encendió no solo su propia dosis de nicotina, sino que la mía también.

El silencio que le siguió a ello lo sentí tan malditamente sexy. Es decir, un chico guapo, que cumplía con todos mis estándares de personaje novelesco, ¡me había silenciado apasionantemente! Chillé interiormente.

— ¿Me das tu Instagram, Gio? —no sé cómo lo hice, pero logré desbloquear, abrir la aplicación y darle clic al buscador—. Ah, y sígueme de vuelta.

Sí, con toda la confianza que una empoderadísima joven alcoholizada podía expeler. 

Giovanni sujetó rápidamente mi teléfono y, en menos de diez segundos, ya éramos amigos de redes sociales. Así fue cómo comenzó. El inicio de una fatídica historia con un hombre que sabía de todo, menos, de amar.

Despreciando al príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora